Tomarse en serio la influencia de Espa?a en Europa
Nuestro pa¨ªs est¨¢ infrarrepresentado en las instituciones comunitarias pero el n¨²mero de altos cargos no mide la eficacia de la pol¨ªtica
La candidatura del ministro Luis de Guindos para vicepresidente del Banco Central Europeo ha reabierto la discusi¨®n sobre la ausencia de espa?oles en los puestos de mando de la UE y, por extensi¨®n, sobre nuestra supuesta debilidad en Bruselas. Ciertamente impacta la comparaci¨®n con las altas responsabilidades ejercidas por nacionales de los dos Estados miembros del entorno inmediato. Una italiana es alta representante de Asuntos Exteriores, otro preside el Parlamento Europeo y un tercero el BCE. Portugal, un pa¨ªs mucho menor que cuenta adem¨¢s con un flamante secretario general de Naciones Unidas, tuvo al anterior presidente de la Comisi¨®n y ahora ostenta la presidencia del Eurogrupo que no consigui¨® Guindos en 2015 y el asiento en Francf¨®rt al que justo aspira. Tambi¨¦n es grande el contraste con los ¨¦xitos de los primeros a?os de pertenencia: tres presidencias del Parlamento y una del Tribunal de Justicia, el primer alto representante o la presencia ininterrumpida en el comit¨¦ ejecutivo del BCE. Desde 2004, ning¨²n nombramiento relevante. Y los ejemplos apuntados de Italia o Portugal impiden achacar sin m¨¢s esa sequ¨ªa a la crisis.
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Siendo obvia esta infrarrepresentaci¨®n, debe subrayarse que el n¨²mero de altos cargos no sirve para medir la eficacia de la pol¨ªtica europea de un pa¨ªs. Pero, como ocurre con los discutibles rankings universitarios o PISA en el ¨¢mbito educativo, supone una buena excusa para el debate realmente importante: la capacidad de ser influyentes en la UE defendiendo los valores e intereses democr¨¢ticamente definidos a nivel nacional. No se trata de algo f¨¢cil de medir pero el Real Instituto Elcano, en un proyecto con la Universidad Aut¨®noma de Madrid y la Universitat Pompeu Fabra, lleva dos a?os investigando y algunas conclusiones provisionales iluminan mejor la cuesti¨®n.
Un hallazgo preliminar sorprendente es que somos uno de los Estados con mayor potencial de influencia a causa de varias razones estructurales: un tama?o grande que da poder institucional, fuerte europe¨ªsmo pol¨ªtico y social, buena sinton¨ªa e interlocuci¨®n con otros actores clave (Alemania, Francia o la Comisi¨®n), una econom¨ªa cada vez m¨¢s internacionalizada, su ascendente en algunas regiones del mundo, o la estabilidad gubernamental y la relativa eficacia administrativa. El lector autocr¨ªtico que tiende a cuestionar esas fortalezas puede hacer el ejercicio de comparar con el resto de socios y concluir¨¢ que solo Alemania y seguramente Francia tienen una combinaci¨®n mejor de variables. Los dem¨¢s pa¨ªses o son peque?os, o est¨¢n azotados por el euroescepticismo, o tienen escasa capacidad de coalici¨®n, o est¨¢n peor insertos en la globalizaci¨®n, o no cuentan con un poder ejecutivo fuerte y confiable. Y en muchos casos varios de esos males se acumulan.
Es verdad tambi¨¦n que en el ¨²ltimo decenio hemos sufrido dos graves crisis (econ¨®mica y territorial) que han convertido circunstancialmente a Espa?a m¨¢s en vulnerable objeto de inquietud que en s¨®lido sujeto del proceso de integraci¨®n. Pero la capacidad de superar los desaf¨ªos internos se valora alto en Europa y debe formar parte tambi¨¦n de nuestro cat¨¢logo de fortalezas. En suma, puede decirse que la posici¨®n de Espa?a es a priori tan ventajosa, que el lamento no debe venir tanto por el escaso poder ejercido sino por malgastarlo. ?D¨®nde est¨¢ entonces el fallo?, ?c¨®mo maximizar la influencia?
