Una Monarqu¨ªa meritocr¨¢tica
Felipe VI cumple 50 a?os en una tierra de nadie generacional: 12 a?os menor que Rajoy y mayor que los l¨ªderes de la oposici¨®n. La brecha cultural con los j¨®venes adem¨¢s es grave. La crisis catalana marcar¨¢ el ¨¦xito o fracaso de su mandato
La ruta republicana es una v¨ªa muerta¡±. As¨ª de rotundo fue el socialista Luis Jim¨¦nez de As¨²a, padre de la Constituci¨®n republicana de 1931, en una carta dirigida a Indalecio Prieto en 1948. La frase llama especialmente la atenci¨®n por haber sido escrita tras el fracaso del Pacto de San Juan de Luz entre mon¨¢rquicos y socialistas, que alejaba, tal vez para siempre, la posibilidad de una restauraci¨®n mon¨¢rquica apoyada por el PSOE. Pero los hechos eran tozudos y parec¨ªan indicar que restablecer a la vez la libertad y la rep¨²blica era una empresa fuera del alcance de las limitadas fuerzas de la izquierda. Hab¨ªa que elegir, y colocados en esa tesitura la respuesta de los socialistas no pod¨ªa ser otra que la que dio Largo Caballero poco antes de morir: ¡°?Libertad, libertad, libertad! Luego que le ponga cada cual el nombre que quiera¡±.
La Monarqu¨ªa constitucional encarnada en su d¨ªa por Juan Carlos I fue la plasmaci¨®n de un gran pacto entre la democracia y la Corona que deb¨ªa servir para hacer viable la una y la otra y poner fin a sus viejas desavenencias. Fue una soluci¨®n original, una Monarqu¨ªa a la carta que cada cual pod¨ªa entender a su manera, poniendo el acento en la continuidad de la dinast¨ªa o en la ruptura con los usos m¨¢s anacr¨®nicos y menos democr¨¢ticos de la instituci¨®n. Era continuista y rupturista al mismo tiempo, una verdadera cuadratura del c¨ªrculo que alg¨²n dirigente de la izquierda, en pleno fervor juancarlista, defini¨® como una ¡°rep¨²blica coronada¡±. Su originalidad no radicaba, naturalmente, en su car¨¢cter constitucional, com¨²n a todas aquellas monarqu¨ªas europeas que superaron con ¨¦xito el desaf¨ªo de la modernidad. Lo que le ha permitido adaptarse a los nuevos tiempos ha sido su car¨¢cter meritocr¨¢tico, que obliga a la monarqu¨ªa a justificar su existencia mediante una legitimidad de ejercicio derivada del papel del rey. En el caso de Juan Carlos I, sus indudables m¨¦ritos desde la Transici¨®n le valieron el reconocimiento de una buena parte de la sociedad espa?ola, que se hizo juancarlista sin ser necesariamente mon¨¢rquica. Fiel a esa misma l¨®gica utilitarista, los dem¨¦ritos acumulados en los ¨²ltimos a?os de su reinado ¡ª¡°lo siento, me he equivocado¡±¡ª le llevaron a renunciar al trono ante el riesgo de que su creciente impopularidad afectara a la propia instituci¨®n. Su abdicaci¨®n reafirmaba aquel principio t¨¢cito acu?ado en la Transici¨®n seg¨²n el cual la Monarqu¨ªa ten¨ªa que someterse a un plebiscito cotidiano para verificar su utilidad. Como dijo un exministro socialista en los a?os noventa, ¡°si la Monarqu¨ªa funciona, ?para qu¨¦ cojones vamos a cambiarla?¡±. El problema era si dejaba de funcionar, o al menos se extend¨ªa esa percepci¨®n.
Al principio, Felipe VI apost¨® por una pol¨ªtica prudente de control de da?os y austeridad
Felipe VI hered¨® en 2014 una instituci¨®n en horas bajas por los esc¨¢ndalos que salpicaban a una parte de su familia en un momento de grave crisis econ¨®mica y alta sensibilidad social. La Corona resultaba adem¨¢s especialmente vulnerable al mantra antisistema del ¡°no nos representan¡± por su precaria legitimidad formal, mayor a¨²n que la de las instituciones electivas, tambi¨¦n muy cuestionadas. En esa dif¨ªcil coyuntura, la actuaci¨®n del Rey deb¨ªa cumplir dos condiciones que sobre el papel parec¨ªan imposibles de conciliar: por un lado, mantenerse en los estrechos m¨¢rgenes de cualquier monarqu¨ªa constitucional despojada de poder efectivo y, por otro, demostrar la utilidad de la instituci¨®n en un momento de crisis. Hacer y no hacer al mismo tiempo: tal era el dilema con el que el nuevo Rey empezaba su reinado hace casi cuatro a?os.
