La cuarta ola
La clave para entender la desigualdad entre hombres y mujeres es el poder, pero, por fin, el feminismo lo mira de frente y quiz¨¢s anuncie as¨ª la llegada de una nueva fuerza transformadora. Es normal que este proceso genere inquietud
Hay algo que estos d¨ªas inquieta en la conversaci¨®n p¨²blica, la sacudida de una ola avasalladora construida con la extra?a adhesi¨®n de complicidades entre desconocidas que simplemente afirman ¡°yo tambi¨¦n¡±. Y, sin embargo, no es nuevo: ocurri¨® cuando reclamamos ser parte del Contrato Social de la modernidad, cuando quisimos votar o cuando pretendimos hacer nuestra la vieja premisa ilustrada de que tambi¨¦n somos soberanas de nuestros cuerpos y esp¨ªritus. Pero no bastaba con pedir la mitad de un mundo hecho, pues, al entrar a formar parte de su elaboraci¨®n, nos percatamos con Simone de Beauvoir de que el nuestro ¡°era un mundo que pertenec¨ªa a los hombres¡±. Ese cl¨¢sico instante hom¨¦rico en el que el impertinente Tel¨¦maco manda callar a su madre, nos explica Mary Beard, constituye el lugar fundacional desde el cual la experiencia humana se identifica con la experiencia del hombre. Y as¨ª, Pen¨¦lope ser¨¢ la encarnaci¨®n viva de una cultura en la que el silencio de la voz diferente de la mujer ofrece la clave crucial para entender el orden del mundo.
Aunque a menudo parezca que el feminismo surge de la nada como un t¨¢bano, en realidad siempre estuvo ah¨ª. Exist¨ªa ¡ªlo cuentan poetas y fil¨®sofas¡ª mientras se defin¨ªan los contornos del poder y c¨®mo encaj¨¢bamos en ¨¦l; o cuando se delimitaban el ¨¦xito y el reconocimiento p¨²blicos. Tambi¨¦n cuando se articulaban los t¨¦rminos de la expresi¨®n individual, la racionalidad, el dominio de la naturaleza; mientras se exploraba el mundo y se cartografiaba, al fundar pa¨ªses, escribir constituciones, formular teor¨ªas sobre el universo y tambi¨¦n en el arte. Estos dominios expresaban un imaginario cultural, social y simb¨®lico que produc¨ªa significado, y ya sabemos que la construcci¨®n de sentido no es indiferente a la producci¨®n de relaciones de poder.
Otros art¨ªculos de la autora
La experiencia femenina fue apartada y silenciada de los discursos que constru¨ªan el conocimiento, las palabras y el orden de las cosas. A¨²n hoy debemos recordar que los conceptos no encajan de una manera natural en el mundo, que contienen una carga valorativa y se envuelven en prejuicios. Lo vemos con el entendimiento tan estrecho de lo que significa la violencia, y en c¨®mo fue preciso buscar las palabras adecuadas para otorgar nuevos significados que expresasen de qu¨¦ manera ¡ªtan mundana a veces¡ª se mermaban las oportunidades y los derechos de las mujeres. Resuenan aqu¨ª las palabras sabias, precisas, de Iris Young, pues lo hicimos esperando ¡°evocar reconocimiento e, incluso, un poco de placer¡±.
Nos lo quisieron explicar, de una forma muy gamberra, las Guerrilla Girls durante la d¨¦cada de los ochenta. La mayor¨ªa de los desnudos de nuestros museos representaban cuerpos de mujeres; la mayor¨ªa estaban hechos por hombres. El arte era el dominio m¨¢s gr¨¢fico para explorar en qu¨¦ sentido la mujer era el objeto hist¨®rico de la representaci¨®n, mientras el hombre era el sujeto que la representaba. Como Flaubert, ¡°¨¦l hablaba por ella y dec¨ªa a sus lectores en qu¨¦ sentido era ¡®t¨ªpicamente¡¯ mujer¡±. As¨ª que tuvimos que desentra?ar por qu¨¦ nuestra definici¨®n social como mujeres nos colocaba en una inevitable situaci¨®n de vulnerabilidad. Pero no se opt¨® por la censura o la imposici¨®n dogm¨¢tica de una manera de estudiar el canon. Paul Preciado lo explic¨® bien al definir el feminismo como ¡°uno de los dominios te¨®ricos y pr¨¢cticos sometidos a mayor transformaci¨®n y cr¨ªtica reflexiva¡±. Sobre ello hab¨ªan insistido voces como las de bell hooks, Angela Davis, Spivak o Despentes: se trataba de crear visiones alternativas a las miradas hegem¨®nicas tanto dentro como fuera del feminismo.
