Yves Saint Laurent regresa a Marrakech
La obra de Yves Saint Laurent vuelve a la ciudad marroqu¨ª donde fue concebida, a la que el dise?ador regres¨® una y otra vez en busca de inspiraci¨®n hasta el final de su vida. Un nuevo museo alberga su legado y se fija como meta impedir que el genio del modista franc¨¦s caiga en el olvido.
CUANDO PISARON Marrakech por primera vez, la ciudad ol¨ªa a lluvia y jazm¨ªn. Sol¨ªan recordar que, cuando el temporal acab¨® y regres¨® el sol de invierno, brotaron colores de un exotismo inaudito para una retina europea. Corr¨ªa el a?o 1966. Los protagonistas de esta historia juraban que sintieron un flechazo amoroso con el lugar. De tal manera que Yves Saint Laurent y su infatigable socio y compa?ero sentimental, Pierre Berg¨¦, se subieron al avi¨®n que los llevar¨ªa de vuelta a Par¨ªs con un compromiso de compra de su primera residencia en la ciudad marroqu¨ª, Dar el Hanch, o ¡°la casa de la serpiente¡±. Establecieron as¨ª un lazo con Marrakech que nunca se rompi¨®. Para Saint Laurent (Or¨¢n, 1936-Par¨ªs, 2008) represent¨® un refugio creativo en el que se encerraba dos veces al a?o para trabajar en los primeros esbozos de sus colecciones. Cuando perd¨ªa la inspiraci¨®n, la volv¨ªa a encontrar perdi¨¦ndose por el laberinto de las calles de la medina u observando a los acr¨®batas, los m¨²sicos de la tradici¨®n gwana y los encantadores de serpientes que poblaban el zoco de Yamma el Fna.
Para Saint Laurent su casa de Marrakech represent¨® un refugio creativo: se encerraba en ella para esbozar sus colecciones
Medio siglo m¨¢s tarde, el legado del legendario modista regresa al lugar del que surgi¨®. El Museo Yves Saint Laurent de Marrakech abri¨® sus puertas en octubre en un nuevo edificio pegado al Jard¨ªn Majorelle, ese locus amoenus donde el pintor orientalista del mismo nombre instal¨® su taller en tiempos del protectorado franc¨¦s. Saint Laurent y Berg¨¦ lo adquirieron para salvarlo de la destrucci¨®n a principios de los ochenta. Junto a este ed¨¦n urbano se erige un museo de 4.000 metros cuadrados a cargo de Studio KO, una ascendente firma de arquitectura con doble sede en Par¨ªs y Marrakech liderada por los arquitectos Karl Fournier y Olivier Marty. Entre sus clientes se encuentran el cineasta Francis Ford Coppola o la arist¨®crata y heredera de Fiat, Marella Agnelli, adem¨¢s de numerosas marcas de lujo, que los han solicitado para decorar tiendas y oficinas.
Berg¨¦ so?¨® con encargar el edificio a un gran arquitecto de fama internacional. Hasta que estos dos j¨®venes y semidesconocidos proyectistas restauraron la mansi¨®n que comparti¨® con Saint Laurent en T¨¢nger. Y qued¨® tan satisfecho con el resultado que decidi¨® cambiar de planes. ¡°Nos dio una ¨²nica indicaci¨®n: que no construy¨¦ramos un mausoleo. Quer¨ªa que fuera un edificio contempor¨¢neo, lleno de vida e integrado en el contexto¡±, recuerda Fournier. En vez de optar por una copia literal de los edificios marroqu¨ªes, los dos arquitectos prefirieron interpretar esa herencia libremente. Mezclaron ladrillo rojo de Tetu¨¢n con granito italiano y lat¨®n, ambos extensamente utilizados en el Magreb, obteniendo una paleta situada entre el ocre y el rosado, en comuni¨®n con el cromatismo que impera en el resto de la ciudad. Tambi¨¦n contrapusieron la opacidad de la fachada, t¨ªpica de la arquitectura magreb¨ª, con un patio circular recubierto de azulejo turquesa que logra distribuir la luz por todo el edificio. En los pasillos colocaron vitrales de colores, que recuerdan a los que Matisse dise?¨® para la capilla del Rosario en Vence, por los que Saint Laurent dec¨ªa sentir devoci¨®n. E hicieron un gui?o a su actividad profesional dibujando cenefas de ladrillo en la fachada que recuerdan a la trama cruzada de los tejidos y remiten ¡°a la forma de una sisa que une la manga con el hombro¡±, seg¨²n el arquitecto.
