Pod¨ªa, por ejemplo, haber dimitido
El presidente del PP parece haber pasado casi 30 a?os diciendo ¡°preferir¨ªa no saberlo¡±
?Acaso pod¨ªa haber hecho otra cosa Mariano Rajoy en su declaraci¨®n como testigo ante el tribunal que juzga parte de la trama de corrupci¨®n pol¨ªtica conocida como G¨¹rtel? S¨ª, claro que s¨ª. Pod¨ªa, por ejemplo, haber presentado la dimisi¨®n como presidente del Gobierno antes de acudir a testificar. Era una opci¨®n digna de ser considerada, que el PP present¨® como si fuera un disparate, pero que era perfectamente racional. Hay pol¨ªticos en el ancho mundo que prefirieron proteger la dignidad de la instituci¨®n que representaban, evitando que se sentara, con ellos, ante un tribunal.
En Espa?a se ha producido un verdadero sinsentido. Los miembros de un tribunal se estrujaron las meninges para encontrar la manera de proteger la dignidad de la Presidencia del Gobierno, cuando a quien ellos hab¨ªan llamado a testificar era al presidente de un partido pol¨ªtico acusado de financiarse durante d¨¦cadas con una caja B. As¨ª que finalmente el presidente del PP, que ten¨ªa que responder sobre sus actividades como dirigente popular durante casi 30 a?os, se sent¨® en un estrado especial y obtuvo por parte del presidente del tribunal un trato diferenciado que es imposible de explicar racionalmente. Porque si compareci¨® ante ese tribunal quien es el presidente de Gobierno fue porque Mariano Rajoy as¨ª lo quiso: en su mano, y no en la del juez Hurtado, estaba haber protegido la dignidad de la instituci¨®n, si tan preocupado estaba por ella. La inmovilidad de Rajoy, tan provechosa siempre para ¨¦l, provoc¨® la hiperactividad del juez e hizo recaer todo el coste de esa defensa en el propio tribunal, obligado a dar explicaciones.
De aberraci¨®n en aberraci¨®n, en Espa?a parece haberse convertido en una costumbre que quienes encarnan moment¨¢neamente una instituci¨®n se apropien de ella, de manera que no son ellos quienes tienen la obligaci¨®n de defenderla y mantenerla al margen de cualquier sospecha, asumiendo responsabilidades pol¨ªticas y dimitiendo si fuera preciso, sino la instituci¨®n la que queda atrapada en esa persona y la que act¨²a como su escudo. Ha pasado con directores generales y ministros, con alcaldes, diputados y senadores. Acciones que deber¨ªan haber provocado indignaci¨®n p¨²blica, por perjudicar a alguna de las organizaciones fundamentales del Estado, han pasado casi sin esc¨¢ndalo, hasta llegar a este ¨²ltimo acto, con un debate centrado en lo que dijo o dej¨® de decir el presidente del Partido Popular y no en el hecho extraordinario de que quien encarna la presidencia del Gobierno de Espa?a, en activo, testifique en un caso de corrupci¨®n pol¨ªtica en su propio partido.
Mariano Rajoy centr¨® ese testimonio en una idea extra?a: el Partido Popular es una cosa, y su presidente, otra que casi no tiene nada que ver con la primera. Los partidos pol¨ªticos y su financiaci¨®n son cosas ajenas entre s¨ª, que discurren por caminos que jam¨¢s se cruzan. Fiel a su estrategia pol¨ªtica, el presidente del Partido Popular parece haber pasado casi 30 a?os diciendo ¡°preferir¨ªa no saberlo¡±. Quiz¨¢s lo combinara con un ¡°haga usted lo que tenga que hacer¡±, especie de salmodia muy frecuente entre pol¨ªticos con experiencia.
Los ¨²nicos que podr¨ªan llegar a una conclusi¨®n distinta ser¨ªan los propios jueces; desde luego, no la opini¨®n p¨²blica, porque, afortunadamente para todos, la opini¨®n p¨²blica no puede decidir cu¨¢ndo se ha producido un delito. Eso no quiere decir que las opiniones colectivas de una sociedad no merezcan ser estudiadas y tenidas en cuenta. Por ejemplo, la que se ha formado sobre la extensi¨®n de la corrupci¨®n pol¨ªtico-econ¨®mica. Si no se ataja pronto, puede provocar una herida peligrosa: la que implica que si no te escandalizas por la corrupci¨®n, m¨¢s tarde o m¨¢s temprano, t¨² tambi¨¦n ser¨¢s un corrupto.
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