La falsificaci¨®n de un ministro franc¨¦s
EL HOMBRE tiene una cara que podr¨ªa ser de tantos hombres. Y, sin embargo, no es un hombre com¨²n: le ha ido bien en la vida. El hombre naci¨® en Lorient, Breta?a, hace 70 a?os, de un padre sindicalista comunista y una madre costurera cristiana. El hombre fue agitador estudiantil cat¨®lico, se anot¨® en el partido socialista, dirigi¨® su ciudad, subi¨® a Par¨ªs, fue diputado, dirigi¨® su regi¨®n, sigui¨® haciendo carrera. Le fue bien: fue ministro de Defensa del Gobierno de Hollande, vendi¨® muchas armas francesas por el mundo y cre¨® una fuerza militar especializada en ciberguerra. Despu¨¦s consigui¨® acercarse a Emmanuel Macron poco antes que los otros ¡ªen su partido hablaron de traici¨®n¡ª y tambi¨¦n le fue bien: ahora es su ministro de ¡°Europa y Asuntos Extranjeros¡±. Pero nunca le fue tan bien como cuando no fue s¨ª mismo; nunca tan bien como cuando otro fue ¨¦l. Alguien falsific¨® a Jean-Yves Le Drian y se llen¨® de oro.
La historia salt¨® hace un par de meses, cuando su falso protagonista iba a asumir su nuevo ministerio, y se va precisando con los d¨ªas. Hab¨ªa empezado, dicen, en la primavera de 2015: un hombre con su nombre llamaba a grandes ricos y les ped¨ªa aportes a la causa. Al Aga Khan, por ejemplo, una fortuna legendaria, le dijo que estaba negociando el rescate de varios rehenes del ISIS, que el Estado franc¨¦s no pod¨ªa pagarlo oficialmente y que ¨¦l, como amigo de Francia, quiz¨¢ querr¨ªa colaborar. El terrorismo sirve para todo: no s¨®lo justifica que los Estados occidentales controlen cada vez m¨¢s a sus ciudadanos; tambi¨¦n les permite ser ilegales en nombre de la ley. El Aga Khan, dir¨ªa despu¨¦s la polic¨ªa, entreg¨® ¡ªen cuatro veces¡ª 18,4 millones de euros. Pero el falso llam¨® a muchos m¨¢s: a unos les dec¨ªa que necesitaba financiar operaciones especiales, a otros compras de armas que deb¨ªan permanecer secretas, a otros m¨¢s rehenes.
Aprovecha la codicia de ricos riqu¨ªsimos que suponen que si ayudan a un Estado rico, ese Estado los ayudar¨¢ a ser m¨¢s ricos.
Lo llaman ¡°la estafa de la falsa calidad¡± y es una variante reciente y elegante del timo de la estampita: si me das algo te doy tanto m¨¢s. En este caso aprovecha la codicia de ricos riqu¨ªsimos que suponen que si ayudan a un Estado rico, ese Estado los ayudar¨¢ a ser m¨¢s ricos ¡ªy suelen llamarlo patriotismo.
La banda del falso Le Drian operaba, dicen, desde Israel: se hab¨ªan conseguido un se?or muy parecido, lo entrenaron para hablar y moverse igual que ¨¦l, le armaron una oficina id¨¦ntica y lo pon¨ªan en escena v¨ªa Skype; despu¨¦s, el proceso segu¨ªa con mails y con llamadas hasta que el pollo mandaba la pasta a cuentas raras ¡ªy empezaba el despiste y el lavado. Los investigadores dicen que entre la primavera de 2015 y el verano de 2016 m¨¢s de 150 jefes de empresas y millonarios varios recibieron llamados y pedidos, y 30 o 40 los respondieron y pagaron: alrededor de 100 millones de euros. Mucho queda en las sombras: a menudo los estafados prefieren no contarlo para no perder, adem¨¢s de la plata, la cara.
Las estafas son grandes an¨¢lisis de nuestras sociedades: buscan sus puntos d¨¦biles, los explotan a fondo. Las estafas hacen buenos relatos porque, en principio, son relatos: alguien que cuenta que es quien no es, alguien que dice que tiene lo que no tiene, alguien que pide lo que no tiene el derecho de pedir.
Y suelen convocar media sonrisa: no usan violencia sino inteligencia y eso tiene, pese a todo, buena prensa. M¨¢s si, como en este caso, las sufren los que tienen demasiado: esos que se cre¨ªan muy listos, esos que han hecho muchos trucos ¡ªapenas m¨¢s legales¡ª para obtenerlo. Pero si, adem¨¢s, el falsificado fue el hombre que mandaba uno de los ej¨¦rcitos m¨¢s orgullosos y potentes, todo se vuelve carcajada y vive la France.
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