El director del museo se llama Bj?rn Dahlstr?m. Es nieto de un sueco franc¨®filo que se instal¨® en el Magreb d¨¦cadas atr¨¢s. De ni?o pas¨® largas temporadas en esta ciudad, a la que regresar¨ªa en 2011, cuando Berg¨¦ le encarg¨® liderar su proyecto de Museo Bereber, construido en el antiguo atelier del pintor Majorelle. Este historiador del arte y muse¨®logo abre paso por las salas del centro que dirige, donde se expone una peque?a parte de la colecci¨®n legada por Saint Laurent y Berg¨¦, consistente en 5.000 vestidos, 15.000 accesorios de alta costura y varios millares de ilustraciones de moda. Entre las piezas mostradas se hallan las creaciones m¨¢s m¨ªticas, como la sahariana, el esmoquin femenino o el vestido Mondrian. Pero tambi¨¦n otras prendas inspiradas en la cultura aut¨®ctona, como el burnous, ese albornoz de lana de los bereberes que Saint Laurent adapt¨® al estilo parisiense, o la copa bordada con las buganvillas que se encuentran en el jard¨ªn. ¡°Nuestra primera misi¨®n es preservar y exponer el patrimonio de Saint Laurent, pero el centro tambi¨¦n debe ser un lugar de vida, conectado con la ciudad¡±, explica el director. ¡°No hay que olvidar que somos el primer museo de moda del continente africano. Y la moda puede ser un agente de libertad. Cuando nos vestimos, expresamos ideas propias y, al hacerlo, tal vez seamos un poco m¨¢s libres¡±. Dahlstr?m ve en este pa¨ªs un cruce de caminos, situado en el extremo norte de un continente y en la frontera sur del otro. ¡°Como tal, es un lugar de paso y de apertura. Por lo menos, as¨ª lo vivo yo. Me gustar¨ªa que este museo fuera un reflejo de esa visi¨®n del pa¨ªs¡±, concluye.
¡°Yves siempre crey¨® que habr¨ªa un museo dedicado a su obra. Era un hombre orgulloso, consciente de su talento¡±
Este centro fue algo parecido a la ¨²ltima voluntad de Berg¨¦, fallecido el pasado septiembre. ¡°Sab¨ªa que estaba enfermo, pero no que morir¨ªa tan pronto. Su estado empeor¨® en el ¨²ltimo a?o. Nos sentimos hu¨¦rfanos. Para m¨ª, fue un padre adoptivo¡±, explica Quito Fierro, secretario general de la Fundaci¨®n Majorelle, sentado junto al estanque del jard¨ªn. Hijo de la decoradora Jacqueline Foissac, ¨ªntima de Berg¨¦ y Saint Laurent, Fierro dice que el proyecto siempre estuvo en los planes de la pareja. ¡°Yves siempre crey¨® que alg¨²n d¨ªa habr¨ªa un museo dedicado a su obra. Era un hombre orgulloso, consciente de su talento¡±, apunta. No es casualidad que conservasen modelos originales desde la creaci¨®n de la marca en 1961, gesto poco frecuente en la ¨¦poca. A principios de los ochenta se realiz¨® un primer inventario. Los documentos dignos de ser archivados llevaban una inscripci¨®n en el rev¨¦s: una M de museo. ¡°No era megaloman¨ªa¡±, se?ala la bi¨®grafa de referencia del modista, Laurence Bena?m. ¡°Para Saint Laurent, conservar las cosas era tan importante como crearlas. Era una herencia de sus a?os en Dior: el hecho de tener conciencia sobre el trabajo bien hecho, de tener claro que las cosas bellas deben conservarse y no destruirse¡±.
Berg¨¦ no lleg¨® a ver el museo inau?gurado. ¡°Pero s¨ª terminado. Cuando acudi¨® a Marrakech por ¨²ltima vez, el edificio ya estaba acabado¡±, apunta su viudo, Madison Cox, atildado paisajista estadounidense de 59 a?os con quien Berg¨¦ contrajo matrimonio meses antes de morir, convertido desde el oto?o en nuevo presidente de la Fundaci¨®n Berg¨¦-Saint Laurent. Casi a la vez que la sede en Marruecos, ha inaugurado otro museo en la antigua sede parisiense de la marca, cuyas salas albergan una reproducci¨®n del taller de costura de su fundador y varias decenas de modelos m¨ªticos. ¡°Mi papel consiste en impedir que su obra y su nombre sean olvidados. Es importante recordar a las nuevas generaciones por qu¨¦ Saint Laurent y Berg¨¦ fueron importantes. No solo a los estudiantes de moda, sino tambi¨¦n a quienes deseen estudiar los cambios que ha vivido la sociedad en las ¨²ltimas d¨¦cadas. Todos ellos est¨¢n reflejados en la ropa¡±.?
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