En el reino fulminante de lo instant¨¢neo
Las cartas se han convertido en una extravagancia en un mundo gobernado por las nuevas tecnolog¨ªas
Todav¨ªa no se han pensado a fondo los profundos cambios que el mundo ha padecido en las ¨²ltimas d¨¦cadas, a¨²n es pronto para valorar su sentido, su trascendencia. La revoluci¨®n que han desencadenado las nuevas tecnolog¨ªas asociadas a Internet est¨¢ ah¨ª, para qu¨¦ darle m¨¢s vueltas. Todo est¨¢ disponible inmediatamente. Un peque?o movimiento en cualquiera de los dispositivos tecnol¨®gicos que forman ya parte de nuestro entorno m¨¢s pr¨®ximo y sabemos ipso facto lo que ocurre en cualquier parte del mundo. Estamos conectados, nos comunicamos, emitimos a cada rato se?ales exactas de d¨®nde estamos, qu¨¦ sentimos, lo que pensamos y se nos ocurre, y permanentemente nos pronunciamos sobre si algo nos gusta o no nos gusta.
El tema de portada de Babelia del ¨²ltimo s¨¢bado estaba dedicado a las cartas. Claro que todo el mundo sabe lo que es una carta, pero ya son muchos los que no han recibido nunca ninguna, ni la van a recibir jam¨¢s. As¨ª que no sabr¨¢n lo que significa la espera, ni tendr¨¢n ni siquiera una remota idea de los trastornos emocionales que provoca. En este mundo de comunicaciones instant¨¢neas, y donde se nos dice con extrema precisi¨®n en qu¨¦ momento se comi¨® en Lima una papa a la huanca¨ªna la prima hermana de nuestro cu?ado, y vemos adem¨¢s la fotograf¨ªa del plato, los comentarios sobre su sabor y la algarab¨ªa o rechazo con que fue recibida la noticia, no hay duda de que una carta se ha convertido en una rareza, en una extravagancia propia de otras ¨¦pocas.
Nada que objetar, son cosas que pasan. Cambian las tecnolog¨ªas, cambian las costumbres, cambian las personas. Lo sorprendente es lo r¨¢pido con que esta vez se ha producido todo, tan r¨¢pido que no ha dado en verdad tiempo para poder ser conscientes de lo que se pierde y se gana, y de las profundas (e invisibles) transformaciones que se est¨¢n produciendo en nuestra manera de percibir y de relacionarnos con los dem¨¢s.
No, no ha pasado mucho tiempo. En una novela del escritor mexicano Juan Villoro, Arrecife, uno de los personajes comenta: ¡°Pertenecemos a la ¨²ltima generaci¨®n que conoci¨® la espera, la posibilidad de perder un env¨ªo, la llegada de una caligraf¨ªa especial¡¡±. Ese personaje hab¨ªa nacido en alg¨²n momento entre los a?os cincuenta y sesenta del pasado siglo. As¨ª que conoc¨ªa lo que pasaba cuando enviabas una carta y cuando la recib¨ªas. La voluntad de expresar lo que sent¨ªas o pensabas (en las guerras hab¨ªa personal espec¨ªfico dedicado a redactarles las cartas a los soldados a los que les costaba, o no sab¨ªan, escribir), la necesidad de dar una somera informaci¨®n del contexto, la descripci¨®n de lo que ve¨ªas, etc¨¦tera. Y luego la espera, la larga espera de la respuesta.
Hoy todo va r¨¢pido. Y eso podr¨ªa terminar afectando gravemente a la democracia. Como ha pasado con las cartas (con la comunicaci¨®n con el que no est¨¢), tambi¨¦n las elecciones tienen un tempo diferente. No opera ya el sosiego de meditar la mejor opci¨®n. Funciona el tuit m¨¢s certero. E igual es el que te promete que vas a ser m¨¢s grande (m¨¢s rico, m¨¢s listo). Y, claro, vas y lo votas. Al instante.
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