Contra el antipopulismo
Los conservadores y la izquierda populista adoran el antagonismo. La obsesi¨®n por la estabilidad de los primeros resulta hiriente para quienes est¨¢n en desventaja; los segundos consideran la democracia como una cadena de ¡®big-bangs¡¯ constituyentes
Los conservadores ignoran con demasiada facilidad las asimetr¨ªas del poder constituido y tienen demasiado miedo a las posibilidades que abre todo proceso constituyente, cualquier intervenci¨®n abierta del pueblo; de ah¨ª su escaso entusiasmo ante las reformas constitucionales, los movimientos sociales, los plebiscitos o la participaci¨®n en general. La izquierda populista, por el contrario, acostumbra a sobrevalorar esas posibilidades y a desentenderse de sus l¨ªmites y riesgos. Unos dan las alternativas por imposibles y otros por evidentes. Para los primeros, cualquier cosa que se mueva es un desbordamiento; para los segundos, la espontaneidad popular es necesariamente buena.
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Este es el marco de discusi¨®n en el que se plantea la cr¨ªtica de ??igo Errej¨®n al reciente libro de Jos¨¦ Mar¨ªa Lassalle Contra el populismo (Babelia, 9 de septiembre, r¨¦plica el 15 de septiembre), quienes representan por cierto las versiones mas liberales y mejor razonadas de sus respectivas familias pol¨ªticas. Como suele ocurrir en estos casos, tras un encarnizado debate hay m¨¢s cosas en com¨²n de las que parecen, entre otras, una divisi¨®n del campo pol¨ªtico muy binaria y antagonista (la estabilidad frente al desorden o los de arriba contra los de abajo), como si no hubiera otras posibilidades de plantear los t¨¦rminos de la discusi¨®n. Ambos adoran el antagonismo, en el que se asientan c¨®modamente para el combate pol¨ªtico que m¨¢s les conviene. Esto es lo que explica, por ejemplo, el curioso ¡°afecto antag¨®nico¡± que se profesan el PP y Podemos, mientras dejan fuera a todos los dem¨¢s. El antipopulismo se ha convertido en el instrumento de legitimaci¨®n de los conservadores del mismo modo que los populistas se entienden a s¨ª mismos como el verdadero ant¨ªdoto del elitismo conservador.
El populismo cuestiona los discursos establecidos y los marcos de categor¨ªas demasiado r¨ªgidas
Ahora bien, si algo ha tenido de bueno el populismo ha sido cuestionar los discursos establecidos, los marcos hegem¨®nicos que nos obligaban a encajar en categor¨ªas demasiado r¨ªgidas. Espero que se me permita cuestionar esta nueva divisi¨®n del territorio ideol¨®gico entre tecn¨®cratas y populistas en los que ambos se desenvuelven con excesiva comodidad. De entrada, ?por qu¨¦ tiene que haber marcos hegem¨®nicos?; ?por qu¨¦ esos marcos tienen que adoptar necesariamente la forma de un antagonismo y precisamente de ese antagonismo? ?No es cierto que la configuraci¨®n de un debate a partir de la l¨®gica antagonista tiene una exasperante continuidad con las cl¨¢sicas trincheras ideol¨®gicas que tanto nos desgarran y tan poco permiten abordar los problemas sociales que exigir¨ªan, por ejemplo, un marco de juego menos competitivo? Lo peor del debate p¨²blico tal como lo padecemos es que quien critica algo es reagrupado inmediatamente entre los siniestros defensores de lo contrario; quien plantea objeciones al orden establecido es necesariamente un sembrador de divisiones, quien desconf¨ªa del populismo se erige en defensor de las peores ¨¦lites¡ No es posible manifestar alguna insatisfacci¨®n en relaci¨®n con c¨®mo se plantean los t¨¦rminos del debate sin que eso le convierta a uno en un enemigo o, peor, en un equidistante.
