?Te puedo llamar?
Esta es una ¨¦poca puritana, en la que se ha determinado que todo puede ser un abuso, en la que no hay que acercarse ni interrumpir
Vivimos tiempos de novedades t¨¦cnicas y antig¨¹edades pol¨ªticas: creemos que cambiar es cambiar de tel¨¦fono, de dieta, de miedito, y los cambiamos a menudo. Instrumentos y conductas ¨Cy palabras¨C duran cada vez menos, se reemplazan a toda pastilla: lo que parec¨ªa una costumbre s¨®lida veinte a?os atr¨¢s ahora es un recuerdo vago. Es una ¨¦poca suavemente ag¨®nica: pelea del instrumento nuevo contra el viejo que viene a reemplazar. Y al nuevo no le alcanza con desplazar a su predecesor: su verdadero triunfo es cambiarle el sentido.
Algo ¨Cun instrumento de comunicaci¨®n, un g¨¦nero narrativo, un h¨¢bito¨C se impone cuando te hace pensar que lo que antes hac¨ªas ya no es lo que cre¨ªas que hac¨ªas. Las primeras fotos convirtieron al retrato pintado, esa maravilla de la t¨¦cnica, en un boceto torpe, aproximado. Los primeros coches hicieron que un coche de caballos se volviera bestial, tan primitivo. Las primeras series de televisi¨®n nos convencieron de que las pel¨ªculas no eran m¨¢s que cuentos cortos ¨Cy que las verdaderas novelas eran ellas. Y ahora el whatsapp ha cambiado lo que significa hablar por tel¨¦fono.
Al principio, hace ya m¨¢s de un siglo, una persona intermediaba en la conversaci¨®n: ten¨ªas que llamarla girando una manivela, pedirle el n¨²mero, esperar que te comunicara. Era todo un evento. Despu¨¦s el tr¨¢mite se simplific¨®: alcanzaba con manipular un disco numerado para que el tel¨¦fono del otro sonara. El otro, entonces, ten¨ªa s¨®lo dos opciones: contestar o no. Sol¨ªa contestar: es dif¨ªcil resistir la invitaci¨®n de lo desconocido.
Pero el tel¨¦fono se generaliz¨®, se fue haciendo banal e insistente: dej¨® de ser la maravilla de escuchar una voz a la distancia y se volvi¨® un engorro. As¨ª que actuamos en consecuencia: nos defendimos. Entonces lleg¨® el contestador: un truco para saber sin arriesgarse ¨Csi el otro ca¨ªa en la trampa de hablar¨C qui¨¦n llamaba. Y al final, el identificador de llamadas: la manera de saber qui¨¦n ¨Co por lo menos desde qu¨¦ tel¨¦fono¨C te llama, sin siquiera escucharlo.
Hasta que, en esta d¨¦cada, el tel¨¦fono dej¨® de ser la forma primaria de comunicaci¨®n a la distancia. El correo electr¨®nico la reemplaz¨® para temas m¨¢s largos o complejos y el chat para cuestiones m¨¢s directas. Entonces, de pronto, una llamada se transform¨® en un abuso de confianza. Ahora hablar con alguien se parece a tocarle una mano, pasarle el brazo por el hombro, mirarlo a los ojos. Entonces, antes de tomarse semejantes libertades, te escriben, te preguntan: ?Te puedo llamar?
Y no lo hacen lejanos o desconocidos: tus amigos amores o parientes te piden permiso para irrumpir a viva voz. ?Puedes hablar? S¨ª; bueno, creo que s¨ª. La charla se ha vuelto algo dif¨ªcil, casi peligroso, que debe ser pactado. Es cierto que escribir tiene sus ventajas: uno puede teclear un mensaje mientras hace otras cosas, tom¨¢ndose su tiempo, sin la urgencia que implica una conversaci¨®n, con menos temor a equivocarse. Pero tambi¨¦n es cierto que durante d¨¦cadas imaginamos que hablar no era tan grave.
Ahora es amenaza y es necesario conjurarla. Son formas propias de una ¨¦poca m¨¢s que puritana: cobarde, acorralada. Una ¨¦poca que ha determinado que todo puede ser un abuso, que no hay que acercarse, no hay que tocarse, no hay que irrumpir: que hay que pedir permiso para todo porque qui¨¦n sabe qu¨¦ sensibilidades estaremos molestando. Una ¨¦poca que supone que somos ¨Cm¨¢s las mujeres, pero todos¨C seres tan indefensos que no podemos soportar una mirada, una llamada, cualquier acercamiento. Una ¨¦poca que imagina que la palabra escrita es menos invasiva, menos urgente que la palabra dicha. Una ¨¦poca que se cree, como todas, que lleg¨® para quedarse ¨Cy ya se est¨¢ pasando.
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