La huelga ha triunfado antes de empezar
La unanimidad contra la discriminaci¨®n aspira a un cambio de mentalidad desde el 9M
La huelga del 8M ha triunfado antes incluso de haber comenzado. Ni siquiera es necesario hacer recuento de la movilizaci¨®n en las plazas ni contrastar desde el helic¨®ptero las cifras de adhesi¨®n popular. La cuesti¨®n no consist¨ªa en saber si Espa?a iba a paralizarse a semejanza de un duelo nacional. Ha consistido en colocar en el centro del debate la subordinaci¨®n y la discriminaci¨®n de la mujer en la sociedad espa?ola, no desde la sugesti¨®n de una rep¨²blica isl¨¢mica alienante, pero s¨ª desde la perspectiva de una democracia aseada donde resultan inconcebibles la injusticia, la violencia expl¨ªcita y la impl¨ªcita. Cuesti¨®n de equidad, de convivencia y de estricta legitimidad.
No se van a detener las m¨¢quinas, pero se ha instalado la reflexi¨®n. Y ha podido hacerse inventario de las evidencias estad¨ªsticas, sociol¨®gicas y culturales que reflejan el problema de la desigualdad. Ni es un mito el techo de cristal ni es un rumor supersticioso que las mujeres perciben menor remuneraci¨®n que los hombres en situaciones laborales id¨¦nticas. El problema concierne a la sociedad y sobrepasa el compromiso de g¨¦nero, pero el protagonismo femenino de la huelga jerarquiza la sensibilidad y convierte al var¨®n en espectador aprensivo.
Tan grande ha sido el ¨¦xito preventivo de la huelga que ha sobrepasado el oportunismo sindical -muy cicatero en sus presupuestos- y la intervenci¨®n de los partidos pol¨ªticos. La huelga es una expresi¨®n transversal que ha subordinado las ideolog¨ªas, las clases sociales. Que ha ido acumulando consenso en una inercia imponente. Y que hasta ha trascendido el manifiesto embrionario de la convocatoria. No hac¨ªa falta suscribir sus t¨¦rminos m¨¢s bolivarianos ni sus extremos m¨¢s demag¨®gicos o justicieros para compartir el esp¨ªritu transformador del movimiento. La adhesi¨®n providencialista de monse?or Osoro describe la popularidad de la corriente. Y retrata la incomodidad con que Rajoy -y Albert Rivera- ha tenido que sobreponerse al fervor social del 8M y a la modesta contestaci¨®n de sus filas. Tejerina, Cospedal y Cifuentes han debido sentirse tan frustradas en las consignas de inacci¨®n gubernamental que propusieron como alternativa a la huelga una metahuelga, un celo japon¨¦s sobrevenido que el presidente ha neutralizado desde su habitual estrategia narcotizante. Lo mejor que pod¨ªa hacerse era dejar pasar el 8M, arrancar el viernes la hoja del calendario, fingir que el problema no existe.
Y el problema existe. Lo ha exteriorizado la sociedad, no ya para identificar las trampas de la escalera, la voracidad del machismo, el desprestigio masculino de las tareas dom¨¦sticas, los problemas de conciliaci¨®n, sino para orientar, a partir del 9, la din¨¢mica de las soluciones. Las hay tan concretas como la rectificaci¨®n y penalizaci¨®n de las desigualdades flagrantes -de los salarios a la coacci¨®n laboral de la maternidad- o como las iniciativas legislativas y presupuestarias, pero todav¨ªa se antoja una proeza la erradicaci¨®n del sustrato cultural.
El problema no es tanto la erupci¨®n de los episodios llamativos y execrables? -cr¨ªmenes, abusos, injusticias- como el magma del que provienen. Y no existen otros procedimientos para transformar el h¨¢bitat que la educaci¨®n, la pedagog¨ªa familiar, la instrucci¨®n y el tiempo. El 8M aspira, nada menos, a un cambio de mentalidad. Es m¨¢s sencillo incoar un expediente laboral por un caso de discriminaci¨®n o por un episodio machista que evacuar de los h¨¢bitos masculinos la condescendencia y la infantilizaci¨®n. Tratar a las mujeres como si fueran una categor¨ªa inferior. No hacerles ni puto caso. Observarlas como una oportunidad reproductora, no ya de la progenie, sino de los estereotipos que consolidan la diferencia en la carrera por el poder.
La paradoja que amenaza a esta huelga es su propio ¨¦xito. La unanimidad hacia las reivindicaciones que ha ido creciendo hasta hacerse casi absoluta agota la dial¨¦ctica beligerante que engrasa el motor de las grandes transformaciones. Ser¨ªa frustrante estar muy de acuerdo en que la injusticia existe y coincidir en lo que ya sab¨ªamos, vanagloriarnos de la solidaridad y de la empat¨ªa, pero no hacer nada para cambiar las cosas, a semejanza de tantas causas justas que se malogran en los gestos y las palabras y en los lacitos de colores. ?Acaso una sociedad que se moviliza masiva y un¨¢nimemente contra la desigualdad es ajena a ella? ?Cabe m¨¢s evidente expresi¨®n de hipocres¨ªa?
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