Tal d¨ªa como hoy alguien dijo: ¡°Doctor Livingstone, supongo¡±. O puede que no.
El 10 de noviembre de 1871 Henry Stanley encontr¨® al m¨¢s famoso de los exploradores africanos, David Livingstone. Pero la frase que inmortaliz¨® aquel encuentro puede que nunca se pronunciara.
Tal d¨ªa como hoy, un 10 de noviembre pero de 1871, Henry Morton Stanley encontr¨® al explorador escoc¨¦s David Livingstone en Ujiji, una remota aldea perdida a orillas del lago Tanganika. Teniendo en cuenta que ?frica tiene m¨¢s de 30 millones de kil¨®metros cuadrados, que Livingstone llevaba m¨¢s de seis a?os caminando por el interior del continente -los dos ¨²ltimos sin dar se?ales de vida- y que faltaba como poco siglo y medio para que se inventara Google Maps y la geolocalizaci¨®n, coincidir¨¢n conmigo en que Stanley era un tipo con suerte. Vamos, que tuvo una potra de las que hacen historia. Y nunca mejor dicho.
De aquel encuentro sali¨® la c¨¦lebre frase, ¡°Doctor Livingstone, supongo¡±, con la que Stanley se dirigi¨® a Livingstone cuando lo encontr¨® en Ujiji despu¨¦s de 296 terribles d¨ªas de viaje en su b¨²squeda. Un paradigma de la flema brit¨¢nica y un corolario perfecto de un siglo ¨¦pico de exploraciones africanas liderado por los gentleman victorianos. Stanley, que era periodista, es decir, un tipo que habr¨ªa vendido a su venerable madre por una buena exclusiva, escribi¨® esa m¨ªtica frase por primera vez en el reportaje que public¨® a la vuelta del viaje. Fue el 10 de agosto de 1872 y en el New York Herald, el peri¨®dico que hab¨ªa confiado en ¨¦l y que se hab¨ªa fundido la nada desde?able cantidad de 20.000 d¨®lares para costear una expedici¨®n en busca del brit¨¢nico m¨¢s medi¨¢tico de la segunda mitad del siglo XIX: el doctor Livingstone (s¨ª, hubo una ¨¦poca en que la portada de los peri¨®dicos la llenaban sesudos exploradores y no participantes de Gran Hermano). La frase vuelve a aparecer en el cap¨ªtulo 11 de su libro How I found Livingstone, un tocho de 700 p¨¢ginas que fue un bestseller de la ¨¦poca.
?Afirmar ¡°Doctor Livingstone, I presume¡± (supongo) al encontrarse frente a frente con el ¨²nico blanco que en 1871 viv¨ªa en millones de kil¨®metros a la redonda puede parecer una estulticia, pero bien pensado, desde el punto de vista medi¨¢tico era una frase flem¨¢tica, redonda, con gancho. El inicio perfecto para un gran reportaje sobre una gran gesta. Solo que, con toda probabilidad¡. esa frase nunca fue pronunciada.
Casi todos los bi¨®grafos de Stanley, entre ellos Tim Jeal ¨Cconsiderado la gran autoridad sobre el tema-, o Beau Riffenburh, que prologa la versi¨®n inglesa de How I found Livingstone, o incluso Peter Forbath, autor del enciclop¨¦dico El r¨ªo Congo: descubrimiento, exploraci¨®n y explotaci¨®n del r¨ªo m¨¢s dram¨¢tico de la tierra coinciden en que fue un invento de Stanley, que haciendo honor a la parte m¨¢s canalla de la profesi¨®n puso en pr¨¢ctica aquello de no dejes que la realidad te estropee un buen reportaje.
Las dudas se basan en que en el diario de Stanley las p¨¢ginas correspondientes a ese 10 de noviembre de 1871, el d¨ªa m¨¢s importante de su vida y el que cambio su designio, est¨¢n arrancadas. ?Para ocultar algo?
