Hay otros mundos, pero est¨¢n en este
Las identidades son siempre m¨²ltiples y no deber¨ªan empobrecerse para servir a una bandera

La manada, la tribu, la naci¨®n, el pueblo. Hay verdadero pavor en los ¨²ltimos a?os a desengancharse del grupo, y a perderse en las cosas de cada uno. As¨ª que lo habitual es tirar el ancla para fijarla de manera firme en alg¨²n lugar que d¨¦ calor y que sirva para confirmar que s¨ª, que eres de los nuestros. Los expertos suelen referirse a la globalizaci¨®n para entender esa querencia: la gente busca afinidades para no extraviarse en esa vaga nebulosa donde existe tanta diversidad. Hay otros que entienden que son conductas provocadas por la crisis econ¨®mica, y es que si no fuera por los m¨¢s pr¨®ximos podr¨ªas haber sido fulminado. Otra interpretaci¨®n m¨¢s: Internet te abre a un mundo tan vasto y ajeno que m¨¢s vale buscar ah¨ª a tus afines y darle al ¡°me gusta¡±.
La peste de las identidades est¨¢ a la orden del d¨ªa. Es necesario y urgente pertenecer a algo, vestir las mismas camisetas, levantar las mismas banderas, aspirar a una pureza intachable, ser aut¨¦nticamente de izquierdas, tener ra¨ªces, no cometer traici¨®n. De lo que se trata, antes que nada, es de compartir unas se?as de identidad y de tener localizado al enemigo. Cuando reflexiona sobre los afanes de tantos por legitimar la propia causa en su ¨²ltimo libro, La flecha (sin blanco) de la historia, el fil¨®sofo Manuel Cruz cita unas observaciones de un art¨ªculo de Tzvetan Todorov publicado en estas p¨¢ginas: ¡°Cuando uno atribuye todos los errores a los otros y se cree irreprochable, est¨¢ preparando el retorno de la violencia, revestida de un vocabulario nuevo, adaptada a unas circunstancias in¨¦ditas. Comprender al enemigo quiere decir tambi¨¦n descubrir en qu¨¦ nos parecemos a ¨¦l¡±.
Nada m¨¢s alejado de la corriente que hoy se impone, donde lo que sobre todo importa es ser de la manada, de la tribu, de la naci¨®n, del pueblo. Hay, sin embargo, otros mundos y, por extra?o que parezca, est¨¢n en este.
Por ejemplo, William Morris. Vivi¨® en la Inglaterra victoriana y tuvo tiempo para hacer de todo. Fue dise?ador, artesano, empresario, poeta, ensayista traductor, bordador, tejedor, impresor, tip¨®grafo, editor, agitador pol¨ªtico, etc¨¦tera. Una exposici¨®n recoge una amplia muestra de su obra en la Fundaci¨®n Juan March de Madrid, y en su sala de conferencias record¨® el escritor Ignacio Peyr¨® hace unos d¨ªas que uno de los caminos que explor¨® para forjar sus derroteros espirituales fue el de regresar al medievo. En la Inglaterra cargada de humo y manchada con el holl¨ªn de las f¨¢bricas de la era industrial, Morris eligi¨® el lustre de los ideales caballerescos y el esplendor de las catedrales g¨®ticas.
Proced¨ªa de una buena familia, jam¨¢s tuvo dificultades econ¨®micas, ten¨ªa las antenas puestas para atrapar cuanto contribuyera a conquistar m¨¢s belleza. Pero las injusticias lo exasperaban. As¨ª que se meti¨® en pol¨ªtica, entregado a difundir la causa socialista. Hay otros mundos, s¨ª, pero est¨¢n en este. Y frente a cuantos reclaman las identidades sin m¨¢cula, confirman que las cosas son m¨¢s complejas, que somos mestizos y que, ay, tambi¨¦n llevamos al enemigo dentro.
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