Saturno devora el bocadillo de sus hijos
Puigdemont no ejerci¨®, valiente, su deber de decidir; lo traspas¨® al Parlament. Arguye que no tuvo garant¨ªas, pero su bloque quebr¨® y la calle le llam¨® traidor
Por unas horas, pareci¨® en la ma?ana de ayer que el president de la Generalitat, Carles Puigdemont, disolver¨ªa el Parlament, convocar¨ªa elecciones y resituar¨ªa a Catalu?a en la senda del Estatut y de la legalidad.
Se cumplir¨ªa el doblete: ¡°Ni DUI¡± (Declaraci¨®n Unilateral de Independencia) ¡°ni 155¡± (por el art¨ªculo de la Constituci¨®n que autoriza a intervenir puntualmente una comunidad aut¨®noma). Muchos parec¨ªan felices con que se atenuara la tensi¨®n.
No solo es que pareciese que Puigdemont entraba en raz¨®n estatutaria, es que sus portavoces as¨ª lo afirmaban. Y los escasos disidentes-legalistas-internos lo confirmaban desde sus m¨®viles semiclandestinos en el Palau, esta vez con apariencia victoriosa: situaron incluso el momento M a las 13.00, lo que se aplaz¨®.
Hasta que a las cinco de la tarde, la hora torera de Lorca ¡ª¡°una espuerta de cal ya prevenida¡±¡ª, se desinfl¨® la expectativa.
?Qu¨¦ ocurri¨® en esas horas de desconcierto (habitual) y de esperanza (ins¨®lita)?
La explicaci¨®n del protagonista fue sencilla, incluso simple. A cambio de descabalgarse del impulso de declarar la independencia, con la retirada concomitante del art¨ªculo 155 en ciernes, hab¨ªa ¡°intentado obtener¡± algunas ¡°garant¨ªas¡±.
?Cu¨¢les? No las detall¨®, las insinu¨®. La libertad de los dos Jordis (que no depende del Gobierno, sino de la Audiencia Nacional); la retirada de la Polic¨ªa Nacional y de la Guardia Civil del territorio catal¨¢n (algo exorbitante, visto lo visto desde el 1-O); la renuncia de los fiscales a ejercer su oficio (m¨¢s bien esot¨¦rico, para ser firmado).
La posibilidad de la salida racional que reclama Miquel Iceta es ahora infinitesimal
Y como asegur¨® no haber obtenido lo deseado, se retranque¨® de su ca¨ªda del caballo: al rev¨¦s de lo que hizo Saulo, volvi¨® a auparse a la montura de la radicalidad rupturista.
Costar¨¢ saber si esa explicaci¨®n es fiable. Algunos indicios pespuntean que no. Porque en el ¨ªnterin, los socialistas hab¨ªan apostado fuerte por el doblete ¡°ni DUI, ni 155¡±. Porque incluso el Gobierno mensaje¨® que si el retorno a la legalidad era claro, no habr¨ªa obst¨¢culo: otra cosa eran las declaraciones p¨²blicas, de intenci¨®n disuasoria, esa ventaja de los poderosos, y de los aspirantes a serlo. Y el halc¨®n Xavier Garc¨ªa Albiol retuvo su bilis y dej¨® de amenazar.
Habr¨¢ pues que recordar los hechos. Mientras todo eso suced¨ªa en los despachos, el doble poder existente en Catalu?a desde principios de septiembre (cuando el golpe parlamentario del d¨ªa 6 abrog¨® parcial y vergonzosamente el Estatut), como hab¨ªa sucedido cien a?os antes en Rusia, se convirti¨® s¨²bitamente en cu¨¢druple poder.
?Cuatro poderes? Al menos. El del Estado, que sigue existiendo. Y el catal¨¢n, segmentado en tres: Puigdemont y buena parte de los posconvergentes, en la h¨¢bil l¨ªnea de convocar elecciones; Esquerra, neg¨¢ndose en redondo y proclamando la necesidad de proclamar la rep¨²blica; la calle de la CUP y la plaza de Sant Jaume de todos los desconsuelos inconsolables, apoyando al l¨ªder de Esquerra, Oriol Junqueras, reclamando la independencia expr¨¦s para antes del almuerzo y acusando a Puigdemont de ¡°traidor¡± y su equivalente borb¨®nico de ¡°botifler¡±, eso que reputan lo peor del mundo.
Pero esos tres poderes estaban cuarteados, exhib¨ªan debilidades cong¨¦nitas. En el mundo convergente, proliferaban los anuncios de dimisiones. En el republicano, imperaba la inseguridad sobre lo que habr¨ªa que hacer en la vida real, sabiendo que la DUI ser¨ªa una charada sin reconocimiento siquiera de Bernadette Soubirous. En la ind¨®mita calle hab¨ªa hambre.
