Paradoja
Un gran porcentaje de libros y art¨ªculos actuales escritos por mujeres tratan s¨®lo sobre su sexo, y casi siempre en tono pla?idero o furibundo u ofendido.
LAS MUJERES, a mi juicio, est¨¢n siendo v¨ªctimas de una paradoja creada por un elevado n¨²mero de ellas. Durante bastantes a?os, su justa pretensi¨®n fue que no se tuviera en cuenta el sexo de quienes trabajaban, o escrib¨ªan, o eran artistas, o pol¨ªticas, lo que se quisiera. Que el hecho de que una mujer ganara un premio, o fuera elegida acad¨¦mica o Presidenta del Gobierno, no supusiera en s¨ª una ¡°noticia¡±. Que los libros escritos, las pel¨ªculas dirigidas, los cuadros pintados, las investigaciones cient¨ªficas realizadas, los cargos ocupados por mujeres, no resultaran objeto de comentario (ni de loa ni de escarnio) por esa accidental circunstancia. Que se juzgaran con normalidad, exactamente igual que las obras y logros de los varones. Que no hubiera, en suma, distinci¨®n por sexo ni paternalismo, y que se valorara todo por un mismo rasero. Se camin¨® en esa direcci¨®n, no sin dificultades. Todav¨ªa clama al cielo que en casi todos los pa¨ªses y ¨¢mbitos los hombres perciban mejores sueldos por tareas id¨¦nticas. Las mujeres a¨²n tienen, como han tenido hist¨®ricamente, derecho a quejarse y a reclamar para s¨ª condiciones laborales equitativas. Pero s¨ª, poco a poco sus quehaceres se empezaron a juzgar exclusivamente por su calidad y su m¨¦rito. Lo que interesaba interesaba, y tanto daba que estuviera llevado a cabo por un var¨®n o una mujer. Ese, recuerdo, era el objetivo de Rosa Chacel, por ejemplo, a la que trat¨¦ bastante. No sent¨ªa ning¨²n complejo ni se reivindicaba nunca en tanto que escritora (femenina). Se ve¨ªa a s¨ª misma como a cualquier otro autor, capaz de medirse con los m¨¢s grandes. Y no le gust¨® que, cuando fue candidata a la Academia, tuviera que disputarse el sill¨®n con otra mujer, precisamente. (Dicho sea de paso, sali¨® elegida esa otra, que en mi opini¨®n no le llegaba ni a la suela del zapato).
Muchas mujeres mantienen esa actitud en la actualidad. Hacen su trabajo, no esperan favores ni condescendencia ni privilegios, no se reivindican por su sexo
Muchas mujeres mantienen esa actitud en la actualidad. Hacen su trabajo, no esperan favores ni condescendencia ni privilegios, no se reivindican por su sexo. Eso, de hecho, les parecer¨ªa una bajeza y un ataque a sus cong¨¦neres. Jam¨¢s se permitir¨ªan valerse de las rid¨ªculamente llamadas ¡°armas femeninas¡±. Jam¨¢s lloriquear¨ªan como Marta Rovira, la cual, seg¨²n un reportaje de este diario, prorrumpe en sollozos no s¨®lo en p¨²blico: ¡°El truco resulta bastante eficaz, porque tras sus sonoras l¨¢grimas todos suelen dejar la discusi¨®n por imposible, seg¨²n cuentan en su entorno¡±. Este tipo de mujer impostadamente infantilizada hace un flaqu¨ªsimo favor a la causa feminista.
La paradoja a que me he referido es la siguiente: de un tiempo a esta parte, un gran porcentaje de libros y art¨ªculos escritos por mujeres, y de noticias relativas a ellas, siguen, en cierto modo, el ¡°modelo Rovira¡±. Tratan s¨®lo sobre su sexo, y casi siempre en tono pla?idero o furibundo u ofendido. Es cierto, ya digo, que han sido sometidas malamente a lo largo de los siglos, y que a¨²n lo son en muchos aspectos y en demasiados pa¨ªses. Pero si las mujeres s¨®lo se ocupan de se?alarlo y denunciarlo insistente e interminablemente, el asunto se agota pronto e interesa poco. Yo procuro leer las columnas de opini¨®n ¡ªy a¨²n m¨¢s los libros¡ª sin atender al sexo de quien los firma, y as¨ª lo he hecho siempre. Desde hace unos a?os me resulta imposible no percatarme de ¨¦l a las pocas l¨ªneas (con unas cuantas excepciones, como Soledad Gallego-D¨ªaz, por mencionar un nombre). Son incontables los art¨ªculos dedicados a subrayar cu¨¢ntas pel¨ªculas de directoras se exhiben en un festival, cu¨¢ntos papeles importantes tienen las actrices, cu¨¢ntos galardones literarios o cu¨¢ntas calles han obtenido mujeres, cu¨¢ntas diputadas en cada partido y cu¨¢ntas ministras en cada Gobierno, etc. Recuerdo uno que enumeraba una largu¨ªsima lista de autoras (estaban ausentes, por cierto, casi todas las que a m¨ª me parecen extraordinarias), y a continuaci¨®n la articulista ped¨ªa o exig¨ªa que en enumeraciones semejantes se incluyeran siempre nombres de escritoras. ?Esto es un art¨ªculo?, me pregunt¨¦.
De tal manera que no es f¨¢cil interesarse por lo que escriben hoy bastantes mujeres, si no hablan m¨¢s que de algo ya aceptado por todos y consabido. No s¨¦ si a las lectoras les puede interesar ese ¡°monotema¡±, si les sirve para cargarse de raz¨®n e indignarse a diario. A los hombres, feministas o no, me temo que escasamente. A cada una de esas autoras o columnistas dan ganas de suplicarle: ¡°Por favor, cu¨¦nteme algo que ignore. H¨¢bleme de lo que usted haya pensado sobre cualquier asunto, no sobre su condici¨®n y sus c¨®mputos. Bien est¨¢ un par de veces, pero no a diario. La considero lo bastante inteligente para inquietarme y obligarme a reflexionar, para poner en cuesti¨®n mis opiniones, para hacerme ver la realidad de otro modo y forzarme a reparar en lo que se me hab¨ªa escapado. Su indignaci¨®n ya la conozco, y adem¨¢s la comparto. Pero el mundo no se acaba ah¨ª, ay¨²deme a mejor comprenderlo¡±. La paradoja es, pues, clara. Lo ¨²ltimo que deber¨ªa desear una mujer, se dedique a lo que se dedique, es que se la d¨¦ por ¡°descontada¡± o ¡°ya sabida¡±. Y eso es lo que, lamentablemente, est¨¢n consiguiendo demasiadas contempor¨¢neas.?
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