Los ojos m¨¢s verdes del mundo
Sus gestos, su mirada, sus actitudes y su fidelidad pueden llevarnos a una reflexi¨®n inesperada: parece mentira que se pueda querer tanto a un animal.
Mi gato se ha hecho viejo.
Se acerca a m¨ª con pasos cautelosos, me mira desde abajo con esos ojos suyos de un tono verde intenso y un brillo l¨ªquido, precioso, inalcanzable para los ojos humanos, y espero a que salte para acomodarse en mi regazo, pero ya no lo hace. Siempre ha sido muy suyo, muy inteligente, m¨¢s independiente todav¨ªa, pero le conozco bien, vivimos juntos desde hace 13 a?os, y s¨¦ que cuando se acerca as¨ª, cuando me mira as¨ª, es porque quiere mimos. Est¨¢ esperando a que lo convoque, me digo, y hago todo lo que s¨¦, lo llamo por su nombre, me doy palmaditas en las piernas, acerco mi cabeza a la suya, pero no salta, ya no. Entonces me arriesgo. Nunca le ha gustado que lo coja, porque ¨¦l tambi¨¦n me conoce bien.
Todas las noches jugamos un rato al escondite. Se me cuela en el dormitorio, me sigue hasta el ba?o, espera a que abra el grifo para beber agua del lavabo, y lo acaricio un rato. Le rasco debajo de las mand¨ªbulas, como a ¨¦l le gusta, le veo cerrar los ojos, asisto a la sutil ceremonia de sus ronroneos. Se supone que tenemos un pacto, y que despu¨¦s de eso, se dejar¨¢ coger para que lo eche del dormitorio, pero casi siempre se me escabulle antes de que lo consiga. Conoce muy bien mi ritmo, mis rutinas. Sabe que despu¨¦s de comer, cuando me tumbo a leer, le dejo entrar, trepar hasta la cama, sub¨ªrseme encima y acomodarse hasta pegar su cabeza a la m¨ªa. Me lame la cara un rato, hasta llevarse el ¨²ltimo rastro de la crema que me he puesto por la ma?ana, y luego se adormece. Muchos d¨ªas nos quedamos dormidos a la vez, aunque yo siempre me despierto antes porque me dejo las gafas puestas y el dedo ¨ªndice dentro del libro, a modo de marcap¨¢ginas, para asegurarme de no dormir m¨¢s de cinco minutos. As¨ª, luego puedo seguir leyendo con ¨¦l encima, mientras escucho su respiraci¨®n acompasada, hasta que me levanto y a veces me acompa?a, otras no. Eso es lo que intenta reproducir por las noches, despu¨¦s de esconderse para evitar su expulsi¨®n, nada f¨¢cil de consumar, por otra parte.
Pero por las ma?anas no corre ning¨²n riesgo, y lo sabe. Todos los d¨ªas le dejo estar un rato conmigo. En cuanto me siento delante del ordenador, se acerca, me mira y salta. Algunas ma?anas se conforma conmigo. Otras se siente m¨¢s ambicioso y aparta el teclado del ordenador con una pata para subirse a la mesa. Antes de que logre sacar el teclado de debajo de su barriga, la pantalla se llena de letras amontonadas al azar y suena un pitido. Las teclas se quejan del cuerpo de mi gato, pero ¨¦l no se inmuta. Al rato, cuando intento cogerlo, salta solo, en un gesto de imperial soberan¨ªa, como dici¨¦ndome que si no le quiero all¨ª, ya se va ¨¦l por su propia voluntad. Eso ha pasado siempre, ma?ana tras ma?ana, desde hace 13 a?os, pero hoy la secuencia falla, se malogra desde el inicio porque se queda parado, en el suelo, mir¨¢ndome, y no se mueve.
?Qu¨¦ te pasa?, le pregunto, como si pudiera contestarme. ?Quieres subir?, le ofrezco, y sigue mir¨¢ndome. En ese momento se me ocurre que a lo mejor est¨¢ esperando a que lo coja. Y me arriesgo. Le tiendo los brazos y no huye. Lo cojo en brazos y hace exactamente lo mismo que todas las ma?anas, excepto saltar, porque tiene 13 a?os, porque est¨¢ cansado, porque prefiere que el esfuerzo lo haga yo. Caigo en la cuenta de que, desde hace unos meses, lo veo menos que antes.
Ya no recorre la casa como si la inspeccionara a fondo. Se tira las horas muertas tumbado, sin moverse, y ni siquiera baja a curiosear qui¨¦n ha venido de visita. Antes, los extra?os le inspiraban mucha curiosidad. Ahora, quiz¨¢s porque mis hijos mayores ya no viven en casa, s¨®lo se asoma cuando vienen ellos. Padece el s¨ªndrome del nido vac¨ªo mucho m¨¢s intensamente que yo, porque las camas de ambos han pasado a ser sus lugares favoritos, y cuando los ve, se frota contra sus piernas con una energ¨ªa casi juvenil que contrasta con la parsimoniosa lentitud que le hace cada d¨ªa m¨¢s elegante.
Parece mentira que se pueda querer tanto a un animal, pero si la medida del amor es el miedo a perder al ser amado, de un tiempo a esta parte quiero a mi gato m¨¢s que nunca. S¨¦ que nunca volver¨¢n a existir unos ojos m¨¢s verdes que los suyos.
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