Dios mortal

En un pr¨®ximo futuro, el conflicto catal¨¢n ser¨¢ una fuente inmensa de estudios sobre el lenguaje pol¨ªtico y sobre c¨®mo el juego con el significado de las palabras se pone al servicio de fines de distinta ¨ªndole. Siempre que alguno de sus protagonistas hace una u otra declaraci¨®n dan ganas de decirle: espere, def¨ªname la palabra ¡°di¨¢logo¡±, ¡°democracia¡±, ¡°libertad¡±, ¡°pueblo¡±, y tantas otras. Desde luego, como ya sabemos desde Tuc¨ªdides, esto no es nuevo ni excepcional, sino una de las caracter¨ªsticas propias del discurso pol¨ªtico. Sobre todo en situaciones de polarizaci¨®n pol¨ªtica, que es cuando las palabras funcionan como armas dirigidas al adversario y contribuyen a unificar al Nosotros frente al Ellos.

Un buen ejemplo de esto mismo es el recurso del independentismo a una polarizaci¨®n entre un concepto c¨¢lido y cercano, el ¡°pueblo catal¨¢n¡±, que se opone a otro fr¨ªo y distante, el ¡°Estado¡±. Para muestra un bot¨®n, las recientes declaraciones de Marta Rovira cuando se?al¨®: ¡°la v¨ªa unilateral no existe, es un invento del Estado¡±. Si hubiera dicho ¡°Gobierno¡± la cosa estar¨ªa clara, pero ?Estado? Me recuerda a esas declaraciones que, por ejemplo, a veces se les escapan a los meteor¨®logos cuando dicen que ¡°hoy llover¨¢ en todo el Estado¡± y uno no puede menos que imaginarse a todos los ministerios, ayuntamientos y otras instituciones p¨²blicas con sus archivadores y ordenadores empapados y a los funcionarios bajo el paraguas.

Es bien sabido, en todos los nacionalismos perif¨¦ricos Espa?a o la naci¨®n espa?ola no existen, son ¡°el Estado¡±. O sea, ese Leviat¨¢n que disciplina, amenaza y, llegado el caso, ejerce la violencia. Pretenden ignorar as¨ª que sus propias instituciones de autogobierno son tambi¨¦n parte de ese Estado. S¨ª, del ¡°Estado espa?ol¡±. No son un otro, sino parte de lo mismo y eso es lo que no se acepta. Adem¨¢s, lo que por un lado se denigra, por otro se convierte en la utop¨ªa, en el punto de llegada ideal. El nacionalista Estado quiere. Aunque habr¨ªa que decir, Estado propio, ese que s¨ª estar¨ªa dotado de alma.

?Pobre Estado! Sufre la pertinaz sequ¨ªa o se empapa con las borrascas, ¡°inventa¡± (Rovira dixit), conspira y act¨²a como si fuera ese monstruo antropom¨®rfico que Hobbes hizo pintar en el frontispicio de su Leviat¨¢n y al que calificara como ¡°dios mortal¡±. ?C¨®mo no aprovecharlo como destinatario de todos los males y agravios? Pero para eso hay que personalizarlo ¨Cpara que puedan imput¨¢rsele pasiones negativas¨C y despersonalizarlo a la vez ¨Cpara percibir su crudeza mec¨¢nica¨C. ¡°Mitad animal, mitad m¨¢quina¡±, como dec¨ªa el autor ingl¨¦s.

Por esto mismo, funciona como la perfecta encarnaci¨®n del otro, un otro despiadado e impersonal que evita tener que referirse a las personas concretas a las que representa, los espa?oles.

Recordemos, Estado somos todos y, en democracia, de todos depende la forma que vaya a asumir y las limitaciones a sus excesos. Tambi¨¦n de los catalanes.