Impaciencia y caso omiso
HE HABLADO muchas veces de la imparable infantilizaci¨®n del mundo y de c¨®mo se est¨¢n fabricando generaciones de adultos mimados que no toleran las frustraciones ni las negativas ni las imposibilidades. Lo m¨¢s grave es que esta actitud se haya trasladado a la pol¨ªtica y a las colectividades, y buena prueba de ello es la ya agotadora crisis de Catalu?a: una parte de la poblaci¨®n anhela una cosa (le ¡°hace tanta ilusi¨®n¡±, como arguy¨® hace mil a?os una aspirante a escritora empe?ada en obligarme a leer sus textos), y ha de conseguirla por encima de la voluntad de todos, mediante trampas infinitas si es menester, y en contra del principio de realidad. Cada vez hay m¨¢s gente avasalladora e impaciente, dispuesta a tocar todas las teclas aunque sepa que la mayor¨ªa no van a surtir efecto.
Mi casa tiene dos puertas, una detr¨¢s de otra. La primera da a un pasillo que comparto con una vecina, largo y en forma de L. Junto a esa primera puerta hay dos timbres. En uno se lee ¡°JM¡± y en el otro ¡°CC¡±. Obviamente mi vecina no es JM ni yo soy CC, lo cual no impide que un buen porcentaje de los que la visitan a ella pulse el timbre de JM y otro notable de los que me visitan a m¨ª pulse el de CC. Una y otra vez nos disculpamos rec¨ªprocamente por las molestias, y s¨®lo nos explicamos el fen¨®meno as¨ª: muchos individuos son tan impacientes que, incapaces de esperar unos segundos a que ella o yo lleguemos a esa puerta primera, prueban a llamar al otro timbre creyendo que con eso lograr¨¢n su prop¨®sito (logran que se les franquee el primer paso, pero no el segundo, que es de lo que se trata). Bien, un se?or al que no conozco de nada, y que por lo visto utiliza la misma m¨¢quina Olympia Carrera de Luxe a la que me he referido en varias columnas, telefonea a mi gran amiga Mercedes L¨®pez-Ballesteros, que tambi¨¦n me echa una mano en mis tareas, y la interroga implacablemente sobre c¨®mo hacer para que tal o cual tecla lo obedezca, o c¨®mo comprar cintas y dem¨¢s, como si ella ¡ªo yo, por extensi¨®n¡ª fu¨¦ramos un manual de instrucciones o unos proveedores, y adem¨¢s no tuvi¨¦ramos otra cosa que hacer. Ella le contesta que no tiene idea, que quien usa la Olympia soy yo y no ella (que trabaja con ordenador), y que no lo puede ayudar. Al se?or en cuesti¨®n eso le da igual: quiere ver su problema resuelto a toda costa y le insiste. ¡°?No entiende usted que yo no le sirvo?¡± No, no lo entiende y contin¨²a explic¨¢ndole, impert¨¦rrito, la funci¨®n supuesta de la tecla rebelde. Est¨¢ a lo suyo y nada m¨¢s, engrosando las filas de los que en sentido figurado llamamos ¡°autistas¡± (seg¨²n el DLE: ¡°Dicho de una persona: Encerrada en su mundo, conscientemente alejada de la realidad¡±; esa definici¨®n que tanto indigna a los enfermos de autismo y que exigen prohibir, sin darse cuenta, una vez m¨¢s, de que la gente dice lo que le parece y da a las palabras el sentido que quiere, y que el Diccionario est¨¢ obligado a reflejarlas sin m¨¢s).
Sea como sea, m¨¢s vale que quien quiera algo de m¨ª, no haga caso omiso de sus palabras y la trate con exquisitez.
A Mercedes, que atiende los mails y me imprime los que yo deba ver, a menudo se la llevan los demonios. No s¨¦, a la petici¨®n de que vaya a un sitio a dar una charla, contesta, por ejemplo, que estoy terminando una novela y no me a?adir¨¦ viajes hasta que la acabe, o que estoy en plena promoci¨®n de la novela reci¨¦n publicada y sin tiempo para nada m¨¢s, o que estar¨¦ fuera durante tal y cual meses. Con frecuencia recibe una respuesta que hace caso omiso de la suya y le dice, quiz¨¢: ¡°Preferir¨ªamos que el se?or M viniese un jueves, porque ese d¨ªa no hay Copa de Europa y acude m¨¢s gente a este tipo de eventos¡± (la est¨²pida palabra ¡°eventos¡± por doquier). Mercedes se desespera y se pregunta c¨®mo leen y c¨®mo funcionan las cabezas de sus interlocutores. Otras veces alguien pide algo (un bolo, una entrevista, lo que sea). Acepto, y propongo tal o tal fecha a tal hora. ¡°Es que esos d¨ªas no me vienen bien¡±, es con frecuencia la contestaci¨®n. ¡°Mejor el domingo a las ocho de la ma?ana¡±. La persona que pide algo olvida al instante que la interesada es ella y no yo. Que yo no le he solicitado nada, sino al rev¨¦s, y que m¨¢s le valdr¨ªa coger p¨¢jaro en mano, si tanto es su inter¨¦s. As¨ª, no es nada raro que quien ruega algo, luego ponga trabas y lo dificulte. Hoy hab¨ªa reservado la tarde para contestar por escrito a una entrevista mexicana. Hab¨ªa accedido siempre y cuando tuviera las preguntas hoy como tarde, para poder cumplir durante el fin de semana. No han llegado, claro est¨¢, pero seguramente pretender¨¢n que las conteste cuando ya no disponga de tiempo o me venga fatal, y se soliviantar¨¢n si no los complazco cuando decidan ellos. Mercedes ¡°se venga¡± inconsciente y discretamente: al entregarme los mails impresos, a veces a?ade algo a mano: ¡°Este es un pesado¡±, o ¡°Este es un grosero¡±, o bien ¡°Este me da pena¡± o ¡°Este es encantador¡±. No voy a negar que esas observaciones me influyen, aunque ella no las haga con esa intenci¨®n, sino s¨®lo con la de ¡°comentar¡±. Sea como sea, m¨¢s vale que quien quiera algo de m¨ª, no haga caso omiso de sus palabras y la trate con exquisitez.
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