El verdadero consenso
Por primera vez, el partido ganador en votos y esca?os (Ciudadanos) no est¨¢ en el ¨¢mbito de lo que se denomina ¡°consenso catalanista¡±. El narcisismo nacionalista prohib¨ªa discrepar en cuestiones identitarias: lengua, historia, autonom¨ªa, cultura
Las pasadas elecciones auton¨®micas catalanas no deben valorarse ¨²nicamente por unos resultados que configuran dos bloques, los separatistas (o independentistas) y los constitucionalistas (o unionistas), en los que los primeros, sin mayor¨ªa de votos, pero con mayor¨ªa de esca?os, decidir¨¢n probablemente cu¨¢l es el futuro presidente de la Generalitat. Otro factor debe tambi¨¦n ser convenientemente valorado: la fuerza pol¨ªtica ganadora, en votos y en esca?os, es Ciudadanos, un partido unionista y desacomplejadamente no nacionalista.
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Este resultado ha alarmado a los sectores nacionalistas, incluso a los m¨¢s moderados, que siempre hab¨ªan pensado que jam¨¢s ganar¨ªa un partido de tal naturaleza. ?Por qu¨¦ esta alarma si el constitucionalismo no ha obtenido votos suficientes para gobernar? La raz¨®n es la siguiente: por primera vez, el partido ganador en votos y esca?os no est¨¢ en el ¨¢mbito de lo que suele denominarse ¡°consenso catalanista¡±, es decir, la ideolog¨ªa nacionalista transversal que ha dominado la escena pol¨ªtica catalana desde 1980.
Este consenso catalanista significa, sustancialmente, el acuerdo sobre dos principios: Catalu?a es un solo pueblo (¡°un sol poble¡±) y Catalu?a es una naci¨®n (¡°som una naci¨®¡±). Estas afirmaciones no son inocuas sino devastadoras: socavan la democracia constitucional. Veamos.
Los t¨¦rminos pueblo o naci¨®n son polis¨¦micos, tienen significados distintos. En su sentido jur¨ªdico y pol¨ªtico, fundado en las ideas ilustradas y liberales, pueblo y naci¨®n hacen referencia al conjunto de habitantes de un Estado unidos por una ley com¨²n, hoy la Constituci¨®n, garant¨ªa de la igualdad de los derechos y libertades de sus ciudadanos. En cambio, en su sentido cultural e identitario, fundado en las ideas historicistas y rom¨¢nticas, la unidad del pueblo est¨¢ basada en una identidad colectiva ¨²nica (¡°un sol poble¡±) que refleja ciertos rasgos comunes de tipo cultural, ling¨¹¨ªstico, ¨¦tnico, religioso o hist¨®rico; por esta raz¨®n configura a sus habitantes como iguales entre s¨ª, les dota de un alto grado de solidaridad mutua y los distingue de los dem¨¢s pueblos o naciones.
La sociedad catalana reacciona: muchos han perdido el miedo frente a la presi¨®n independentista
Mancini, a mitad del siglo XIX, formula el llamado principio de las nacionalidades que vincula esta supuesta identidad colectiva con el poder pol¨ªtico: ¡°Toda naci¨®n (identitaria) tiene derecho a un Estado propio¡±. Lo que en principio parec¨ªa ser un concepto cultural pasa a ser un concepto pol¨ªtico: las naciones (identitarias) tienen derecho a un nuevo Estado, a separarse del anterior. Ah¨ª nace definitivamente el nacionalismo pol¨ªtico.
Sobre estas bases te¨®ricas se construye el consenso catalanista. Se afirma que Catalu?a es un solo pueblo, una naci¨®n, por supuesto en sentido identitario, porque se diferencia con el resto de Espa?a en lengua, historia, cultura, tradiciones y manera de ser. As¨ª pues, seg¨²n el principio de las nacionalidades (no el de autodeterminaci¨®n, reconocido por el derecho internacional, que es muy distinto), Catalu?a re¨²ne todos los requisitos de una naci¨®n y, por consiguiente, tiene derecho a constituirse en Estado independiente. Este es el relato, como se dice ahora, falso en casi todo, pero seductor.
