Crimen y culpa
A esta hora en Barcelona, sin embargo, el atentado no s¨®lo ha agitado debates existentes sino creado algunos nuevos y excitantes.
Una de las te¨®ricas costumbres de los sucesos excepcionales es que obligan a reacciones de excepci¨®n. Despu¨¦s de un atentado, por ejemplo, los pa¨ªses buscan refugio en un eufemismo alentador: unidad de los dem¨®cratas. Es un necesario ejercicio de hipocres¨ªa social que se da en todos los ¨®rdenes, no solo en los que afectan a la vida p¨²blica. Esa unidad tiene la obligaci¨®n de blindar la discusi¨®n y protegerla del terror; esa unidad es un instrumento muy ¨²til para separar a los asesinos del resto.
El ¨²ltimo gran ejercicio en Espa?a se produjo en 1997 tras la muerte de Miguel ?ngel Blanco: su secuestro y asesinato fue el origen y el final de cualquier debate. No hubo m¨¢s reacci¨®n que la reacci¨®n a un asesinato. No hubo sobre la mesa m¨¢s asunto que los propios de un chico atado y tiroteado en medio de un monte. Un crimen tratado en sus primeras horas como un suceso de enorme magnitud protagonizado por delincuentes, no como parte de un debate pol¨ªtico y social seg¨²n el cual los independentistas ten¨ªan que hacerse mirar lo suyo y la sociedad, en general, tratarse en el div¨¢n para que la chavalada no descarrilase.
De este modo los terroristas son actores criminales, no pol¨ªticos. No interfieren en los asuntos de los gobernantes, no ponen m¨¢s cuestiones en la agenda que las obligadas: entierros, actos de rechazo y seguridad p¨²blica. En ¨²ltimo caso, su acci¨®n sabotea su propio objetivo; para las cuestiones de fondo se busca un contexto distinto, una distancia higi¨¦nica respecto a los muertos. Si es verdad que los terroristas no consiguen nada, entonces no puede haber nada detr¨¢s de su acci¨®n, m¨¢s all¨¢ de aquello que tenga que ver con la prevenci¨®n. Un asesinato tratado como lo que es, incluso con frialdad de laboratorio, no como un artefacto pol¨ªtico que incrustar en el debate poni¨¦ndolo todo perdido.
En Barcelona el atentado no solo ha agitado conflictos existentes sino creado algunos nuevos y excitantes, como si los muertos legitimasen cualquier tipo de munici¨®n en lugar de prohibirla. Ante un suceso excepcional se han conseguido reacciones perfectamente est¨¢ndar sobre el proc¨¨s, la extravagancia del idioma catal¨¢n en Catalu?a, la monarqu¨ªa y hasta la Iglesia, que ha mandado a un cura CSI para estudiar la participaci¨®n de la alcaldesa; un regidor del PP ha acusado directamente a Colau bas¨¢ndose en un bulo. Tantos frentes que, como dice Gistau recordando el 11-M, solo falta que los terroristas reclamen su parte de culpa, haci¨¦ndose notar para que alguien repare en ellos.
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