Aroma de Lobito
La Bultaco Lobito evoca en el autor efluvios de grasa, gasolina con mezcla y humo del tubo de escape, mientras cantan a lo lejos Fran?oise Hardy
Durante una ¨¦poca de mi vida el objeto de mi deseo era amarillo y ten¨ªa dos ruedas. Efectivamente: era la Lobito de Bultaco, una moto que nos ten¨ªa robado el coraz¨®n a los de mi generaci¨®n. Escribo ¡°Lobito¡± y ¡°Bultaco¡± y me quedo mirando perdidamente al vac¨ªo. La cabeza se me llena de viejos recuerdos envueltos en efluvios de grasa, gasolina con mezcla y humo del tubo de escape, mientras cantan a lo lejos Cat Stevens, Fran?oise Hardy y Tony Ronald, y en alg¨²n lugar un pu?o enguantado alza el pulgar.
Nunca he sido un gran aficionado a las motos. Las de carreras o las Harley me dejan fr¨ªo. Norton o Sanglas son nombres que asocio con los pasados buenos tiempos y nada m¨¢s. Pero es evocar las antiguas motos de trial, enduro o ¡°fuera de asfalto¡± ¨Ccomo se dec¨ªa¨C y ponerme melanc¨®lico y tierno, tontorr¨®n.
Yo siempre fui de Montesa. Tuve una Cota 247 y la quise con locura. Cu¨¢ntas veces recorr¨ª con mis manos las gr¨¢ciles l¨ªneas de su dep¨®sito rojo, deteni¨¦ndome ensimismado en la inesperada protuberancia del tap¨®n, el escudo con la ¡°M¡± que adornaba el flanco, el arranque del manillar que se desplegaba sensualmente hasta acabar en la calidez de los pu?os de goma y la rotundidad de las manetas. Recuerdo cuando bajaba a la intimidad de su vientre y, roz¨¢ndole como casualmente el c¨¢rter, acced¨ªa al cilindro para extraer y limpiar la buj¨ªa KLG que hab¨ªa hecho perla. Parec¨ªa ronronear.
Sin embargo, no hab¨ªa sido la primera. Como no lo fueron otras que se lo creyeron. No, la primera hab¨ªa sido la Lobito, tan joven y descarada, tan ¡°ratera¡±, dec¨ªamos. Se me hace duro confesar que me lo hice con una Bultaco. Yo, que menospreciaba las Sherpas y desde?aba la Matador. Es como aquello de Sandro Giacobbe en Jard¨ªn prohibido. Espero que no me lea la Cota.
Se me hace duro confesar que me lo hice con una Bultaco. Yo, que menospreciaba las Sherpas y desde?aba la Matador. Es como aquello de Sandro Giacobbe en 'Jard¨ªn prohibido'
En realidad la Lobito nunca fue m¨ªa en sentido estricto. Era de Emilio Canals, que me la dejaba. Entonces ellas siempre eran de otro. Con aquella preciosidad casquivana lo aprend¨ª todo: a cambiar de marcha con el pie, a montar erguido sobre las estriberas, a dar gas hasta hacerla aullar. Tener una Lobito era lo m¨¢s en Barcelona a principios de los setenta (la Mk3, la de referencia, se fabric¨® de 1969 a 1972).
Ni de trial ni todoterreno, salvaje e inclasificable, desenfadada, nos pon¨ªa a cien su versatilidad, su arrebatadora inconstancia. En esos tiempos no llev¨¢bamos casco. El aire nos hac¨ªa ondear los cabellos invariablemente largos y libres. Calz¨¢bamos botas de trial de cuero con hebillas, vest¨ªamos Barbours engrasados sobre los Fred Perrys y a veces una gorra escocesa Tam O¡¯Shanter. Pero sobre todo nos precipit¨¢bamos vehementemente en pos de la felicidad.
Cre¨ª haber dejado atr¨¢s para siempre a la Lobito, pero ha vuelto a alcanzarme. Embotellada. Bultaco ha lanzado una l¨ªnea de fragancias que incluye dos ¡°colonias Lobito¡±, la Original y la Rebel code. La primera va en una caja que juega con los colores de la vieja moto.
La publicitan como dirigida al ¡°hombre gentleman¡± con esp¨ªritu rebelde, que desprende adrenalina con la aventura y gusta de escapar de la rutina: en esa descripci¨®n cabemos desde Lawrence de Arabia hasta yo, con un poco de manga ancha en mi caso. Es una colonia fresca alejada de las de los setenta, que eran para jug¨¢rtela en las distancias cortas o afrontar un tumulto en la Casbah. Pero cuando he abierto el tap¨®n lo que ha brotado, envuelto en velocidad y efluvios de mec¨¢nica, con un puntito del sabor del primer beso, no era una fragancia sino el aroma perdido de mi ef¨ªmera juventud, inasible, evanescente, irrecuperable.
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