El espanto
En el olvido, tarde o temprano, nos encontramos casi todos los textos como pedazos de autom¨®viles en el desguace.
L¨¦anme con piedad. No soy m¨¢s que un pobre texto period¨ªstico precipit¨¢ndome en ca¨ªda libre hacia el final de la hoja como por el hueco de un ascensor mal mantenido. Caigo y caigo desplegando, a modo de alas, adjetivos que suavicen el golpe, extendiendo oraciones subordinadas que act¨²en de colch¨®n para las principales. Ni idea de si estoy ya en la cuarta, en la quinta o en la sexta l¨ªnea porque dej¨¦ hace un rato de contar. Y no por falta de tiempo, porque el tiempo, en las situaciones l¨ªmite, se estira de tal modo que nos permite observarlo todo a c¨¢mara lenta. De hecho, no veo el momento de alcanzar el final del primer p¨¢rrafo, si el texto que les habla lo tuviera, para tomar un poco de aire en ¨¦l. Los finales de p¨¢rrafo son un respiro, un punto y aparte, casi como volver a empezar el descenso hacia la oscuridad del significado, cuando lo hay, o de la mera forma si el texto es muy experimental. Pero caigo y caigo, adem¨¢s de hacia el fondo, hacia el olvido. En el olvido, tarde o temprano, nos encontramos casi todos los textos como pedazos de autom¨®viles en el desguace. Cuando los lectores te abandonan, se acelera la velocidad de la ca¨ªda y aumenta la intensidad del p¨¢nico. Soy un texto sombr¨ªo, escrito a las tres de la madrugada por un tipo insomne que quiz¨¢ tenga problemas econ¨®micos, o familiares, o mentales, no lo s¨¦, los textos no sabemos nada de nuestros creadores como los hombres, pese a la Teolog¨ªa, no saben nada de Dios. Hay quien niega la autor¨ªa como hay quien niega a Dios. Pero el autor existe, puedo certificarlo, porque se desliza por el hueco del ascensor conmigo, abrazado a m¨ª, lleno de espanto. A punto ya de rompernos la crisma contra el suelo, deja colgado el texto, me abandona, y regresa a la cama.
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