Consideraci¨®n de Catalu?a
Espa?a solo puede vivirse a partir de la presencia en su seno de Catalu?a. Sin ella pasar¨ªamos a ser otra cosa, seguramente mucho peor. Los se¨ªsmos causados por el independentismo catal¨¢n han roto protocolos de convivencia que costar¨¢ restablecer
Querer la perfecci¨®n de Catalu?a, su plenitud y la fidelidad a su destino, es el mejor proyecto para un principado que, como recuerda Sir John Elliott, se ve¨ªa a s¨ª mismo en el siglo XIV como una comunidad pol¨ªtica con ¡°un fuerte sentimiento nacional¡±. Quiz¨¢ por eso Catalu?a se ha vivido como complementaria y necesaria para que el conjunto de Espa?a pudiera ser, tambi¨¦n, perfecto, pleno y fiel a su propio destino. De hecho, Catalu?a no podr¨ªa ser sin Espa?a y ¨¦sta no podr¨ªa serlo sin aqu¨¦lla. No es de extra?ar que Juli¨¢n Mar¨ªas afirmase hace medio siglo que: ¡°El espa?ol a quien le importe Catalu?a quiere su perfecci¨®n, quiere su plenitud, quiere que sea fiel a su destino, y que lo tenga henchido y lleno de futuro. Y, adem¨¢s, est¨¢ dispuesto a todo menos a una cosa: a renunciar a ella, a despedirse con indiferencia de lo que siente como su propia carne, fundida en un milenio de altas empresas y crueles fracasos, de amistad y desv¨ªo, de ternura e injusticia, de admiraci¨®n y rivalidad, de amor y dolor¡±.
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No encuentro mejor descripci¨®n de la actitud que merece Catalu?a en estos momentos. Especialmente tras el resultado de las elecciones auton¨®micas del 21-D y que es el desenlace del ¨²ltimo episodio de fracaso colectivo provocado por la ofuscaci¨®n del nacionalismo catal¨¢n que mut¨® peligrosamente en populismo independentista. Si acept¨¢remos la consideraci¨®n de Catalu?a que propone Mar¨ªas, inaugurar¨ªamos una pol¨ªtica distinta a la seguida hasta ahora. Primero, rectificar¨ªamos los errores del momento secesionista que hemos vivido mediante aciertos basados en la magnanimidad, el respeto y la admiraci¨®n hacia un territorio que, como reconoce el fil¨®sofo madrile?o, tiene una ¡°extremada personalidad¡± y una ¡°en¨¦rgica conciencia¡± de s¨ª mismo. Y segundo, desde esa actitud encontrar¨ªamos tambi¨¦n el cauce para desactivar la problematicidad recurrente que acompa?a desde la tensi¨®n y el conflicto la presencia hist¨®rica de Catalu?a dentro de Espa?a.
Al nacionalismo no se le combate con otro mayor. Se le desactiva sumando las diferencias
Quienes piensen que la crisis catalana va a resolverse con el desenlace electoral del 21 de diciembre y la aplicaci¨®n del art¨ªculo 155 de la Constituci¨®n se equivocan. Lo peor habr¨ªa pasado si un eventual triunfo de los partidos constitucionalistas abriera un escenario distinto en las relaciones de poder que han fundado el marco convivencial de Catalu?a desde la Transici¨®n. La crisis secesionista se habr¨ªa saldado con la victoria del Estado m¨¢s antiguo y perfecto, en t¨¦rminos renacentistas, de Europa: el Estado espa?ol, antes conocido como la Monarqu¨ªa hisp¨¢nica. Un legado institucional y jur¨ªdico que debemos al genio de Fernando el Cat¨®lico y que vuelve a hacerle merecedor de que Maquiavelo pensara en ¨¦l para escribir El Pr¨ªncipe. La civilizaci¨®n estatal espa?ola se habr¨ªa impuesto, en ese caso, a la cultura nacional catalana, por parafrasear provocativamente la dicotom¨ªa de Mann, y la ley como logos racional ha doblado el pulso al sentimiento como experiencia irracional. Algo que evidencia nuestras saludables imperfecciones nacionales pero que refuerza nuestra encomiable perfecci¨®n estatal. De hecho, nuestra temprana estatalidad surgi¨® del contraste ¨ªntimo que provocaba la singularidad catalana dentro de una monarqu¨ªa unificada que ten¨ªa que desarrollar una institucionalidad compleja y legal que balanceaba intereses dispersos entre el Atl¨¢ntico y el Mediterr¨¢neo, norte de ?frica y el centro de Europa, y sin m¨¢s vector de identidad com¨²n que el que Men¨¦ndez Pelayo vislumbr¨® de la mano del discutido y discutible catolicismo.
