Desastres naturales
crec¨ª rodeado de mucho panfleto y de mucha imagen de Mao. No me extra?a que yo haya salido con unos gustos tan chocantes
La apertura del XIX congreso del Partido Comunista Chino nos ha dejado una de esas im¨¢genes que despliegan poder y estilo, que ya cre¨ªamos en desuso o que eran propiedad del Vaticano o de la monarqu¨ªa inglesa. Mucha tela, pliegues, austeridad grandiosa, colores profundos, la hoz y el martillo como si hubieran pasado por alguna escuela de dise?o. Con perfecta agrupaci¨®n de personas, igualmente trajeadas, milim¨¦tricamente sentadas, silenciosas. Casi humanas.
Ante esa espectacularidad me vi obligado a retroceder a mi infancia porque, en Caracas, crec¨ª rodeado de mucho panfleto y de mucha imagen de Mao, tanto en los cuadros de Warhol como en los de esa propaganda, que llegaba a Venezuela con una facilidad asombrosa. Mao en la cubierta de una fragata con un albornoz blanco nuclear, rodeado de ni?os y grumetes. Mao en un bosque lleno de luz, con un libro abierto en sus manos entre campesinos y militares, leyendo junto a ¨¦l. Mao, en carne y hueso, asistiendo a una representaci¨®n de danza de bailarinas con zapatillas de punta en los pies y rifles en las manos. No me extra?a que haya salido con unos gustos tan chocantes. Con la Revoluci¨®n Cultural llegando a mis ojos al mismo tiempo que Batman, Superman y Dr¨¢cula. Ya tengo edad para confesarlo: he crecido pensando que el comunismo era, m¨¢s que una ideolog¨ªa, una est¨¦tica.
De ni?o so?aba que Mao me hablaba en espa?ol y me dec¨ªa que su libro rojo era una buena lectura. Pero mi pap¨¢ me advert¨ªa de que el mao¨ªsmo era una corriente ideol¨®gica extrema y que prefer¨ªa que me divirtiese rellenando ¨¢lbums de cromos de La Pantera Rosa que, en mi opini¨®n, resultaba m¨¢s Rive Gauche. De todas estas cosas estuve pensando mientras esperaba el resultado de los premios Planeta en Barcelona. Mi marido insisti¨® en que asisti¨¦ramos porque era un momento importante. Me vest¨ª con un esmoquin blanco que me dio un aire entre Tom Wolfe y un l¨ªder espiritual americano. Hac¨ªa falta ese punto de espiritualidad porque la cena no fue tensa pero tampoco distendida. Empez¨® puntual y termin¨® como una sinfon¨ªa de Stravinski, abrupta y en tiempo. Me esforc¨¦ en mi labor social de saludar mucho, estrechar manos y abrazar. As¨ª, me acerqu¨¦ a Ana Pastor, presidenta del Congreso. Conmigo de blanco integral parec¨ªamos una nueva bandera de algo ins¨®lito. Blanco y rojo, colores que no dialogan pero tampoco quedan mal. Neutrales, como la bandera de Suiza.
Me entristeci¨® ver a amigos discutiendo. Intent¨¦ cambiar de conversaci¨®n, plantear el feminismo de Ylenia Padilla, la bloguera ex Gand¨ªa Shore. O si alguien entiende por qu¨¦ la estilista de la Reina iba vestida de verano mientras Letizia sudaba bajo la lana en el Sal¨®n del Trono. Indagar si Risto Mejide acudi¨® vestido de Sherlock Holmes, ?o era de ornit¨®logo? Pero nada, la discusi¨®n se extend¨ªa. Una pena, porque Barcelona sigue siendo universal. Es de todos. D¨¦jenla en paz.
Mi padre aterriz¨® en Madrid esta semana, porque vamos a aparecer juntos en un programa de televisi¨®n. Despu¨¦s nos fuimos a la inauguraci¨®n de la exposici¨®n sobre Picasso y Toulouse-Lautrec en el museo Thyssen. Mientras la recorres te das cuenta de que Lautrec influy¨® mucho a artistas m¨¢s j¨®venes como Picasso. Y lo hizo como amigo, como l¨ªder, como visi¨®n alternativa. Picasso ten¨ªa la t¨¦cnica extraordinaria y Toulouse la vida mas all¨¢ de lo normal, buscando la irrealidad en lo ordinario, la belleza en la decrepitud. Es una exposici¨®n fascinante e inquietante, algunos cuadros parecen alucinaciones. Hab¨ªa droga, alcohol y sexo. Hab¨ªa nocturnidad. Hab¨ªa v¨¦rtigo. Pero no hay moralina en Toulouse-Lautrec. Esos fueron los ingredientes principales en ese nuevo siglo.
En el nuestro, es la perturbaci¨®n, el de la sociedad espect¨¢culo y los desastres naturales que dan t¨ªtulo a la nueva novela de Pablo Simonetti, el autor chileno que la noche del mi¨¦rcoles consigui¨® reunir a casi tantos escritores amigos como nuevos lectores. Desastres naturales es una novela sobre el despertar sexual en tiempos de Pinochet. Jorge Edwards, M¨¤xim Huerta, Eduardo Mendicutti le escuchamos hablar, ansiosos de que vinculara sus desastres al que estamos asistiendo at¨®nitos. En su novela, muy autobiogr¨¢fica, un adolescente confundido al fin encuentra su centro, su independencia, tras descubrir nuevos usos, no alimentarios, para las zanahorias. Prefiero que lo digieran mejor leyendo la novela. Desde que la le¨ª me ha dado por pensar si no es algo que deber¨ªamos popularizar entre algunos l¨ªderes pol¨ªticos, para que todo vuelva a enderezarse un poco.
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