¡°Se?or, ciudadanos del mundo¡±
Pasqual Maragall, actor y testigo de un momento de esperanza y desacuerdo
Jaume Bad¨ªa, que trabaj¨® al lado del alcalde Pasqual Maragall y que luego fue su colaborador cuando el nieto del poeta ocup¨® el cargo de president de la Generalitat, titula La tregua ol¨ªmpica al episodio m¨¢s difundido de la vida de este personaje esencial para entender la reciente historia catalana en relaci¨®n con Espa?a. Desde la esperanza al actual declive, tan triste, tan entristecedor.
Est¨¢ ese texto en un libro grueso y plural (Pasqual Maragall. Pensamiento y acci¨®n. RBA, 2017) y acompa?an al colaborador y amigo del president Jaume Belmunt, Quim Brugu¨¦, Joan-Fuster-Sobrepere y Oriol Nel.lo, estudiosos de la figura que ahora lo contempla todo desde la enfermedad que nos priv¨® de su pasi¨®n inteligente.
Merece la pena detenerse en el cap¨ªtulo de Bad¨ªa pues versa sobre ese discurso que Maragall pronunci¨® en la inauguraci¨®n ol¨ªmpica de 1992 y en el que trabaj¨® como si estuviera preparando un poema, o un manifiesto, sobre las aspiraciones de Barcelona en su relaci¨®n con el mundo y, claro est¨¢, con Espa?a. Bad¨ªa glosa as¨ª el principio de dicho discurso:
¡°Cuando habla [Maragall], las pausas, los gestos, las miradas, las inflexiones de la voz ¨Cpor heterodoxo o desajustado que les parezca a los profesionales de la comunicaci¨®n¡ª todo tiene una intencionalidad, un sentido. Tambi¨¦n en esta ocasi¨®n. Maragall dice:
¡ªSe?or, ciudadanos del mundo.
La primera palabra que pronuncia va dirigida al Rey de Espa?a¡±, prosigue Bad¨ªa. ¡°M¨¢xima concisi¨®n, pues, al atenerse a las normas del protocolo, seguida de un saludo a la ciudadan¨ªa mundial. El saludo al rey Juan Carlos ha desaparecido de la mayor¨ªa de las transcripciones del discurso de Maragall de aquella noche. Pero existi¨®¡±.
Ah¨ª incide Bad¨ªa en ese mismo instante. ¡°Y no se puede pasar por alto la relaci¨®n que Maragall mantuvo siempre con la Corona espa?ola y, de manera especial, durante el periodo de la nominaci¨®n ol¨ªmpica y de preparaci¨®n de los Juegos. Pero tambi¨¦n despu¨¦s¡±. Esa relaci¨®n, ¡°de respeto y simpat¨ªa¡±, fue mantenida por el president ¡°hasta el final de su carrera pol¨ªtica, hasta el proceso mismo de reforma estatutaria de 2005-2006, cuando el por entonces presidente de Catalu?a intentar¨ªa jugar una de sus ¨²ltimas bazas buscando el apoyo del Rey, antes de su adi¨®s a Espa?a¡±.
Es ah¨ª, en esa ventolera general que recuerda Bad¨ªa y que sigue sacudiendo la conciencia del conflicto, donde entra la vigencia de la actual melancol¨ªa, pues ni Maragall puede explicar en este mismo momento c¨®mo quiso ¨¦l que fuera el Estatut tachado, ni tampoco puede recordar ya c¨®mo quiso ¨¦l que ese documento fuera m¨¢s un poema para recitar en las escuelas que un hato abigarrado de leyes y fronteras.
Por eso, quiz¨¢, esta sombra del tiempo, que no s¨®lo ha ca¨ªdo sobre Maragall, sino sobre este pa¨ªs dif¨ªcil, ha hecho desaparecer la palabra Se?or ¡°de la mayor¨ªa de las transcripciones¡± de ese discurso ol¨ªmpico del gran alcalde. Queda por averiguar tambi¨¦n por qu¨¦ ya se habla tan poco, como si ese combate se hubiera borrado, de la querella sin fin que Artur Mas le puso al nieto del poeta por decirle Maragall, en sede parlamentaria, al arquitecto actual del adi¨®s que su problema (el suyo y el de los suyos) era el tres por ciento.
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