EE UU ha interiorizado la idea de igualdad como una manera de ser de la sociedad misma
Ning¨²n discurso humanista como este ha experimentado hasta qu¨¦ punto la censura o el silencio siempre ser¨¢n algo ¡°necesariamente incompletos¡±, pues mediante su negaci¨®n, inevitablemente, se recupera para la conversaci¨®n p¨²blica aquello que se quiere silenciar. Lo hemos comprobado recientemente con el secuestro de Fari?a. Estamos en un momento en el que se pretende hacer categor¨ªa de la excepci¨®n, y saltan las alarmas ante un pu?ado de casos particulares que aspiran a enmarcar los t¨¦rminos del debate bajo la idea de una persecuci¨®n o una ilusoria caza de brujas (?De brujas, nada menos!). Ciertamente produce sonrojo.
Quiz¨¢s sea porque estos ejemplos se siguen analizando desde una ceguera hist¨®rica. Incluso se habla de puritanismo en el pa¨ªs que contempl¨® estupefacto c¨®mo una limpiadora de hotel, mujer y negra, terminaba con la carrera pol¨ªtica de uno de los hombres m¨¢s poderosos del planeta. Por mucho que se intente defender a Strauss-Khan con el argumento de que fue presa de una emboscada, es dif¨ªcil imaginar de qu¨¦ manera Christine Lagarde habr¨ªa mordido ese mismo anzuelo. Hay algo en esta forma de abuso de poder que solo puede entenderse desde su ejercicio como un atributo natural, definitorio de la virilidad. Pero tambi¨¦n a partir de una tradici¨®n democr¨¢tica, la norteamericana, que, sin un pasado aristocr¨¢tico como el franc¨¦s, ha interiorizado la idea de igualdad como una forma de ser de la sociedad misma, a pesar de que su realizaci¨®n sea todav¨ªa un objetivo lejano. Es indudable que el mismo pensador que nos explic¨® aquel pa¨ªs se preguntar¨ªa hoy si algo as¨ª habr¨ªa podido suceder en Francia. ¡°?De verdad esto va de puritanismo?¡±, habr¨ªa exhortado Tocqueville.
Hay que captar la naturaleza espec¨ªfica del poder y dar con la forma de resistencia
La clave para entender lo que ocurre es el poder. En realidad, siempre lo fue; pero, por fin, el feminismo lo mira de frente y quiz¨¢s anuncie as¨ª la llegada de una nueva ola en su intensa historia. Es normal que genere inquietud, y Beauvoir lo sab¨ªa: ¡°Es necesaria mucha abnegaci¨®n para rechazar una posici¨®n de Sujeto ¨²nico y absoluto¡±. Porque no solo se amenaza una condici¨®n de privilegio estructural, sino el sentido de una identidad que brota de las profundidades de nuestra propia tradici¨®n. Es parte del camino de un proceso silencioso que nos acompa?¨® desde el inicio, y ese deber¨ªa ser el marco de reconocimiento que posibilite una conversaci¨®n pedag¨®gica que explique por qu¨¦ esto no es una guerra.
Pero tambi¨¦n habr¨ªa que preguntarse hasta qu¨¦ punto es necesario mostrar nuestras heridas mediante testimonios personales, pues para algunas personas compartir su trauma tambi¨¦n puede convertirse en una forma de violencia. Y lo m¨¢s importante: no garantiza que se visibilice como un problema social. Aunque es pol¨ªticamente decisivo que pidamos esa cuota de poder a trav¨¦s del reconocimiento, tambi¨¦n es crucial pensar, con Judith Butler, c¨®mo mantener ¡°una relaci¨®n transformadora¡± con las reglas que definen lo que merece ser o no reconocido; captar en todo momento la naturaleza espec¨ªfica del poder y dar con la correspondiente forma de resistencia. Hay que evitar que el feminismo tambi¨¦n pueda devenir en un clich¨¦, pues todo clich¨¦, a base de repetirse, pierde su fuerza transformadora.
M¨¢riam Mart¨ªnez Bascu?¨¢n es profesora de Ciencia Pol¨ªtica de la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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