Al otro lado de la delgadez
LAS MADRES del colegio la felicitaron como si acabara de ganar un premio.
¡ª?Pero c¨®mo has adelgazado!
¡ª?Qu¨¦ has hecho?
¡ªTe has quedado estupenda¡
Ella contra¨ªa los labios en una mueca que no llegaba a sonrisa y no daba explicaciones. A veces pensaba que se las merec¨ªan, y calculaba lo a gusto que se quedar¨ªa si les contara la verdad, si les recomendara incluso el mismo m¨¦todo. Luego miraba a sus hijos y se echaba para atr¨¢s. Nada, dec¨ªa, y era la verdad, pero como sab¨ªa de antemano que sus interlocutoras no la creer¨ªan, repet¨ªa el texto de cualquier anuncio, un poco de dieta, ejercicio, beber mucha agua¡
Sus compa?eras de trabajo la miraban en silencio, como si sus ojos pudieran calibrar el volumen que su cuerpo perd¨ªa de d¨ªa en d¨ªa, y se miraban entre ellas despu¨¦s, intentando disimular un gesto de preocupaci¨®n. Lo hac¨ªan tan mal y parec¨ªan tan angustiadas que les cont¨® lo que hab¨ªa pasado con varias semanas de antelaci¨®n sobre sus propios c¨¢lculos. Y primero, antes que las palabras, fueron los abrazos.
¡ª?Pues menos mal!
¡ªS¨ª, porque¡ T¨² estar¨¢s hecha polvo, pero nos tem¨ªamos algo peor.
¡ªImag¨ªnate, adelgazar de esa manera en tan poco tiempo, ?qu¨¦ susto!
Ahora, en la mitad de su vida, cuando todos los que la conocen ya se han acostumbrado a su belleza, sigue siendo una mujer espectacular.
Sus amigas nunca pensaron en una enfermedad grave, porque detectaron su tristeza antes de que empezara a adelgazar. Ninguna fue capaz de descubrir la verdad, sin embargo. Fueron cambiando de hip¨®tesis, de un empeoramiento de la salud de sus padres a problemas laborales, de una depresi¨®n s¨²bita, inexplicable, a un trastorno de alguno de sus hijos, de una emergencia econ¨®mica a una aventura amorosa que hab¨ªa terminado mal, y no acertaron ni remotamente. Cuando por fin les cont¨® lo que hab¨ªa pasado, el silencio se prolong¨® durante minutos enteros.
¡ªNo me lo puedo creer.
¡ªYo tampoco.
¡ªEs que es incre¨ªble.
Y la reacci¨®n de los amigos de su marido fue tan id¨¦ntica como si estuvieran repitiendo las frases escritas en el mismo guion. Nadie se lo cre¨ªa, pero eso no la consol¨®. Al contrario, comprobar que quienes la rodeaban jam¨¢s habr¨ªan sido capaces de descubrir la verdad por s¨ª solos la sumi¨® en una perplejidad que ahond¨® su amargura.
¡ªSi acaso al rev¨¦s, ?no?
¡ªYa, eso estaba yo pensando, que al contrario ser¨ªa m¨¢s l¨®gico.
¡ªYo cre¨ªa que hab¨ªas adelgazado tanto para volver al mercado, f¨ªjate¡
Ella siempre ha sabido que es guapa, muy guapa, incluso demasiado guapa. Cuando era m¨¢s joven, tanta belleza hab¨ªa representado un problema para su carrera profesional, porque sus interlocutores varones se quedaban tan embobados mir¨¢ndola que apenas la escuchaban, porque ciertas mujeres se pon¨ªan autom¨¢ticamente en contra suya antes de que tuviera tiempo para abrir la boca, porque en los departamentos de personal intu¨ªan que tanto esplendor acabar¨ªa creando problemas. Era consciente de eso y hab¨ªa luchado para imponerse a su belleza sin renunciar a ella, aunque a menudo ese don la hab¨ªa obligado a acumular brillantez y horas de trabajo, a hacer las cosas el doble de bien de lo que le habr¨ªan exigido a una chica mona a secas.
Ahora, en la mitad de su vida, cuando todos los que la conocen ya se han acostumbrado a su belleza, sigue siendo una mujer espectacular, tan guapa que, al mirarla, nadie echa de menos la juventud que la ha abandonado, ni se detiene en unas arrugas incapaces de matizar siquiera su perfecci¨®n. Hace poco, mientras tantas mujeres de su edad se planteaban aprovechar los ¨²ltimos rescoldos de su suerte, lanzarse a una pasi¨®n tard¨ªa y suicida, poner su vida boca abajo para alargar un poco el fervor, para retrasar unos a?os la despedida, ella estaba tranquila, volcada en su carrera, en sus hijos, en una vida razonablemente satisfactoria, definitiva. Hasta que un buen d¨ªa, sin crisis, sin dramas, sin amor, sin desamor, sin pasi¨®n, sin terceras personas, su marido la dej¨®. Le dijo que no quer¨ªa seguir viviendo con ella, que quer¨ªa estar solo, que no estaba bien. Ni una palabra m¨¢s.
As¨ª empez¨® a adelgazar. No lo busc¨®, no se lo propuso, no dej¨® de comer, y sin embargo fue perdiendo peso como si su cuerpo tuviera una voluntad propia, aut¨®noma, desligada de la suya.
Hasta hoy. Hoy acaba de pesarse. Ha engordado 150 gramos y, por fin, ha visto que hay luz al otro lado de la delgadez.
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