Vivir con el ¡®enemigo¡¯
Lo que est¨¢ en juego, de lo que va todo esto, afecta al n¨²cleo mismo de lo que entendemos por masculinidad, la revoluci¨®n pendiente
La movilizaci¨®n de las mujeres ha tenido un ¨¦xito indudable. Nadie puede negar su eficacia a la hora de sacar a la luz la quiebra de la promesa de igualdad asociada al principio de no discriminaci¨®n por raz¨®n de sexo. La informaci¨®n aportada al respecto ha sido apabullante. Esto y la manifestaci¨®n masiva ha ayudado a tomar conciencia a las mujeres de su situaci¨®n asim¨¦trica. ?A partir de ahora qu¨¦? ?Qu¨¦ hacemos con todo este impulso, este gran empuj¨®n del feminismo?
Desde luego, los pol¨ªticos habr¨¢n tomado buena nota de las demandas, y con toda seguridad se traducir¨¢ en m¨¢s y mejores pol¨ªticas p¨²blicas dirigidas a facilitar las condiciones laborales y familiares de la mujer. O a eliminar las trabas, muchas veces casi invisibles, que impiden su acceso a cargos y posiciones sociales a los que por unas u otras razones apenas ten¨ªan acceso.
Pero ser¨¢ una lucha dif¨ªcil. Ya lo dec¨ªa la propia Simone de Beauvoir cuando afirmaba que ¡°el v¨ªnculo que une a las mujeres a sus opresores no se puede comparar con ning¨²n otro¡±. Viven dispersas entre los hombres y sus pautas de solidaridad est¨¢n m¨¢s definidas por su situaci¨®n objetiva en una clase social, familia o unidad laboral que por su sexo. Como subraya la autora, lo que caracteriza fundamentalmente a la mujer es ser ¡°la alteridad en el coraz¨®n de una totalidad en la que los dos t¨¦rminos ¡ªmasculino y femenino¡ª son necesarios el uno al otro¡±. No puede no vivir entre hombres pero tampoco puede soportar su lugar subordinado, debe aspirar a una ¡°existencia aut¨¦nticamente asumida¡±.
Adem¨¢s, contrariamente a lo que ocurre con otros movimientos sociales, donde el adversario es perfectamente objetivable ¡ªpensemos en la lucha de clases, por ejemplo¡ª, el as¨ª llamado ¡°poder masculino¡± no tiene un palacio de invierno que haya que tomar. El enemigo no es f¨¢cilmente definible. Entre otras razones, porque en propiedad no es un sujeto o un grupo propiamente dicho. Es un conjunto de fuerzas que penetra en todos los intersticios de lo social, y se arraiga en una compleja constelaci¨®n de expectativas, roles e inercias sociales que constituyen al ¡°sujeto femenino¡± a partir de sutiles redes de poder.
No es de extra?ar que el sector dominante del feminismo haya hecho de la renegociaci¨®n de la identidad de g¨¦nero el objeto principal de su preocupaci¨®n. Y para ello ha tenido que romper con las concepciones tradicionales desde el particularismo de sus propias experiencias de vida. De ah¨ª que sean tan relevantes los testimonios de mujeres que hemos venido escuchando estos d¨ªas. Pero, no nos enga?emos, en esta renegociaci¨®n del ¡°contrato sexual¡± (Pateman) hay tambi¨¦n otra parte que no puede excusarse s¨®lo detr¨¢s de concesiones en t¨¦rminos de ¡°pol¨ªticas p¨²blicas¡±. Lo que est¨¢ en juego, de lo que va todo esto, afecta al n¨²cleo mismo de lo que entendemos por masculinidad, la revoluci¨®n pendiente.
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