La admiraci¨®n por la admiraci¨®n
Sorprende nuestro entusiasmo por quien est¨¢ de vuelta de todo, por quien desprecia todo, incluido lo bueno, y no por quien es capaz de reconocerlo
EN NUESTRA vida intelectual parece de buen tono abominar de la universidad, pero cada vez que alguien lo hace no puedo evitar acordarme de lo que Flaubert anota sobre la Academia Francesa en la entrada correspondiente de su Diccionario de lugares comunes: ¡°Denigrarla, pero tratar de ingresar en ella si se puede¡±. Este farise¨ªsmo prueba que, pese a las cr¨ªticas que puedan hacerse a la universidad espa?ola (muy justas la mayor¨ªa), en ella todav¨ªa trabajan algunas de las personas m¨¢s valiosas de este pa¨ªs.
Hay que implantar la admiraci¨®n en la universidad; pero luego hay que implantarla en todas partes
Pens¨¦ lo anterior durante un acto acad¨¦mico celebrado no hace mucho en la Universidad Pompeu Fabra, en Barcelona. Se trataba de una oposici¨®n a c¨¢tedra, pero, como el candidato era Domingo R¨®denas, un fil¨®logo que hubiera debido ser catedr¨¢tico hace 20 a?os, el debate sobre sus m¨¦ritos se volvi¨® superfluo y por momentos deriv¨® hacia un asunto m¨¢s controvertido: la virtud (o el defecto) de la admiraci¨®n. R¨®denas asegur¨® que la tarea fundamental de un profesor consiste en implantar en sus alumnos la admiraci¨®n por el talento ajeno, polemiz¨® con Horacio y su rechazo de la admiraci¨®n como secreto de la felicidad, y cit¨® un ensayo de Aurelio Arteta, titulado La virtud en la mirada, donde el fil¨®sofo argumenta que la admiraci¨®n es ¡°el sentimiento de alegr¨ªa que brota a la vista de alguna excelencia moral ajena¡±, y que esta ¡°simpat¨ªa con el excelente¡± provoca el deseo de imitarlo y de desarrollar por tanto las mejores posibilidades humanas, porque a trav¨¦s de ella ¡°cada cual vislumbra y quiere su mejor yo¡±. En cuanto a Horacio, es cierto que los dos primeros versos de la Ep¨ªstola VI rezan: ¡°No admirar casi nada es, oh Numicio, / lo que hacernos dichosos siempre puede¡±; pero tambi¨¦n es cierto que lo que en ese poema dice Horacio en realidad no es que no haya que admirar nada, sino que no hay que admirar nada de lo que la mayor¨ªa admira, salvo la virtud. Por lo dem¨¢s, el ¡°nihil admirari¡± horaciano se inscribe en una tradici¨®n que se remonta al menos hasta Cicer¨®n, que en las Tusculanas (3, 30) declara que un sabio es quien est¨¢ preparado para todo, de tal modo que nada le sorprende, pensamiento que ilustra con una c¨¦lebre an¨¦cdota de Anax¨¢goras seg¨²n la cual ¨¦ste declar¨®, imperturbable, al recibir la noticia de la muerte de su hijo: ¡°Sab¨ªa que hab¨ªa engendrado a un mortal¡±. Se objetar¨¢ que el sentido del ¡°admirari¡± de Cicer¨®n es distinto del de Horacio y que en ¨¦ste equivale a admiraci¨®n y en aqu¨¦l m¨¢s bien a sorpresa; la objeci¨®n es endeble, porque no veo c¨®mo puede haber admiraci¨®n sin sorpresa. Tambi¨¦n se objetar¨¢ que la an¨¦cdota de Anax¨¢goras es rid¨ªcula; nada que objetar a esta objeci¨®n: por eso Cioran se burla del ¡°nihil admirari¡± de Cicer¨®n llam¨¢ndolo ¡°estoicismo de feria¡±. Sea como sea, yo no tengo ninguna duda de que sin admirar a los buenos no hay forma de emularlos, y de que sin emular a los buenos estamos condenados a ser de los malos, o al menos a no encontrar lo mejor que cada uno alberga dentro. Por eso sorprende nuestra escasa admiraci¨®n por la admiraci¨®n y nuestra mucha admiraci¨®n por quien est¨¢ de vuelta de todo, casi siempre sin haber ido a ninguna parte, as¨ª como por quien desprecia o parece despreciarlo todo, incluido lo bueno, y no por quien es capaz de reconocerlo y admirarlo. Es, si bien se mira, el abismo que separa a Cervantes de Quevedo: Quevedo observa a los humanos desde arriba, con una soberbia a veces insufrible, y se r¨ªe de todo y de todos, porque es capaz de ver lo peor incluso en los mejores; Cervantes, en cambio, observa a los humanos desde abajo, con una humildad militante, y, aunque tambi¨¦n se r¨ªe, se r¨ªe con todos, quiz¨¢ porque es capaz de ver lo mejor incluso en los peores. Por desgracia, en Espa?a triunf¨® Quevedo ¡ªel barroquismo y la picaresca¡ª y no Cervantes ¡ªla novela moderna¡ª, y por eso la literatura espa?ola es demasiado a menudo una literatura de se?oritos (una literatura de primero de la clase, dec¨ªa F¨¦lix Romeo), que es quiz¨¢ lo peor que puede ser una literatura.
As¨ª que lleva raz¨®n R¨®denas: hay que implantar la admiraci¨®n en la universidad; pero luego hay que implantarla en todas partes. P¨ªos deseos al empezar el a?o.?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.