Ethos, pathos, logos
Lo que hace falta es pensar, algo que cada vez le es m¨¢s dif¨ªcil a la izquierda
La coincidencia en el tiempo del suicidio de Miguel Blesa con el caso de ?ngel Mar¨ªa Villar ha contribuido a reverdecer la ¡°cultura del pelotazo¡±, esa depredaci¨®n sistem¨¢tica que algunos personajes hicieron de nuestras instituciones p¨²blicas, privadas o mixtas. Nuestra crisis moral, la madre de todas las crisis. Porque todo empez¨®, recordemos, con la ola de codicia que sac¨® de sus costuras al sistema econ¨®mico internacional. Y la crisis econ¨®mica devino en crisis pol¨ªtica porque tomamos conciencia de que nad¨¢bamos en una charca de corrupci¨®n. En el centro est¨¢ la codicia, repito, eso que los antiguos griegos llamaban pleonexia, una forma m¨¢s de hybris, de desmesura, signo de que se hab¨ªa producido una descompensaci¨®n en la psych¨¦. La codicia y la avaricia vistas m¨¢s como patolog¨ªa, al menos en Plat¨®n, que como ausencia de virtud. Ese impulso de desear-tener-siempre-m¨¢s, de acapararlo todo, de no poder decir ¡°me planto¡±.
Lo que para Plat¨®n era una enfermedad, en nuestro mundo se ha convertido en el ethos dominante. Somos ¡°zombis n¨®madas de la sociedad del yo¡± (Peter Sloterdijk), tristes sujetos acaparadores que solo aspiran a exhibirse en las redes, cuya principal funci¨®n es satisfacer ese otro rasgo de los tiempos, el narcisismo. Un pseudo-narcisismo, claro, porque donde todos se exhiben acabamos por no fijarnos en nadie. Y si lo hacemos, ?cu¨¢nto dura en un mundo donde se compite salvajemente por la atenci¨®n? Todo es apariencia y fugacidad. Y todo es pathos, solo que vestido de emocionalidad impostada. Una sentimentalidad construida, porque nos permite ocultar y manipular la realidad, evitar aplicar el logos, la raz¨®n.
Los casos de corrupci¨®n cumplen la funci¨®n cat¨¢rtica de provocar olas de indignaci¨®n controlada
En este contexto, los casos de corrupci¨®n cumplen la funci¨®n cat¨¢rtica de provocar olas de indignaci¨®n controlada; nos ofrecen chivos expiatorios que sirven para amansar las frustraciones de quienes no pueden realizar en su plenitud el individualismo posesivo. Y este es, por definici¨®n, ¡°orgi¨¢stico¡±, nunca tiene suficiente, siempre quiere m¨¢s, como los protagonistas de nuestros esc¨¢ndalos. Se consigue as¨ª que el resentimiento de aquellos, la pasi¨®n m¨¢s voraz, no devenga en un factor antisist¨¦mico y puedan volver mansamente a la indiferencia.
La indiferencia, s¨ª, porque la caracter¨ªstica fundamental de las sociedades en las que vivimos es que apenas nos importa el destino de quienes son dejados atr¨¢s. Se habla mucho de la desigualdad econ¨®mica, pero muy poco de la exclusi¨®n pol¨ªtica. En la mayor¨ªa de los pa¨ªses, el grueso de los abstencionistas se concentra en el sector de menores ingresos. Si se autoexcluyen es porque deben sentir que en una sociedad en la que predomina ese ethos individualista acaparador ya no hay espacio para ellos. Sobran. Y cuando nos solidarizamos con ellos lo hacemos entrando en el mercado del pathos, cayendo en el sentimentalismo dominante. Lo que hace falta es ponerle cabeza, pensar, algo que cada vez le es m¨¢s dif¨ªcil a la izquierda. Quiz¨¢ porque nunca hasta ahora ha tenido que nadar tanto a contracorriente.
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