El problema de una Monarqu¨ªa meritocr¨¢tica sin posibilidad de hacer m¨¦ritos que justificaran su existencia se resolvi¨® de entrada mediante una prudente pol¨ªtica de control de da?os: imagen de austeridad, alejamiento de su hermana, discreta exposici¨®n al problema catal¨¢n. Pero era inevitable la comparaci¨®n entre Felipe VI y su padre, art¨ªfice de una concepci¨®n muy personal de la Corona llamada a sobrevivirle en el trono. Para bien o para mal, los espa?oles se hab¨ªan acostumbrado al juancarlismo, que los m¨¢s puristas ve¨ªan como un suced¨¢neo del verdadero esp¨ªritu mon¨¢rquico, y con esa vara de medir juzgar¨ªan el nuevo reinado. Por eso, cuando estall¨® la crisis catalana muchos pensaron que ese ser¨ªa el 23-F de Felipe VI. ?Estar¨ªa a la altura?
El 3 de octubre mostr¨® el coraje necesario para jug¨¢rsela como hizo su padre el 23-F
Cualquiera que sea la opini¨®n que nos merezca su mensaje del 3 de octubre, es innegable que el Rey demostr¨® el coraje necesario para jug¨¢rsela en un momento cr¨ªtico asumiendo grandes riesgos, como hizo su padre en la noche del 23-F. El mensaje lanzado aquel d¨ªa por Felipe VI, junto a la fuga masiva de empresas, fue capaz de reconducir una crisis fuera de control y mostrar la determinaci¨®n de los poderes del Estado para defender el orden constitucional frente al ciego voluntarismo del proc¨¦s. La crisis est¨¢ lejos de haberse superado, pero, tal como ocurri¨® con el 23-F, la impresi¨®n es que la imagen del Rey sali¨® claramente reforzada de aquella dura prueba y que, a los ojos de muchos espa?oles, aquella noche la Monarqu¨ªa demostr¨® servir para algo. Puede que su papel ante el desaf¨ªo independentista le haya servido tambi¨¦n para acortar distancias respecto a las nuevas generaciones, mucho m¨¢s esc¨¦pticas sobre la utilidad de la instituci¨®n.
Este es el otro gran frente que tiene ante s¨ª Felipe VI, y en este caso hay que decir que se encuentra en clara desventaja respecto a su padre, cuya meritoria actuaci¨®n se vio favorecida por el respaldo de una generaci¨®n de pol¨ªticos de toda condici¨®n identificados con el sentido conciliador y democratizador de su reinado. Por el contrario, el rey Felipe VI, que hoy cumple 50 a?os, se encuentra en una especie de tierra de nadie generacional entre el presidente del Gobierno, 12 a?os mayor que ¨¦l, y los principales l¨ªderes de la oposici¨®n: Albert Rivera (38), Pedro S¨¢nchez (45) y Pablo Iglesias (39). El problema es a¨²n m¨¢s grave si tenemos en cuenta la brecha cultural con las generaciones m¨¢s j¨®venes, que apenas han conocido otra cosa que la crisis social y econ¨®mica de los ¨²ltimos a?os. Su desafecci¨®n a las instituciones tiene mucho que ver con el hundimiento de sus expectativas y con el deterioro de una democracia anquilosada que requiere una urgente puesta a punto. Dec¨ªa Tocqueville que en las naciones democr¨¢ticas cada generaci¨®n es un nuevo pueblo que debe merecer la atenci¨®n del legislador. Si la crisis catalana es el 23-F de Felipe VI, acercar la Monarqu¨ªa a las nuevas generaciones y evitar que quede como ¡°una v¨ªa muerta¡±, como lo era la Rep¨²blica, seg¨²n Jim¨¦nez de As¨²a, en 1948, ser¨¢ la transici¨®n que marque al final el ¨¦xito o el fracaso de su reinado.
Juan Francisco Fuentes es catedr¨¢tico de Historia Contempor¨¢nea en la Universidad Complutense de Madrid y coautor del libro Rey de la democracia (Galaxia Gutenberg).
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