La utop¨ªa comod¨ªn
Cada cual puede hac¨¦rsela suya traslad¨¢ndole los rasgos de su modelo de sociedad o sus aspiraciones frustradas
La atracci¨®n por la independencia de Catalu?a no obedece solo al impulso nacionalista por dotarse de un Estado propio. La soci¨®loga Marina Subirats nos lo explic¨® bien cuando asociaba su expansi¨®n en medio de la crisis econ¨®mica a una "utop¨ªa de repuesto" una vez enterradas las enso?aciones de la revoluci¨®n social tradicional. El buque llamado Espa?a se iba a pique y la creaci¨®n de un nuevo Estado ofrec¨ªa a los catalanes la posibilidad de echar al mar su propio bote salvavidas y seguir a flote; por s¨ª mismos podr¨ªan llegar a buen puerto. "Primero seamos independientes y luego ya veremos". Ahora no tocan las disputas. Los conflictos se aplazar¨ªan a otra ocasi¨®n.
Con el paso de los a?os y dejado atr¨¢s lo peor de la crisis, esta utop¨ªa ha ido desembocando en el imaginario social catal¨¢n en algo que recuerda a eso que H. Arendt ve¨ªa como propio de los procesos revolucionarios, el proporcionar un "nuevo comienzo". Libres del lastre espa?ol, el Estado catal¨¢n pod¨ªa fungir como la cristalizaci¨®n de cualquier sue?o de transformaci¨®n social. Para la CUP y sectores de ERC y Podem, el acceso a una verdadera democracia popular y asamblearia; para las feministas, el fin del odiado patriarcado; para los empresarios y sus economistas de cabecera, la ideal reorganizaci¨®n de su supuestamente coartado potencial productivo; para los inmigrantes, su reconocimiento pleno como ciudadanos; las ¨¦lites podr¨ªan distribuirse ministerios y embajadas aut¨¦nticas; etc. Este es el sentido en el que es una utop¨ªa comod¨ªn, cada cual puede hac¨¦rsela suya traslad¨¢ndole los rasgos de su particular modelo de sociedad o sus aspiraciones frustradas.
En sociedades hu¨¦rfanas de futuro lo l¨®gico es que esta llama se propague como fuego en bosque de verano. En nuestro entorno no es habitual encontrarnos ante la posibilidad de apretar el bot¨®n de reset para abolir la corrupci¨®n, como dec¨ªa Tard¨¢, o la desigualdad, la desidia meridional, los residuos de franquismo y un largo etc¨¦tera. Introduzca sus deseos, cualesquiera que estos sean, que ser¨¢n satisfechos en el nuevo orden, en la Dinamarca del sur. No hace falta ser nacionalista para caer rendido a los encantos de esta llamada a la arcadia feliz.
Dejando ahora de lado a la mitad de la poblaci¨®n que nunca se crey¨® estas f¨¢bulas, sabemos ya lo suficiente sobre la organizaci¨®n social para ser conscientes de que los sue?os de unos suelen ser la pesadilla de los otros, que los antagonismos no desaparecen por decreto o cambiando las fronteras, que la realidad es tozuda y nunca todo puede ser reconciliado. Hay muchas cosas que inquietan de la situaci¨®n catalana. La primera es encontrar el reacomodo del sentimiento nacional diferencial. Pero no hay que perder de vista esta otra dimensi¨®n de la utop¨ªa frustrada para la que no tenemos respuesta institucional ni un relato equivalente que oponer. Preocupante.
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