Tampoco Livingstone menciona en sus diarios que esa fuera la f¨®rmula de cortes¨ªa con la que ambos se saludaron. El escoc¨¦s cita por primera vez la aparici¨®n de Stanley en Ujiji en la entrada del 30 de octubre de 1871 y dice as¨ª:
"En la ma?ana del 28 vi a Souzi que llegaba corriendo y casi sin aliento y me lanz¨® estas palabras: ?`Un ingl¨¦s, yo lo he visto¡¯. Y as¨ª diciendo parti¨® como una flecha. Luego vi aproximarse una caravana. La bandera de Estados Unidos, que flotaba en primer t¨¦rmino, me indicaba la nacionalidad del viajero. Vi fardos de mercanc¨ªas, ollas, cacerolas, tiendas de campa?a, etc. Lo cual me hizo pensar que el reci¨¦n venido era rico y espl¨¦ndido, pero confieso que no adivinaba quien pudiera ser el extranjero. Era Henry Stanley, corresponsal del New York Herald, enviado por James Gordon Bennet, hijo, a costa de m¨¢s de 20.000 d¨®lares para adquirir noticias del doctor Livingstone y en caso de estar muerto, para buscar mis huesos y llevarlos al pa¨ªs¡±
Ni rastro de la frase. En opini¨®n de Jeal, Stanley vivi¨® toda su vida obsesionado por una infancia de pobreza y desarraigo, tratando ¨Csin ¨¦xito- de ser aceptado en una alta y elitistas sociedad victoriana, que pese a sus logros nunca lo consider¨® uno de los suyos. Y sabiendo de la importancia medi¨¢tica que tendr¨ªa aquel encuentro tuvo tiempo durante los cuatro meses que dur¨® su viaje de vuelta de perge?ar un momento m¨¢s solemne ¨Cacorde a lo que hubiera hecho uno de aquellos grandes exploradores victorianos- de lo que en realidad tuvo que ser.
Ni siquiera la fecha del encuentro es segura. La historia oficial lo sit¨²a el 10 de noviembre. Pero como hemos visto, Livingstone en su diario dej¨® escrito que fue el 28 de octubre. Aunque m¨¢s tarde reconoci¨® que al estar tan enfermo igual pudo confundirse varias semanas. La fecha del 10 la dio Stanley, pero tambi¨¦n m¨¢s tarde se desdijo apuntando que igual el viaje hab¨ªa durado una o dos.
Sea como fuere, el 28 de octubre o el 10 de noviembre, con o sin frase flem¨¢tica, aquel encuentro fue hist¨®rico porque marc¨® el curso de las exploraciones africanas. Stanley lleg¨® a Ujiji siendo un periodista joven y ambicioso -el t¨ªpico trepa -, y sali¨® convertido en un experto africanista. En los cuatro meses que pasaron juntos surgi¨® entre ambos una gran amista paterno filial. Livingstone que por entonces ten¨ªa 58 a?os, adopto a Stanley (de 30) como a un hijo. Viajaron juntos circunvalando parte del lago Tanganika y Livingstone no tuvo reparos en ense?arle todas las t¨¦cnicas y trucos para sobrevivir en el ?frica del siglo XIX. Stanley volvi¨® a EEUU fascinado por el carisma y la humanidad del viejo explorador. Dispuesto a honrar su figura y a terminar su trabajo.
Tan solo tres a?os m¨¢s tarde, en 1874, Stanley volvi¨® a ?frica con una expedici¨®n financiada a medias por el Daily Telegraph brit¨¢nico y el New York Herald estadounidense, y de una sola tacada en otro ¨¦pico viaje de 900 d¨ªas resolvi¨® todos los enigmas geogr¨¢ficos que quedaban por resolver y que no hab¨ªa podido desentra?ar ni el propio Livinstone ni Burton ni Grant ni Speeke: cu¨¢les eran las fuentes del Nilo, hacia d¨®nde flu¨ªa el Lualaba y el seguimiento del r¨ªo Congo hasta su desembocadura.
Stanley, el ambicioso periodista que se invent¨® lo de "Doctor Livingstone, supongo", termin¨® siendo el m¨¢s grande de los exploradores africanos.
L¨¢stima que luego las malas compa?¨ªas, en especial de la Leopoldo, rey de los belgas, empa?ara su curr¨ªculo. Pero esa es otra historia.
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