...Y ahora la letan¨ªa de la ¡®turismofobia¡¯
Durante d¨¦cadas, los gestores p¨²blicos han ignorado los costes del turismo masivo; el resultado, un aumento de la irritaci¨®n social
Durante d¨¦cadas el turismo ha estado en la base del crecimiento econ¨®mico espa?ol. La imagen del turismo ha sido y es blanca, casi santa; se tratar¨ªa, seg¨²n dictamen de nuestas autoridades econ¨®micas (los ministros del ramo, vamos) y de los propagandistas de turno, de una fuente de oro cuyo dulce manar hay que cuidar con solicitud, no sea que se agote y nos deje en la indigencia. Autoridades y propagandistas han descuidado mencionar que la adoraci¨®n al turismo contribuye a perpetuar Espa?a como una sociedad de camareros, proveedores de servicios y alba?iles. Tambi¨¦n durante d¨¦cadas se ha minimizado, por no decir ocultado, que la identificaci¨®n del pa¨ªs con un gran bazar tur¨ªstico, lleno de hoteles, bares, chiringuitos y paellas de dudoso color, tiene costes. Los economistas llaman externalidades a esos costes. Es el momento de explicar que las externalidades las est¨¢n pagando hoy los nativos. Y como la factura es elevada, a nadie puede extra?ar que empiecen a detectarse se?ales inequ¨ªvocas de irritaci¨®n social. Sobre todo en Barcelona o Madrid.
Los turistas contribuyen a colapsar el tr¨¢fico, obstruyen las infraestructuras, generan vandalismo en seg¨²n qu¨¦ zonas del pa¨ªs (Magaluf, por ejemplo), ensucian las calles o las playas, promueven alborotos de madrugada o ruidos insoportables, se comportan frecuentemente con la urbanidad de un simio, encarecen los precios de los productos y de los servicios all¨ª donde se aposentan, deterioran los precios urban¨ªsticos y degradan la calidad inmobiliaria. V¨¦ase el apartado de los pisos tur¨ªsticos en Barcelona en la secci¨®n de Quiebras y Sucesos. Sus movimientos en bandadas, cual estorninos, favorecen la ocupaci¨®n de calles o plazas con terrazas interminables que bloquean el paso. En suma, alteran convulsivamente la vida ciudadana, aunque no con la misma intensidad en todas sus zonas.
Durante d¨¦cadas, los Ayuntamientos y el Estado han ignorado estos costes. La pol¨ªtica tur¨ªstica ha seguido el principio del restaurante chino: ¡°Pasen todos que al fondo hay sitio¡±. Pero como las distorsiones que produce el turismo ya no se pueden ocultar m¨¢s (el turismo es el principal problema de los barceloneses), los think tanks que cultivan el relato (antes simple propaganda) han contraatacado con dos letan¨ªas jocosas. As¨ª, han inventado la turismofobia, que se persenta como una reacci¨®n patol¨®gica contigua al racismo o al chauvinismo. La jugada es h¨¢bil, porque el t¨¦rmino traslada la carga de la culpa al ind¨ªgena de a pie. Quedan exculpadas de un plumazo las pol¨ªticas negligentes o ineptas de los gestores p¨²blicos, responsables de que se haya llegado a una situaci¨®n de hartazgo.
El segundo movimiento es lenitivo. Consiste en minimizar las externalidades aplic¨¢ndoles la etiqueta de molestias. Entramos en el territorio argumental de la puerilidad, como cuando a los ni?os se les conmina a que aguanten la rabieta porque ya falta poco. Pero falta mucho; y la irritaci¨®n de una parte de la ciudadan¨ªa est¨¢ alcanzando el umbral de autoconsciencia a partir del cual valen de poco las etiquetas. ?Remedio? Impuestos y que la fuente de oro mane para todos.
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