Desde 2004, Espa?a no ha tenido ning¨²n nombramiento relevante. Los ejemplos de Italia o Portugal impiden achacar sin m¨¢s esa sequ¨ªa a la crisis
A menudo se citan variables organizativas como la departamentalizaci¨®n, el reparto competencial auton¨®mico o la preferencia por el individualismo y las relaciones informales en las negociaciones, pero esos d¨¦ficits son relativamente comunes a los Veintiocho. En muchos casos, incluso, el sistema de toma de decisiones europeo premia a quienes tienen una pol¨ªtica poco jerarquizada. Nadie niega tampoco la calidad de la mayor parte de los funcionarios dedicados a los dosieres europeos ni del ¨®rgano que los coordina en Bruselas (REPER) y Madrid (una Secretar¨ªa de Estado reci¨¦n reforzada y que incre¨ªblemente alguien quiso eliminar en 2010). Incluso si se contabilizan los cargos de nivel directivo ejercidos por espa?oles en las instituciones europeas, la situaci¨®n es bastante buena. Por tanto, y al margen de que siempre hay margen para mejorar en la gesti¨®n administrativa, no reside ah¨ª la principal tarea pendiente.
La clave apunta al nivel pol¨ªtico o, para ser m¨¢s precisos, al de los actores. El problema no es de estructura (que ya hemos visto que es s¨®lida) sino de agencia: de la capacidad de los distintos agentes para aprovechar mejor su participaci¨®n en la compleja galaxia europea y transformar unas circunstancias ventajosas en mayores logros tangibles. En el fondo se trata de cre¨¦rselo. Un cambio estrat¨¦gico de mentalidad para actuar m¨¢s en grande.
En el Consejo Europeo, solo Alemania y Pa¨ªses Bajos tienen miembros m¨¢s longevos y pocos disfrutan el poder pol¨ªtico interno y las redes de alianzas a disposici¨®n de un presidente del Gobierno espa?ol. Felipe Gonz¨¢lez y el primer Aznar entendieron esa fortaleza y la cultivaron pero a partir del cambio de siglo el panorama ha empeorado. Aunque en los ¨²ltimos a?os de Zapatero y durante todo el periodo de Rajoy se ha vuelto a valorar que no hay asunto m¨¢s prioritario que la UE (algo descuidado entre 2001 y 2010), el pulso se ha recuperado m¨¢s con un enfoque reactivo que proactivo. Nuestros presidentes pueden y deben ser m¨¢s ambiciosos. Pensar no solo como jefes de gobierno nacionales sino tambi¨¦n como col¨ªderes del proyecto com¨²n.
Hay mucho que mejorar en la fase inicial del proceso atrevi¨¦ndose a convertir las preferencias nacionales en ideas europeas
En el Consejo la situaci¨®n es mejor. De acuerdo a los ¨ªndices que miden la capacidad de coaligarse y ganar votaciones, Espa?a est¨¢ bien y ser¨¢ quien m¨¢s poder gane tras el Brexit. Hay algunos ¨¢mbitos sectoriales donde la maquinaria est¨¢ tan engrasada que nuestro pa¨ªs es referente de negociaciones exitosas. Sin embargo, tambi¨¦n hay mucho que mejorar en la fase inicial del proceso atrevi¨¦ndose a convertir las preferencias nacionales en ideas europeas y a empujar la agenda de la Comisi¨®n. Si en los noventa hubo muchos ejemplos de iniciativas espa?olas (cohesi¨®n, ciudadan¨ªa, Latinoam¨¦rica, terrorismo, Mediterr¨¢neo), ahora el Gobierno y sus ministerios prefieren un perfil m¨¢s bajo.
En el Parlamento Europeo la oposici¨®n tambi¨¦n golpea por debajo del peso. Es llamativo el reducido poder en Estrasburgo de PSOE (la socialdemocracia europea con m¨¢s a?os de gobierno desde 1986), Ciudadanos (el que m¨¢s votos tiene de la familia liberal) o Unidos Podemos (quienes cuentan con m¨¢s eurodiputados en el grupo de la izquierda). A¨²n peor es el panorama de diputados nacionales y senadores con muy baja proyecci¨®n en redes trasnacionales, a veces explicada por un triste problema de competencia ling¨¹¨ªstica.
Y por fin, tambi¨¦n el resto de agentes sociales y econ¨®micos tienen que atreverse a dar el paso: empresas, comunidades aut¨®nomas, centros de pensamiento, prensa o sociedad civil. Influir en Bruselas es al fin y al cabo una tarea colectiva pero en la que cada actor tiene responsabilidad personal. Se trata, como hemos sufrido en los ¨²ltimos a?os, de un desaf¨ªo de primer orden. Visto as¨ª, el poder de Espa?a en la UE no se lo juega Guindos. Nos lo jugamos todos. Todos los d¨ªas.
Ignacio Molina es investigador principal en el Real Instituto Elcano y profesor de Ciencia Pol¨ªtica en la UAM.
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