Laicismo nacional
Quiz¨¢s la salida consista hoy y ahora en avanzar hacia una desnacionalizaci¨®n de la idea de Estado que permita trasladar la cuesti¨®n sobre lo que es la naci¨®n a las creencias particulares de cada uno
Fue nada menos que Felipe Gonz¨¢lez quien, en un art¨ªculo escrito junto a Carme Chac¨®n, defini¨® a Catalu?a como una ¡°naci¨®n sin Estado¡± (Apuntes sobre Catalu?a y Espa?a,EL PA?S, 26/7/2010). A su compa?ero Rodr¨ªguez Ibarra aquello le pareci¨® algo cercano al sacrilegio: ¡°Confieso que mi sorpresa fue equiparable a la que podr¨ªa haber experimentado un cristiano al que, despu¨¦s de creer toda la vida en la existencia de un Dios ¨²nico y verdadero, el Papa de Roma le anunciara que todo era mentira y que ese Dios no existe¡±, declar¨® compungido.
Ese metaf¨®rico Dios al que alude Ibarra no puede ser otro, claro, que la naci¨®n espa?ola, entidad a la que las palabras de Felipe habr¨ªan condenado de un plumazo al limbo de la inexistencia. Una herej¨ªa, la felipista, que continuaba hurgando en la herida, pues no solo ocurr¨ªa que, en la medida en que existiera una naci¨®n catalana, entonces la naci¨®n espa?ola se ver¨ªa irremediablemente cercenada en una de sus extremidades, sino que, profundizando en el anatema, el expresidente ven¨ªa a concebir a Espa?a como ¡°naci¨®n de naciones¡±, con lo que las amputaciones a la naci¨®n ya no ven¨ªan solo de un lado, sino al menos desde los flancos gallego, vasco y qui¨¦n sabe cu¨¢ntos m¨¢s¡ ?qu¨¦ quedaba de la naci¨®n espa?ola sino una humillada, manoseada y desgastada piel de toro enclavada en el mapa de la Pen¨ªnsula como un sanguinoliento trozo de carne desgarrado?
Algunos conciben, en efecto, las naciones como manchas de colores en el mapa, al modo mediante el que los libros de texto ¡ªdeudores de una tradici¨®n pedag¨®gica que har¨ªamos bien en revisar¡ª representan las idas y venidas de los distintos imperios a lo largo y ancho de la topograf¨ªa. En esa concepci¨®n, la de Ibarra, el avance de una naci¨®n implica l¨®gica y necesariamente el retroceso de otra.
La idea tradicional de naci¨®n exige sus representaciones y sus consecuencias
Bajo esta mirada pueden concebirse Estados plurinacionales, pero nunca una naci¨®n de naciones, una entidad tan contradictoria como lo ser¨ªa un ¡°individuo de individuos¡±. Aqu¨ª cada naci¨®n se conforma en esencia por contraposici¨®n a otras. Son las fronteras las que delimitan y circunscriben la existencia nacional, y una frontera es por definici¨®n dual, j¨¢nica. De la misma manera que no es posible imaginar un folio con una sola cara, es imposible una frontera que lo sea de solo una naci¨®n. Si las naciones se conciben mediante fronteras, entonces una naci¨®n no puede acoger otras naciones en su interior, sino solo en su exterior.
De este concepto viejo de naci¨®n beben nuestros nacionalismos perif¨¦ricos, que por eso tildan a Espa?a de ¡°Estado¡±. Para ellos, naciones son Catalu?a, el Pa¨ªs Vasco o Galicia, y Espa?a es en consecuencia un Estado plurinacional, no una naci¨®n. Y, por descontado, tal concepci¨®n configura igualmente el andamiaje interpretativo de los nacionalistas espa?oles, que afirman que Espa?a es una naci¨®n ¡ªla m¨¢s vieja de Europa adem¨¢s, como repiten con especial y reveladora fruici¨®n (?qu¨¦ m¨¢s dar¨¢?, me pregunto yo)¡ª, jam¨¢s un mero Estado. Para ellos solo hay una naci¨®n verdadera, la espa?ola, en cuyo interior existen nacionalidades y regiones. Contra la sorprendente afirmaci¨®n de que no hay entre nosotros nacionalismo espa?ol ¡ªla viga y la paja, ya saben¡ª lo cierto es que es esta ¨²ltima la concepci¨®n plasmada en la Constituci¨®n de 1978, como se encarg¨® de recordar en 2010 nuestro Tribunal Constitucional. Para bien o para mal, esa composici¨®n de lugar no parece servir ya para articular nuestra convivencia.
