Nacionalismo y trinchera medi¨¢tica
Las noticias falsas funcionan muy bien en una situaci¨®n de polarizaci¨®n. Desenmascarar los bulos y la parcialidad de sus fuentes es costoso y complejo
El mecanismo por el que estamos dispuestos a creer cualquier cosa que diga nuestro bando, y desacreditar la del contrario, no es nuevo ni desconocido para la psicolog¨ªa social. Se compone de muchos sesgos cognitivos: la tendencia a considerar como autoridad a quien tenemos m¨¢s cerca y es m¨¢s familiar, lo dif¨ªcil que nos resulta cuestionar nuestro propio punto de vista, y lo reconfortante que es pensar que tenemos raz¨®n. Eso ayuda a entender por qu¨¦, incluso en una situaci¨®n como la que ayer se vivi¨® en Catalu?a, cuando cualquiera que quisiese cuestionar la actuaci¨®n por parte del Estado ten¨ªa cientos de im¨¢genes ver¨ªdicas y contrastadas a su disposici¨®n, se acudi¨® a otras que eran de dudosa procedencia, o directamente manipuladas.
Las noticias falsas funcionan particularmente bien en una situaci¨®n de polarizaci¨®n, como ya hemos comprobado en otros muchos pa¨ªses recientemente, pero si esta se da por la confrontaci¨®n creciente de dos nacionalismos, el entorno para su difusi¨®n es casi perfecto. No es casualidad, por ejemplo, que hayan sido las campa?as del Brexit o de Donald Trump las que m¨¢s se han alimentado de las maquinarias de creaci¨®n de rumores. Su componente nacionalista ayudaba: esta ideolog¨ªa lleva en su ADN la diferenciaci¨®n del propio grupo con respecto al resto, con lo que los sesgos cognitivos anteriormente descritos encuentran un espacio perfecto para retroalimentarse. La b¨²squeda de la raz¨®n se convierte entonces en un c¨ªrculo vicioso.
El acto de poner una bandera en un balc¨®n sirve como analog¨ªa relativamente cercana a abrir Facebook, Twitter y colgar en el perfil de uno todo aquello que sirva para subrayar y resaltar al grupo al que uno pertenece. Adem¨¢s, tienen una ventaja sobre la bandera: mientras esta es un signo ostensible e innegable de partidismo, un enlace es una fuente externa hasta que se demuestre lo contrario.
En la pr¨¢ctica no lo es, pero desenmascarar los bulos y la parcialidad de sus fuentes es costoso y complejo, con lo que pocas veces el resultado es claro e indiscutible incluso para quien puso su parte para difundirlo. As¨ª, a medida que aumenten las banderas en los balcones de toda Catalu?a y de toda Espa?a, es de esperar que tambi¨¦n lo hagan las informaciones poco contrastadas en los muros digitales de todos nosotros. La sensaci¨®n de imposibilidad de confiar en la contraparte y en sus medios termina de definir la trinchera medi¨¢tica, detr¨¢s de la que se coloca cada uno para disparar al otro lado con todos los pedazos de informaci¨®n que tiene a mano.
Este r¨ªo revuelto es particularmente atractivo para dos tipos de pescadores interesados en lo que puedan ganar. Primero est¨¢n los que buscan fomentar el caos. As¨ª sucede, por ejemplo, con la Rusia de Putin que, ante su debilidad estructural en el panorama internacional, ha encontrado una forma econ¨®mica de intervenir contra sus adversarios geopol¨ªticos: el troleo digital que fomente procesos desestabilizadores en pa¨ªses occidentales. Le siguen, y a veces le preceden o incluso van de la mano, algunos medios que buscan audiencia sin escr¨²pulos. Poco hay m¨¢s tentador que alimentar una base de lectores movilizada e hiperactiva, dispuesta a compartir todo aquello que confirme los propios sesgos, dentro de un c¨ªrculo igualmente movilizado e hiperactivo.
Hasta las discusiones cruzadas y el desmentido son beneficiosos para todos: para los activistas y los l¨ªderes de cada parte porque refuerzan las trincheras; para los trolls externos porque alimentan el caos; y para los medios porque mantienen el consumo compulsivo de informaci¨®n. Intervenir esta din¨¢mica es, por tanto, harto dif¨ªcil si no existe una voluntad clara por parte de una mayor¨ªa del p¨²blico. Porque no cabe perder de vista que el origen del problema no est¨¢ en ninguno de estos actores circunstanciales, que s¨®lo vienen a reforzar una din¨¢mica de polarizaci¨®n y nacionalismo que ya estaba all¨ª desde antes. Mientras haya banderas en los balcones y o¨ªdos sordos en las calles, en los bares y en las redes, la demanda de noticias falsas seguir¨¢ al alza. Y siempre habr¨¢ alguien dispuesto a ofrecerlas.
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