De modo que Puigdemont no se arrepinti¨® del prop¨®sito de convocar elecciones por culpa (o no solo) de la presunta dureza de Madri-T (con T may¨²scula), sino porque se sinti¨® sentado en el abismo, simbolizando la m¨²ltiple fractura de quienes se dec¨ªan sus fieles.
Como el Saturno de Goya (la versi¨®n romana del dios griego Cronos, el Tiempo), que se comi¨® crudos a sus hijos antes de que estos le devorasen, el carlista gerundense devor¨® el bocata de sus hijos antes de que le robaran el suyo, el inmaterial: el epitafio pol¨ªtico patri¨®tico, el l¨¢nguido paseo dominical por la densa Devesa de Girona sin ser increpado por los insurgentes.
?Ay, simbi¨®tica valent¨ªa que entrega su responsabilidad y traspasa su derecho a decidir (o a proponer), cuando este es dif¨ªcil, a la C¨¢mara! Y que disminuye as¨ª, hasta lo infinitesimal, la posibilidad de una salida digna y racional de vuelta a lo legal. Esa salida cuya virtualidad manten¨ªan a¨²n anoche, en p¨²blico, gentes como el socialista Miquel Iceta y otros dotados de m¨¢s pasi¨®n racionalista que Ren¨¦ Descartes y de m¨¢s moral que El Alcoyano.
?Ay, gentes de la provincia mental que apenas distinguen la heroicidad de la ridiculez!... y quiz¨¢ con alguna raz¨®n... puesto que ambas se adscriben al olimpo de lo irracional.
?Ay, j¨®venes imberbes incapaces de afrontar cualquier coste, de arrostrar el m¨ªnimo rev¨¦s, de asumir cualquier bald¨®n en el inmaculado sue?o de una independencia impoluta! Esa que no existe m¨¢s que en las pesadillas, que amenaza ruina econ¨®mica, que augura desestabilizaci¨®n pol¨ªtica, que cristaliza el derrumbe institucional, que procura la fractura familiar hasta en su m¨¢s ¨ªntimo c¨ªrculo.
Nunca como en estos d¨ªas, un Gobierno fue m¨¢s eficaz en la destrucci¨®n de las instituciones de un pa¨ªs, Catalu?a. El Govern y el Parlament han sido sustituidos, en el caos nocturno, por la amalgama desnortada o la may¨²scula anomia, por un estramb¨®tico estado mayor del secesionismo. Un sanedr¨ªn o pinyol oscuro, irresponsable y en nada transparente, que no responde a ning¨²n control democr¨¢tico, sino que manda a los consejeros ¡ªestos s¨ª, responsabilizados en cuerpo y patrimonio ante la justicia¡ª en total desprecio al arrumbado (por ellos) Estatut y sus normas.
Esa mezcla de soviet aficionado, somat¨¦n titubeante y patrulla boy scouts desbrujulada, marcar¨¢ ¨¦poca y les perseguir¨¢ en los sue?os de por vida, en contraste con aquella ¡°cierta manera de hacer las cosas¡± que practic¨® el Molt Honorable Josep Tarradellas... y el general De Gaulle, o el canciller Helmut Kohl, o el presidente Franklin Roosevelt, todos ellos l¨ªderes (de distintas raigambres ideol¨®gicas) que remaron a contracorriente de las pulsiones m¨¢s bajas alimentadas por sus respectivos populismos aut¨®ctonos.
En su d¨ªa m¨¢s dram¨¢tico y decisivo, Carles Puigdemont careci¨® ayer de la osad¨ªa de extraer las consecuencias del agujero en que ¨¦l mismo se hab¨ªa metido, tambi¨¦n empujado por su predecesor, y por sus socios, y por sus periodistas de c¨¢mara.
Pudo haberse percatado de que ha imperado sobre tres supuestos que han sido deconstruidos con estr¨¦pito.
Uno, la unidad de un pueblo catal¨¢n monol¨ªticamente mandatario de una instrucci¨®n de secesi¨®n: las calles han hablado y, claramente, en plural.
Dos, el de una Europa dispuesta a acoger, sol¨ªcita, a quienes desaf¨ªan sus valores ¡ªsu rechazo al ego¨ªsmo nacionalista¡ª, y sus intereses, conservar fronteras y Estados democr¨¢ticos.
Tres, la de un mundo empresarial que aceptar¨ªa sin cosquilleos el ingreso en la inseguridad jur¨ªdica, la exclusi¨®n del manto protector del BCE y el imperio del aliento antisistema en la escena p¨²blica catalana.
Escribi¨® Salvador Espriu que ¡°a veces es necesario y forzoso que un hombre muera por un pueblo, pero jam¨¢s un pueblo por un hombre solo¡±. Pol¨ªticamente. No muera, president, viva para un pueblo.
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