Sin embargo, en el momento constituyente de 1978, todav¨ªa pocos catalanes deseaban un Estado propio. En cambio, hab¨ªa un amplio consenso en reconocer los principios b¨¢sicos de la tradici¨®n catalanista: la Generalitat como poder pol¨ªtico aut¨®nomo; el catal¨¢n, junto al castellano, como lengua oficial, y la protecci¨®n de una cultura escrita en catal¨¢n. La Constituci¨®n reconoci¨® ampliamente estos principios que fueron desarrollados en el Estatuto de Autonom¨ªa: el catalanismo pol¨ªtico hab¨ªa cumplido sus objetivos. Este fue el verdadero consenso.
Pero las primeras elecciones de 1980 las gana Converg¨¨ncia, un partido nacionalista, no meramente catalanista, que no pod¨ªa conformarse con este marco constitucional y estatutario sino que deb¨ªa desbordarlo: Catalu?a no pod¨ªa ser una comunidad aut¨®noma como las dem¨¢s porque era una naci¨®n. As¨ª pues, a largo plazo, la acci¨®n pol¨ªtica de Converg¨¨ncia se dirige a la ruptura con Espa?a aunque sabe que esta finalidad no puede ser inmediata y debe procederse antes a un largo per¨ªodo de ¡°construcci¨®n nacional¡±.
Esta consiste, b¨¢sicamente, en cultivar un narcisismo que acent¨²e y sublime las peque?as diferencias con el resto de espa?oles hasta convertirlas en diferencias antag¨®nicas; en mentalizar a los catalanes de que forman parte de una comunidad que se ve perjudicada al estar integrada en Espa?a; en desarrollar la comunidad aut¨®noma como si fuera un peque?o Estado para as¨ª, cuando sea posible, poder dar el salto a la independencia. Desde el Gobierno de la Generalitat, se utilizaron tres instrumentos principales: los medios de comunicaci¨®n, la escuela y el control de la sociedad civil. Nada se hac¨ªa en Catalu?a sin permiso, la omnipresente sombra de Jordi Pujol era alargada.
Catalu?a es una sociedad plural. Debe seguir siendo una comunidad integrada en Espa?a y en Europa
Y esta sombra se proyectaba tambi¨¦n en los partidos pol¨ªticos de la oposici¨®n y en el tan subvencionado mundo de la cultura. Uno pod¨ªa ser de derechas, de centro o de izquierdas, era indiferente, pero estaba prohibido discrepar en cuestiones identitarias: lengua, historia, autonom¨ªa, cultura. En eso hab¨ªa que obedecer. Disentir en estas cuestiones estaba prohibido y castigado. Los partidos, al igual que el mundo intelectual, se adaptaron a la situaci¨®n sin rechistar, callaron religiosamente. La ¨²ltima y reciente fase es m¨¢s conocida: el error del nuevo Estatuto y del Gobierno tripartito, la crisis econ¨®mica que generaliz¨® el descontento social, las mentiras repetidas una y mil veces, la constante desobediencia al derecho y al orden constitucional. Ah¨ª estamos todav¨ªa.
Pero volvamos al inicio del art¨ªculo. ?La fuerza parlamentaria de Ciudadanos, respaldada por m¨¢s de un mill¨®n cien mil votantes, influir¨¢ en las posiciones del PSC y del PP, los otros dos partidos del bloque unionista? No me cabe ninguna duda. Es desde el exterior del consenso catalanista que se ha obtenido este resultado. Dir¨ªa m¨¢s: se ha alcanzado por situarse precisamente en esta posici¨®n. La sociedad catalana empieza a reaccionar: muchos han salido del armario y perdido el miedo frente a quienes nos han querido infundir miedo, se ha dado cuenta de que la pol¨ªtica identitaria s¨®lo conduce a la confrontaci¨®n interna, a la salida de Europa y al aislamiento internacional, a la fuga de empresas y a la ca¨ªda de las inversiones, al empobrecimiento.
El verdadero consenso se alcanz¨® en 1978 y no hay que salir de ¨¦l: autonom¨ªa, lengua y cultura. Pero autonom¨ªa no es soberan¨ªa, lengua es biling¨¹ismo y cultura es toda la que se produce en Catalu?a, en el idioma que sea. El paso al nacionalismo fue el gran error. Catalu?a no es una naci¨®n identitaria homog¨¦nea sino una sociedad plural, no debe aspirar a ser un Estado sino a seguir siendo una comunidad aut¨®noma integrada en Espa?a y en Europa.
Francesc de Carreras es profesor de Derecho Constitucional y fue candidato de Ciudadanos en las elecciones catalanas del 21-D en el ¨²ltimo lugar de la lista por Barcelona.
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