Por eso, Espa?a solo puede vivirse a partir de la presencia en su seno de Catalu?a. Sin ella pasar¨ªamos a ser otra cosa, seguramente mucho peor. Primero, porque la amputaci¨®n romper¨ªa nuestra completitud peninsular de forma irreparable, pues, nos dejar¨ªa un mu?¨®n emocional m¨¢s grave de gestionar que el que produjo la p¨¦rdida de Am¨¦rica con las independencias. Y segundo, porque nos precipitar¨ªa en una simplificaci¨®n repetitiva de nosotros mismos que debilitar¨ªa gravemente nuestra identidad nacional al perder la entra?a de alteridad que est¨¢ en el origen de nuestra mismidad como naci¨®n.
Con todo, los se¨ªsmos provocados por el independentismo catal¨¢n han roto protocolos de convivencia que costar¨¢ restablecer y para los que la interpretaci¨®n mayest¨¢tica que hacen algunos del art¨ªculo 155 como una deidad recentralizadora, no ayuda. Basta volver a Mar¨ªas para entender que ¡°no hay nada m¨¢s antiespa?ol que el intento de reducir la personalidad de Catalu?a¡±, circunstancia que hay que relacionar con el hecho de que si se ¡°siente a veces menos espa?ola, es ¡ªno se olvide¡ª porque se siente menos catalana¡±. Y es que el art¨ªculo 155 no puede ser visto como un bien absoluto con el que enterrar los nacionalismos perif¨¦ricos bajo el peso de un nacionalismo espa?ol. Hablamos de un instrumento coactivo de lealtad constitucional, no un vector de renacionalizaci¨®n espa?ola del Estado, pues, al nacionalismo no se le combate con otro mayor. Se le desactiva desde la fortaleza de sumar constitucionalmente las diferencias. Pero no asfixi¨¢ndolas sino respet¨¢ndolas desde su racionalizaci¨®n. Porque es desde ellas donde radica la unidad integradora que desactiva la desagregaci¨®n mediante el patriotismo. Un patriotismo que hace posible la fraternidad de las diferencias y que evita la homogeneidad frustrante de la unicidad a machamartillo.
No ayuda a interpretaci¨®n mayest¨¢tica que se hace del art¨ªculo 155 como deidad recentralizadora
La aproximaci¨®n a lo que suceda en el futuro de Catalu?a requiere dosis de sensatez integradora y de comprensi¨®n de la diferencia catalana como una oportunidad enriquecedora para todos. Ni Catalu?a es homog¨¦nea ni Espa?a como conjunto tampoco. Lo recordaba Madariaga: somos ¡°una Europa en miniatura, es decir, una fuerte unidad de variedades fuertes¡±. Y es que la idea de naci¨®n legalmente homog¨¦nea de la Revoluci¨®n francesa y la de su ant¨ªpoda sentimental esgrimida por el Romanticismo alem¨¢n deber¨ªan ser igualmente revisitadas. Ambas han perdido sentido dentro de una coyuntura postmoderna que erosiona las identidades ontol¨®gicas para invocar otras basadas en el ¡°estar¡± y la ¡°convivencia¡±.
Quiz¨¢ por eso conclu¨ªa Juli¨¢n Mar¨ªas en 1966 que: ¡°los catalanes no se sienten espa?oles de la variedad catalana, sino primaria y directamente catalanes, pero esto no quiere decir que sean menos espa?oles, sino de otra manera: no pueden llegar a Espa?a sino a trav¨¦s de Catalu?a; una Espa?a en que Catalu?a falte o est¨¦ olvidada o disminuida no le parece suya. No les basta con que Catalu?a obtenga beneficios del resto de Espa?a, ni con que lo necesite; cuando algunos se duelen del descontento habitual de Catalu?a y se?alan la multitud de ventajas o situaciones de privilegio, olvidan que el catal¨¢n las da por nulas si no van acompa?adas de un reconocimiento de lo catal¨¢n, y precisamente en lo que tiene de irreductible¡±.
Jos¨¦ Mar¨ªa Lassalle es secretario de Estado para la Sociedad de la Informaci¨®n y la Agenda Digital de Espa?a.
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