Es imposible la existencia de una frontera que pertenezca solo a una naci¨®n
La idea tradicional de naci¨®n exige sus representaciones y sus consecuencias: las manchas en el mapa, el tetris cartogr¨¢fico, el empate infinito, la suma cero. Como ya hemos visto, desde este paradigma la expresi¨®n ¡°naci¨®n de naciones¡± es un perfecto imposible l¨®gico, pero eso es as¨ª porque ah¨ª, en esa aparente contradicci¨®n, subyace una idea de naci¨®n mil veces m¨¢s abierta, m¨¢s ilustrada y m¨¢s tolerante. Mil veces m¨¢s moderna, en suma. O m¨¢s europea, si quieren, t¨¦rmino que tambi¨¦n encaja aqu¨ª y que nos da una idea de hasta qu¨¦ punto Europa no es tanto una naci¨®n como un ideal¡ pero no nos desviemos.
Una naci¨®n puede albergar en su seno otras naciones solo si concebimos la idea de naci¨®n no como un territorio en el mapa, sino m¨¢s bien como una opci¨®n personal para la cual no existe ya ¡ªy esto es lo que han de entender todos los nacionalistas¡ª ninguna verdad ¨²nica o revelada. Esto es, si pensamos las naciones no mediante fronteras, necesariamente geogr¨¢ficas, sino mediante creencias, subjetivas por necesidad.
Deslizar el eje interpretativo desde las hect¨¢reas hasta las convicciones permite generar un espacio p¨²blico en el que cabemos todos. Se trata de un desplazamiento similar al que, en los inicios de la modernidad, se efectu¨® en el terreno religioso. La tolerancia religiosa fue el gran invento civilizador que permiti¨® que los diferentes dioses convivieran en un mismo espacio. El espacio de lo p¨²blico, en el sentido de oficial, se configur¨® de modo aconfesional o laico, precisamente para que todas las religiones tuvieran cabida. De modo similar, quiz¨¢s la salida consista hoy y ahora en avanzar hacia una desnacionalizaci¨®n del Estado, una suerte de laicismo nacional que saque a la naci¨®n del sal¨®n del trono, tal y como anta?o se sac¨® de ah¨ª al mism¨ªsimo Dios, y que desplace esa cuesti¨®n desde las estructuras administrativas del BOE hasta las peculiares creencias de cada cual.
Cuando lo que tomamos en cuenta no es ninguna de las variadas verdades reveladas que dictaminan qu¨¦ es una naci¨®n, cu¨¢ntas hay y hasta d¨®nde llegan; sino m¨¢s bien las opiniones de la gente al respecto, la conclusi¨®n es clara: no hay naciones puras. Es la propia ciudadan¨ªa la que refuta la mera noci¨®n tradicional de naci¨®n, una entelequia que solo existe en la cabeza de los nacionalistas. Todas las candidatas a naci¨®n ¡ªEspa?a, ciertamente, pero desde luego tambi¨¦n Catalu?a, Euskal Herria o cualquier otra¡ª son, si atendemos a la voz de sus gentes y no a los dogmas de sus nacionalistas, ¡°naciones de naciones¡±. Todas albergan en su interior, en mayor o menor medida, sujetos que disienten libremente de cualquier definici¨®n concreta de naci¨®n que quiera dictaminarse como la eterna e inmortal. Una evidencia que todos los nacionalistas de uno u otro pelaje rechazar¨¢n con apasionada vehemencia, pero tambi¨¦n una irrefutable y hermosa verdad sobre la que podemos edificar de nuevo la mejor pol¨ªtica. La del acuerdo, no la de la frontera
Jorge Urd¨¢noz Ganuza es profesor de Filosof¨ªa del Derecho de la Universidad P¨²blica de Navarra.
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