La felicidad
Las mujeres que ayer compon¨ªan un gesto de rabia, decidido a cambiar las cosas, son las que pueden mejorar la suerte de sus cong¨¦neres de Banglad¨¦s
Desde ayer, el n¨²mero de personas felices en Espa?a es muy parecido al de anteayer. No hay variaciones significativas. Las mujeres no han tenido ning¨²n plus que las haga disfrutar m¨¢s de la vida, incluyendo en ese concepto tan amplio a los(as) amigos(as), los(as) compa?eras(os) o las(os) hijos(as).
En muchos lugares de Espa?a las mujeres se han calado hasta los huesos, aguantando la lluvia y el viento mientras reivindicaban que eran tan listas y eficientes como los hombres, y mostraban una vez m¨¢s su genuina perplejidad por cobrar de media un 13% menos que un hombre por hacer el mismo trabajo. Perplejidad sobre perplejidad: ?por qu¨¦ tienen muchas mujeres que reivindicar que no las acose nadie en el trabajo?
Muchas preguntas que se lanzan al viento fr¨ªo y desapacible del invierno. Preguntas para las que no hay respuestas sencillas. Respuestas, mi amigo, que est¨¢n en el viento, que son inasibles, imposibles de enmarcar y de meter en una estad¨ªstica.
Pero respuestas que solo se comprenden de verdad si son estad¨ªsticamente verificables. En Espa?a hay medio centenar de universidades y solo en cuatro hay una mujer ocupando el cargo de rectora.
Porque est¨¢ todav¨ªa por verificar el aventurado aserto que asegura que cuando una mujer dirige algo las cosas van mejor. La afirmaci¨®n no es solo dif¨ªcil de demostrar, sino que es profundamente reaccionaria, porque achaca a la mala gesti¨®n algo que es claramente fruto de una decisi¨®n machista: si el capitalismo tuviera claro que las mujeres fueran m¨¢s eficaces, no tardar¨ªa ni un minuto en cambiar las costumbres.
La igualdad legal de las uniones homosexuales no ha mejorado ni empeorado las relaciones de producci¨®n. La igualdad de oportunidades y remuneraciones entre mujeres y hombres, tampoco lo har¨¢.
Y nada cambiar¨¢ entre una mujer del primer mundo cosiendo para Zara en Galicia y otra que haga lo mismo en Banglad¨¦s, si no pensamos y actuamos todos con la vista puesta en las asi¨¢ticas.
Ayer, desafiando a la lluvia y al viento, millones de mujeres exigieron ser tratadas como los hombres. Ni mejor ni peor, igual. Y han sabido, las que no sab¨ªan ya, que no estaban luchando por ser m¨¢s felices, sino por ser mejores, m¨¢s enteras, m¨¢s dignas.
Las mujeres que ayer compon¨ªan un gesto de rabia, decidido a cambiar las cosas, son las que pueden mejorar la suerte de sus cong¨¦neres de Banglad¨¦s.
No luchan para ser m¨¢s felices, sino para hacer un mundo m¨¢s justo y m¨¢s solidario. La felicidad est¨¢ en otra parte. Lo saben.
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