La baraja y el juego
En democracia las cartas se barajan y reparten a menudo, pero las reglas no son modificables
En un reciente trabajo defiende ??igo Errej¨®n la idea de que en ¨¦pocas de dislocaci¨®n y crisis, rectius aqu¨ª y ahora, es imprescindible un momento de refundaci¨®n en el que el we the peoplecomparezca de nuevo y se vuelvan a barajar las cartas. Un excedente popular no satisfecho con la institucionalidad democr¨¢tica existente reclama ¡ªescribe¡ª una nueva definici¨®n del inter¨¦s general y una nueva arquitectura institucional acorde.
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Dec¨ªa Ortega que las met¨¢foras son los andadores del pensamiento y en este caso la met¨¢fora del nuevo reparto de las cartas parece sin duda adecuada para llevar al intelecto a la necesidad de un momento fundacional. Pero tambi¨¦n, y esperamos mostrarlo en este breve texto, la propia met¨¢fora elegida muestra las limitaciones y errores de ese discurso.
Porque, contado muy directamente, volver a barajar y a repartir las cartas parece llevar consigo un nuevo comienzo (y as¨ª lo cree ??igo Errej¨®n); pero si se piensa un ratito m¨¢s es f¨¢cil advertir que hay algo que permanece inmutable seg¨²n ella: el juego mismo. Cuando se reparte de nuevo es porque se va a recomenzar la jugada, pero dentro del juego que se estaba jugando. Otra cosa ser¨ªa romper la baraja y darle una patada a la mesa y al tapete, pero esa es una met¨¢fora distinta, la met¨¢fora revolucionaria pura. Y nuestro autor elige muy bien las met¨¢foras, es parte de su oficio como intelectual y como pol¨ªtico hacerlo bien.
La referencia al pueblo en nuestras constituciones no apunta a un sujeto real; es una cl¨¢usula de cierre del sistema que indica su legitimaci¨®n por el inter¨¦s del conjunto
El juego permanece. Y como desarroll¨® con agudeza Stephen Holmes, sucede que en los juegos las reglas de su pr¨¢ctica son constitutivas del juego mismo. Es decir, que si bien hay muchas actividades humanas en las que las reglas que las regulan son limitaciones y constricciones a la libertad impuestas desde fuera y pueden suprimirse, en el caso del juego (como en el del lenguaje) las reglas son constitutivas de la actividad misma, ¨¦sta no puede existir sin aquellas. Las reglas de un juego no son limitativas sino creadoras, son capacitantes porque gracias a ellas podemos jugar.
Pues bien, la democracia puede ser vista como un juego (as¨ª la ve¨ªa otro liberal ¡ª?conservador?¡ª como Norberto Bobbio), un procedimiento que para poder existir requiere unas reglas b¨¢sicas (¨¦l enumer¨® seis) de las que los derechos humanos son las reglas preliminares. Esas reglas no pueden cambiarse si lo que queremos es jugar a la democracia. Si las cambiamos, jugaremos a una pol¨ªtica distinta, no a una pol¨ªtica democr¨¢tica. Es as¨ª de sencillo y as¨ª de complicado al tiempo. Porque las reglas de la democracia, esto es cierto tambi¨¦n, se cumplen muy insuficientemente en nuestros reg¨ªmenes.
En el juego de la democracia las cartas se barajan y reparten de continuo (por eso est¨¢ Errej¨®n donde est¨¢ y no donde estaba), pero las reglas no son modificables: no cabe una cosa tal como ¡°refundar la democracia¡±, ni ¡°establecer una nueva arquitectura institucional¡±, ni cabe ¡°un pueblo, gente o pa¨ªs¡± que como H¨¦rcules asuma un buen d¨ªa el papel de reconstruir el sistema pol¨ªtico completo de arriba abajo. Ni caben ahora, ni cupieron en el pasado: los liberales un poco realistas sabemos muy bien que en el origen de nuestras democracias no existi¨® un we the people real. Sabemos que la del contrato social no es una realidad, sino una met¨¢fora, otra m¨¢s, un como si kantiano. Entonces hubo confusi¨®n y un proceso hist¨®rico (lento y sangriento) de prueba y error, de ¨¦lites y masas populares, de ensayos y retrocesos.
La referencia al pueblo en nuestras constituciones no apunta a un sujeto real sino que es una cl¨¢usula de cierre del sistema que indica su legitimaci¨®n por el inter¨¦s del conjunto, nada m¨¢s. Eso que llam¨® Bodino soberan¨ªa nunca ha existido ni existir¨¢ como poder perpetuo y absoluto (de nuevo met¨¢foras, en este caso teol¨®gicas). Ni del pueblo ni de nadie. S¨®lo a los derechos humanos puede aplic¨¢rseles una idea parecida a la de soberan¨ªa.
Y este es el problema de creer y postular momentos fundacionales, sujetos trascendentes, o reglas nuevas para un juego hace tiempo inventado. Que contradicen el propio juego, adem¨¢s de constituir ese tipo de pol¨ªtica de los chamanes que tanto ha obstaculizado a los reformistas en toda ¨¦poca. Reformistas como Errej¨®n mismo pronto descubrir¨¢ que es.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ruiz Soroa es abogado.
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