La importancia de gestionar las emociones
La mejor racionalidad no es aquella que niega las emociones, sino la que las incorpora y las encauza
Cuando a Piqu¨¦ se le quebr¨® la voz y se le empa?aron los ojos al explicar la noche del 1-O lo orgulloso que se sent¨ªa de ser catal¨¢n y lo que le dol¨ªa el trato que tanta gente pac¨ªfica hab¨ªa recibido de la polic¨ªa, mucha gente debi¨® llorar ante el televisor. El sentimiento es muy contagioso, y m¨¢s en un d¨ªa de alto voltaje emocional como fue el 1-O. La imagen del jugador del Bar?a llorando refleja uno de los aspectos que explican la fuerza que el movimiento independentista ha alcanzado en Catalu?a: su fuerte componente emocional. Autores como Daniel Innerarity o Manuel Arias Maldonado han abordado en sus obras la creciente sentimentalizaci¨®n de la pol¨ªtica. En una sociedad tan reactiva como la nuestra, en la que informaci¨®n e im¨¢genes corren a la velocidad de la luz, las emociones cuentan mucho y no contar con ellas es causa de muchos errores de diagn¨®stico que despu¨¦s se pagan caros.
Los soberanistas lo han sostenido muchas veces: en el conflicto catal¨¢n subyace un sentimiento de humillaci¨®n, de falta de reconocimiento. Muchos de los que se movilizan viven como un menosprecio que no se atiendan unas reclamaciones sobre el encaje de Catalu?a en Espa?a que consideran justas. Se sienten heridos en su dignidad y ese sentimiento compartido refuerza el v¨ªnculo identitario. La movilizaci¨®n en favor de una causa compartida satisface el sentimiento de ¡°comuni¨®n¡± del que habla el fil¨®sofo franc¨¦s Andr¨¦ Comte-Sponville como una necesidad b¨¢sica del ser humano, y que en t¨¦rminos evolutivos es la necesidad de reforzar los v¨ªnculos de grupo para asegurar la pervivencia.
El problema es que las emociones que sustentan la revuelta en Catalu?a est¨¢n generando sentimientos y emociones igualmente intensas en aquellos que se sienten interpelados. Quienes creen que Espa?a es un pa¨ªs acogedor, una democracia que ni oprime ni persigue, y que la unidad que consagra la Constituci¨®n es un valor a defender, se sienten heridos por quienes quieren romperla. Est¨¢n dolidos porque muchos catalanes no lo sientan as¨ª. Y ahora, la materializaci¨®n del desaf¨ªo en forma de ruptura genera adem¨¢s sentimientos de impotencia y rabia. No es dif¨ªcil imaginar qu¨¦ emociones embargan a los polic¨ªas que, de vuelta al hotel tras una jornada para olvidar, se ven increpados por los ciudadanos que creen estar defendiendo. Tambi¨¦n ellos se sienten rechazados y con ellos mucha otra gente que ve esas im¨¢genes en la televisi¨®n. El sentimiento de rechazo es uno de los m¨¢s corrosivos y est¨¢ demasiado presente en la pol¨ªtica espa?ola. Todo eso est¨¢ ah¨ª, a flor de piel. Y mientras unos se aprestan a explotar pol¨ªticamente esos sentimientos, otros los ignoran y haci¨¦ndolo, los alimentan.
Muchos apelan a la necesidad de recuperar la racionalidad. Cierto. Pero no hay que olvidar que racionalidad y emociones no son entes separados e inconexos. Desde que el neurocient¨ªfico Antonio Damasio se fue en busca de Spinoza y reivindic¨®, a la luz de la evidencia cient¨ªfica, el papel clave de las emociones, todo est¨¢ m¨¢s claro: la mejor racionalidad no es aquella que niega las emociones, sino aquella que las incorpora y las encauza.
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