Putin, el domador del alma rusa
Se propuso devolver a la patria humillada el orgullo perdido de primera potencia. Ante todo, hab¨ªa que hacerse respetar
Hasta los 40 a?os era m¨¢s bien un don nadie, un esp¨ªa de segunda, el hijo de un humilde ferroviario comunista. Ahora avanza muy seguro deslizando sus espolones de gallo por una alfombra roja a lo largo de los fastuosos salones del Kremlin, rodeado de oro por todas partes, bajo el caudal de luz de mil l¨¢mparas y espejos, los mismos que reflejaron el antiguo esplendor de los zares. Es Vlad¨ªmir Putin, de 1,70 de estatura, m¨²sculos de gimnasio, p¨®mulos muy eslavos, que cobijan unos ojos de hielo.
Naci¨® en 1950 en San Petersburgo, en un apartamento comunal donde sus padres compart¨ªan ba?o y cocina con otras familias pobres. El chaval se desarroll¨® entre las paredes mugrientas de un barrio marginal poblado de pandillas de matones con los que hab¨ªa que fajarse bien si uno quer¨ªa volver sano y salvo a casa. Cualquier disputa terminaba en el barro. No le gustaba perder.
Formado en la escuela inh¨®spita de la calle, Vlad¨ªmir Putin acept¨® el primer encargo de vigilar a los estudiantes extranjeros de la Universidad de Leningrado mientras estudiaba Derecho. Despu¨¦s, enrolado en los servicios secretos de la KGB, fue destinado a Dresde, en la RDA. All¨ª le sorprendi¨® la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn en 1989. Cuando un grupo de enardecidos alemanes rode¨® su oficina dispuesto a asaltarla, ¨¦l sali¨® a la puerta y con el micr¨®fono en la mano amenaz¨® con abrir fuego a discreci¨®n. Al parecer lo dijo con mucha calma, puesto que los amotinados solo con verle la cara supieron que iba a cumplir su palabra y recularon. Alguien en Mosc¨² tom¨® buena nota.
El imperio sovi¨¦tico comenz¨® a resquebrajarse y Putin segu¨ªa siendo un pobre diablo, que tuvo que volver a Leningrado en su Volvo descalabrado con el que pensaba trabajar de taxista si las cosas le iban mal dadas. Pero junto con el coche, el lavaplatos y otros enseres dom¨¦sticos, se llev¨® consigo tambi¨¦n el archivo secreto de la Stasi, la siniestra polic¨ªa secreta alemana, que hab¨ªa arramblado en medio de la confusi¨®n, y Putin supo jugar con este alijo plagado de sabandijas, como cartas muy firmes en una partida de p¨®quer entre pol¨ªticos corruptos, y esa fue la primera palanca de su poder. A Putin lo aup¨® el alcalde de Leningrado, Anatoli Sobchak, su protector, al que despu¨¦s ayudar¨ªa a huir a Par¨ªs cuan do fue perseguido por corrupci¨®n.
No preguntes c¨®mo lleg¨® a la cumbre sorteando y repartiendo pu?aladas, hasta conseguir el favor del beodo y destartalado Boris Yeltsin. Era el tiempo en que el derribo de la Uni¨®n Sovi¨¦tica exportaba a Europa levas de prostitutas y criadas, mafiosos gordos con cadenas de oro que nutr¨ªan los bajos fondos y eran a su vez procaces y brutalmente ricos. Putin se propuso devolver a la patria humillada el orgullo perdido de primera potencia. Ante todo hab¨ªa que hacerse respetar. Conoc¨ªa el alma rusa y sab¨ªa que su convulsi¨®n de olla podrida en plena ebullici¨®n no pod¨ªa ser controlada sin el l¨¢tigo de un buen domador.
Consciente de que el pu?o de hierro siempre infunde m¨¢s miedo que rencor, Vlad¨ªmir Putin comenz¨® a usar como arma diplom¨¢tica el silencio, ayudado con una mirada de acero semejante a la de un jugador profesional, que conoce bien las cartas del enemigo y nunca en vida de farol.
Mirar como mira Putin significa que prefiere que le teman a que le amen y solo quiere que lo admiren como macho alfa. Por eso practica artes marciales y se exhibe con el pecho desnudo galopando a pelo un caballo ind¨®mito que no es sino el propio narcisismo y sigue a rajatabla el consejo de Maquiavelo: si vas a golpear, hazlo duro, r¨¢pido y de una sola vez. As¨ª lo hizo cuando el 23 de octubre de 2002 unos 50 terroristas chechenos tomaron 800 rehenes en el teatro Dubrovka de Mosc¨². Con absoluta frialdad llen¨® el local de gas t¨®xico y orden¨® el asalto, que produjo 170 muertos.
Ahora se ha tragado a Crimea de un bocado, bombardea Siria a su antojo y ha introducido sus redes de espionaje en la alcoba pol¨ªtica de Donald Trump hasta volverlo loco. Fan¨¢tico del orden, Putin se ofreci¨® de domador del alma rusa, pero a su vez era tambi¨¦n el tigre, que un d¨ªa puso la garra en la nuca del Estado y ya no la ha soltado hasta hoy.
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