Un pesca¨ªto entre tiburones
La banalidad del mal y la frialdad de Ana Julia Quezada caracterizan el atroz infanticidio
El crimen del ¡°pesca¨ªto¡± Gabriel alerta de la sociedad de los escualos. Y expone la ferocidad del hombre en sus comportamientos at¨¢vicos y primarios. Por eso no tiene sentido el diagn¨®stico psiqui¨¢trico que pueda hacerse de la presunta autora -o autores- ni conviene exagerar la pugna de las fuerzas del mal contra las del bien en la narrativa del manique¨ªsmo judeocristiano.
El mal forma parte del ser humano sin necesidad de coartadas sobrenaturales ni de principios religiosos en contraposici¨®n. Y la civilizaci¨®n sirve para contenerlo o anestesiarlo, pero no alcanza a reprimirlo. Ni siquiera cuando la v¨ªctima es tan indefensa con el peque?o Gabriel. Un crimen atroz que ya hemos visto otras veces, y que volveremos a ver porque la ejecuci¨®n del ni?o almeriense obedece a un obsceno prosa¨ªsmo: la gran mayor¨ªa de los asesinatos se cometen en el entorno de la v¨ªctima y se precipitan por el dinero ¡ªno es el caso¡ª o las pasiones, siendo los celos y la venganza ¡ªs¨ª parece el caso¡ª los m¨®viles m¨¢s comunes en el comportamiento depredador.
La frialdad del patr¨®n no contradice el esc¨¢ndalo del infanticido ni el estupor de la sociedad en el hallazgo de sus zonas abyectas. Empezando por la naturalidad, la normalidad, con que Ana Julia Quezada, la pareja del padre del ni?o, se desenvolv¨ªa en las manifestaciones de repulsa, en las operaciones de b¨²squeda, en el calor a la madre, en la solidaridad a los vecinos del pueblo, en la convivencia con el padre de Gabriel, 12 noches, sabiendo de antemano el desenlace.
Sobrecoge la capacidad disociativa de Quezada, la anomal¨ªa de la abstracci¨®n. Sobrecoge menos la banalidad con que concibi¨® su papel en la trama, esa torpeza del delincuente poco com¨²n al que termina delatando su impericia y su amateurismo. E impresiona la frialdad con que operaba a cuestas con el cad¨¢ver del chaval, como si la ausencia de vida lo hubiera transformado en un paquete. Y como si a la crueldad del crimen hubiera que a?adir el crimen de esconderlo en una deriva insaciable que termina corrompiendo cualquier atisbo de humanidad.
La piel y la nacionalidad de la presunta autora o c¨®mplice han acelerado las turbinas del vertedero de las redes sociales. El hedor justiciero y la xenofobia, contrapeso a la solidaridad y abnegaci¨®n de los vecinos de N¨ªjar en las tareas de b¨²squeda, se incorporan a la amalgama del duelo tanto como lo hacen los debates oportunistas sobre la prisi¨®n permanente revisable.
Vuelven a reclamarse soluciones en caliente, cataplasmas a la psicosis social.?La reforma del c¨®digo penal con el trasfondo de la cadena perpetua se ha convertido en panacea y soluci¨®n milagrera, no ya contradiciendo los principios constitucionales y civilizadores, sino atribuyendo al escarmiento una capacidad sanadora que nos prevendr¨ªa de los diablos dom¨¦sticos al acecho. ?C¨®mo hubiera evitado la nueva ley la muerte del peque?o Gabriel?
Es el contexto en que algunos tertulianos comenzar¨¢n a preguntarse si la sociedad est¨¢ enferma. Y lo est¨¢, pero no como emergencia contempor¨¢nea, sino como sustrato fundacional. El infanticidio es tan antiguo como las fauces de Saturno, como las manos de Medea. Y como las leyendas oscuras de las madrastras a las que Zeus quiso poner remedio con el vellocino de oro.
Ha dicho Patricia Ram¨ªrez esta ma?ana en el programa de Alsina que el mejor homenaje que puede hacerse a la memoria de su hijo es subordinar la rabia a los mejores sentimientos. Ella pod¨ªa pedir venganza desde su combusti¨®n sentimental. Y si no lo hace, es rid¨ªculo que nos pongamos a reclamarla los dem¨¢s para dar sentido a una camiseta que dentro de poco cambiaremos por otra.
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