Tienen raz¨®n los conservadores cuando critican a quienes parecen considerar la democracia como una sucesi¨®n de big bangs constituyentes, pero resulta exasperante su obsesi¨®n con la estabilidad que, por un lado, resulta muy hiriente para quienes se encuentran en situaciones de injusticia y desventaja, pero que adem¨¢s se ha revelado parad¨®jicamente como la mayor fuente de inestabilidad. La sociedad democr¨¢tica es un espacio abierto en el que se plantean muchos desaf¨ªos (qu¨¦ t¨¦rmino tan recurrente a la hora de descalificar cualquier aspiraci¨®n a modificar las reglas del juego) que pretenden al menos revisar si el modo como se ha institucionalizado la pol¨ªtica sigue teniendo sentido o ha generado alg¨²n tipo de desventaja injustificable. Los que velan celosamente por el orden establecido aprovechan este momento para argumentar que cualquier modificaci¨®n debe llevarse a cabo a trav¨¦s de los cauces legales establecidos, pero no nos dan ninguna respuesta a la pregunta acerca de qu¨¦ hacer cuando ese marco predetermina el resultado (y no estoy hablando, necesariamente, de Catalu?a). La legalidad es un valor pol¨ªtico cuando incluye procedimientos de reforma de resultado abierto; si no, apelar a ella es puro ventajismo.
La legalidad es un valor pol¨ªtico cuando incluye m¨¦todos de reforma de resultado abierto
Los populistas tienen una consideraci¨®n demasiado negativa de la pol¨ªtica institucional y una excesiva confianza en que de los momentos constituyentes no puede salir nada malo. Es cierto que sin la sacudida de agitaci¨®n popular nuestras democracias se cosificar¨ªan y que las ¨¦lites tienen una tentaci¨®n muy poderosa de evitar que se reexaminen las reglas del juego. Pero el populismo tiene muy poca sensibilidad hacia las asimetr¨ªas que se producen en todo momento constituyente (donde participan m¨¢s los m¨¢s activos, los que tienen m¨¢s capacidad de presionar, los m¨¢s radicalizados¡). Al mismo tiempo, no hay en la producci¨®n ideol¨®gica del populismo instrumentos conceptuales que permitan disipar la sospecha de que la futura mayor¨ªa triunfante va a incluir a las minor¨ªas perdedoras entre quienes formar parte del pueblo. Y no estoy hablando de intenciones, sino de conceptos y cultura pol¨ªtica. ?Qui¨¦n nos asegura que las nuevas ¨¦lites se van a comportar con una l¨®gica menos excluyente que las anteriores, desde el momento en el que se justifican por la ¨¦pica apelaci¨®n a la soberan¨ªa popular y no por la prosaica defensa del orden y la estabilidad? Mientras no se resuelva esa desconfianza, el populismo seguir¨¢ siendo poco atractivo para aquellos sectores de la izquierda que tienen una sensibilidad liberal.
Al final, es la igualdad democr¨¢tica lo que deber¨ªa preocuparnos. La relaci¨®n inestable entre poder constituido y poder constituyente, entre las razones del orden estabilizador y las del desorden creativo, debe entenderse como un campo de tensi¨®n cuyo objetivo final es corregir las desigualdades manifiestas que contradicen el principio democr¨¢tico de que todos tengamos igual capacidad de influir en la configuraci¨®n de la voluntad pol¨ªtica. As¨ª entendidas las cosas, la funci¨®n de las instituciones pol¨ªticas es asegurar dicha igualdad, impidiendo la cosificaci¨®n de las ¨¦lites o corrigiendo las asimetr¨ªas en los momentos de espontaneidad popular. Los conservadores no pueden garantizar esa igualdad mientras no permitan procedimientos para verificarla, algunos de los cuales les parecer¨¢n ¡°subversivos¡±; los populistas practican un elitismo invertido y donde los conservadores sosten¨ªan la inocencia de los expertos ellos defienden la infalibilidad del pueblo. Solo quien haya entendido que las instituciones democr¨¢ticas tienen su justificaci¨®n en la igualdad y no en el mero orden o en el mero cambio ser¨¢ capaz de pensar la democracia fuera del marco mental que quieren imponernos.
Daniel Innerarity es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Pol¨ªtica e investigador Ikerbasque en la Universidad del Pa¨ªs Vasco. Su ¨²ltimo libro es La democracia en Europa (Galaxia-Gutenberg).
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