No cedas
Hacia abril, el mes m¨¢s cruel, llegas incluso a agradecer que los d¨ªas no acaben
Los d¨ªas son m¨¢s largos. Ya fueron m¨¢s largos otras veces: el a?o anterior y el anterior al anterior. Los d¨ªas empezaron a ser m¨¢s largos al poco de que falleciera tu padre, tambi¨¦n unas semanas m¨¢s tarde de que nacieras t¨². Hay un momento del a?o, de todos los a?os, en el que los d¨ªas comienzan a estirarse. Hacia principios de febrero, alguien, en el autob¨²s o en la cafeter¨ªa, pronuncia esta frase: los d¨ªas son m¨¢s largos. Por lo general se dice con ¨¢nimo festivo, como para celebrar la salida del invierno. Nadie dice por maldad que anochece m¨¢s tarde. Se trata de una frase guardada en alg¨²n pliegue de nuestra memoria que salta autom¨¢ticamente, como la alarma del m¨®vil a la hora programada. Estamos programados para decir que los d¨ªas son m¨¢s largos y lo decimos al comprobar que la semana pasada, a la misma hora de hoy, la calle estaba oscura. De modo que te has asomado a la ventana, has calculado la altura del sol y te has vuelto para decirle a tu mujer que los d¨ªas son m¨¢s largos. Ella asiente con entusiasmo. Pero t¨² acabas de entrar en p¨¢nico.
Los d¨ªas largos prolongan la angustia de vivir, dilatan la agon¨ªa de la jornada. Da verg¨¹enza ver el primer telediario de la noche cuando todav¨ªa hay luz. Luego, con el paso del tiempo, te acostumbras porque se acostumbra uno a todo. Hacia abril, el mes m¨¢s cruel, llegas incluso a agradecer que los d¨ªas no acaben. Pero ahora, al principio de ese estiramiento, sientes una punzada de horror en la boca del est¨®mago, pues mientras el sol no caiga tampoco t¨² puedes caer. Has de mostrarte firme, entero, has de enredar por la casa como si no ocurriera nada. Arregla ese enchufe o cambia esa bombilla, disimula, no cedas a la tentaci¨®n de meterte en la cama con esta claridad.
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