A la hermana perdida
La relaci¨®n entre hermanos puede llegar a ser complicada. Uno no elige a la familia. En esa tesitura, el autor opta por recuperar el apego.
NUNCA TE QUISE, aunque eras la hermana mayor, risue?a, muy vivaz, muy guapa. Y t¨² nunca te interesaste por m¨ª, quiz¨¢ porque la diferencia de m¨¢s de siete a?os me daba un rol superfluo en la familia, donde mi nacimiento, debido a una enc¨ªclica del papa P¨ªo XII que hizo mella en nuestros padres, alter¨® el orden establecido de la parejita, chica y chico, que formabais t¨² y tu hermano, mi siempre querido hermano.
Te fuiste, camino de un matrimonio por amor y un viaje de bodas demasiado corto, siendo yo todav¨ªa un ni?o c¨¢ndido que empezaba a leer lo que encontrara por casa. T¨² no le¨ªas. Parec¨ªas la m¨¢s feliz, en tu simpat¨ªa, cuando, ya madre de tres hijos, tu vida se estanc¨® en la ciudad de provincias de la que nunca saliste. Un d¨ªa, pasados los a?os, tuvimos una conversaci¨®n que empez¨® banal y acab¨® tensa. Tu marido viv¨ªa apartado, a pocos kil¨®metros de vuestro domicilio de casados, y tus hijos ten¨ªan vida propia; entend¨ª por ciertas alusiones que la m¨ªa no te gustaba, ni mis amistades. ¡°?Eres feliz as¨ª?¡±. ¡°Mi felicidad la sigo buscando, pero mientras busco me siento bien¡±, te contest¨¦, a?adiendo: ¡°Y t¨², ?eres t¨² feliz, aqu¨ª y sola? Desde tu boda no has vuelto a viajar, con lo que te gustaba, siempre lo dec¨ªas, conocer mundo¡±. Tu mirada se apart¨® de m¨ª y saliste de la habitaci¨®n.
No te hab¨ªa querido nunca, ni t¨² a m¨ª, pero al ver que me levantaba y me pon¨ªa el abrigo tus ojos se llenaron de l¨¢grimas
Tus tres hijos me acercaron a ti. Mi fantas¨ªa era que ninguno se te parec¨ªa, en el car¨¢cter, en la determinaci¨®n, en sus ganas de libertad. T¨² te enfrascabas en tu vida, llena de pasatiempos estramb¨®ticos, pero no desdichada en apariencia. Yo sent¨ªa que te amargabas. Te sulfuraban los cantantes afeminados de la tele, y en la democracia la pol¨ªtica nos distanci¨® a¨²n m¨¢s. Muri¨® nuestro padre, al que t¨² adorabas, y fue como si la pervivencia de mam¨¢ te resultara injusta, sin reconocer que era ella quien sufr¨ªa la injusticia de una soledad prematura despu¨¦s de una larga y plena felicidad conyugal que ni t¨² hab¨ªas conseguido ni yo me vi con arrestos para establecer con nadie. Te desocupaste de nuestra madre, te impacientaste con ella cuando, cumplidos ya los 80, se hizo d¨¦bil, perdi¨® del todo el o¨ªdo, se recluy¨® anhelando la compa?¨ªa de los nietos y las excursiones aventureras conmigo lejos de la ciudad de provincias. Ella viaj¨® hasta el fin. T¨² no. Muri¨® mam¨¢ y no te sent¨ª hermana de ese luto.
Cuando ten¨ªas la edad que hoy es la m¨ªa, tus dos hijas te llevaron al m¨¦dico. Eras fuerte, no parabas de re¨ªr y de hablar, pero a ratos te ibas del mundo. Al acabar la consulta, en vez de saludar al facultativo, te dirigiste al ordenador en el que hab¨ªa ¨¦l tomado tu historial y le diste la mano al aparato. Una confusi¨®n que nos divirti¨® a todos, por lo que ten¨ªa de acto fallido un tanto novelesco. Fue el primer s¨ªntoma de un deterioro veloz. La p¨¦rdida de la cabeza, de la voz, tu bonita voz, de los deseos de salir, de la gana de comer, de la necesidad de estar guapa e ir limpia. Hace tres a?os, ya callada, a¨²n quedaban sonrisas en tus labios pintados por tus hijas para darle a tu cara un resto de coqueter¨ªa. Ellas rehacen cada d¨ªa tu vida con su sacrificio voluntario, en tu casa, en la casa que fue de nuestra madre.
El invierno pasado tuve un acto literario en la ciudad donde crecimos, y fui a visitarte. No hablabas ni te pod¨ªas mover sola; parec¨ªas contenta. No te hab¨ªa querido nunca, ni t¨² a m¨ª, pero al ver que me levantaba y me pon¨ªa el abrigo tus ojos se llenaron de l¨¢grimas. ?Sab¨ªas qui¨¦n se iba de aquella casa? ?Sab¨ªas t¨² qui¨¦n era yo? Baj¨¦ a la calle conmocionado.
Ahora que est¨¢s perdida en ti misma para siempre quiero tener de ti, con esas l¨¢grimas sin nombre, el recuerdo de lo que no hubo: un apego que nunca se mostr¨® y tal vez en alg¨²n lugar de nosotros exist¨ªa.?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.