La esperanza como vara de medir la pol¨ªtica
Las promesas ut¨®picas terminan por postergar la resoluci¨®n de los problemas concretos
Las bases de la plataforma ciudadana de Ada Colau fueron llamadas a pronunciarse sobre el pacto con los socialistas en el Ayuntamiento de Barcelona. De los 10.000 inscritos participaron 3.800 y fueron 2.059 los que se inclinaron por fulminar la alianza, frente a 1.736, el 45,68%, que prefer¨ªa que ambas fuerzas siguieran trabajando juntas. Parece ser que entre los seguidores de Barcelona en Com¨² hab¨ªa cundido el descontento porque gobernara con un partido que apoyaba la aplicaci¨®n del art¨ªculo 155. Por lo que se ve, urg¨ªa pronunciarse y la alcaldesa decidi¨® sortear tesitura trasladando la decisi¨®n a su gente.
Hay quienes interpretan que ese acto de ¡°radicalidad democr¨¢tica¡±, esos fueron los t¨¦rminos que Colau utiliz¨® para definir su iniciativa, no significa otra cosa que ganas de bailarle el mambo a los independentistas. El proc¨¦s ha tenido siempre un punto festivo y nunca viene mal subirse a la corriente del entusiasmo. La radicalidad democr¨¢tica de Colau le hace as¨ª un gui?o a la radicalidad democr¨¢tica de la que siempre han presumido los soberanistas, y que les sirvi¨® para masacrar de un zarpazo las reglas de juego de la Constituci¨®n y el Estatut.
Vienen elecciones, luego har¨¢n falta alianzas e igual podr¨ªan juntarse Esquerra y los comunes para gobernar Catalu?a. Comparten esa manera de hacer pol¨ªtica que se sostiene en cultivar la esperanza de sus seguidores. Esquerra y el resto de los secesionistas levantaron con tes¨®n la Arcadia feliz de la independencia. Lo de los comunes tiene m¨¢s que ver con un tuit que lanz¨® uno de los fundadores de Podemos a prop¨®sito del golpe de los bolcheviques de 1917: ¡°Lleg¨® la revoluci¨®n y hubo esperanza¡±. No cuentan gran cosa ni las checas, que empezaron enseguida, ni el horror del Gulag.
Hay otro punto de contacto, su visi¨®n cr¨ªtica del consenso que forjaron distintas fuerzas pol¨ªticas espa?olas tras la muerte de Franco para conquistar la democracia (no la radical, la otra). Santos Juli¨¢ reconstruye en su libro sobre la Transici¨®n la ¨¦poca del desencanto. Cuenta que en amplios sectores fue calando la idea que sosten¨ªa Jos¨¦ Vidal-Beneyto, uno de los referentes intelectuales de aquellos a?os, que ¡°no hab¨ªa pasado nada de lo que nuestra esperanza esperaba¡±. ¡°Argumento ciertamente singular¡±, dice Juli¨¢, ¡°puesto que med¨ªa el valor de lo ocurrido¡±, el complicad¨ªsimo andamiaje para salir de una larga y cruel dictadura, ¡°con el metro de nuestra esperanza¡±.
Tuvo que ser un historiador brit¨¢nico, Raymond Carr, quien finlamente advirti¨® que todo ese desencanto, que alimenta ahora a los cr¨ªticos del ¡°r¨¦gimen del 78¡±, estaba basado en ¡°una falsa concepci¨®n de la democracia y de lo que ¨¦sta es capaz de conseguir¡±. Santos Juli¨¢ lo dice de otra manera. Durante aquellos a?os, ¡°entre ejercicio de poder o cultivo de la utop¨ªa, hab¨ªa que optar: o una cosa o la otra. ?Qui¨¦n ha visto alguna vez a un ut¨®pico, de los de verdad, administrando el presupuesto de un ministerio?¡±. Pues eso: medir las pol¨ªticas concretas con el metro de la esperanza no es nunca una buena idea.
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