El Estado y los muertos que no descansan
Todav¨ªa quedan sepultados miles de espa?oles que fueron asesinados durante la guerra y la dictadura por el bando vencedor
Las guerras son terribles, y las civiles lo son mucho m¨¢s. Por eso las heridas tardan en cerrarse y parece que siguieran vivas generaci¨®n tras generaci¨®n, sin saberse bien hasta cu¨¢ndo va a seguir durando la pena. Porque, al final, lo que las guerras provocan es una enorme e inconsolable tristeza. En Espa?a, el Estado que naci¨® con la democracia no ha conseguido estar a la altura de algunas de las terribles herencias que le llegaron de la dictadura y la Guerra Civil. Todav¨ªa hay centenares de miles de muertos en un mont¨®n de cunetas desperdigadas a lo largo de todo el pa¨ªs.
Los franquistas liquidaron a entre 30.000 y 50.000 espa?oles despu¨¦s de alcanzar la victoria, por s¨®lo hablar de la represi¨®n que se produjo tras el final de la guerra. A muchos los sacaban de las celdas donde estaban presos, los trasladaban a los cementerios y los liquidaban sin andarse con finuras legales. A otros los buscaron en sus casas. Se los llevaban sin dar razones, y de muchos nunca se supo m¨¢s. Como ocurri¨® durante la guerra. A las v¨ªctimas de los desmanes que se produjeron en el lado republicano, se las honr¨® durante el franquismo. Las v¨ªctimas de los excesos del bando rebelde quedaron en las cunetas.
En El resurgir del pasado en Espa?a, Paloma Aguilar y Leigh A. Payne recuperan algunos episodios que dan cuenta del horror que desencadena una guerra. Recogen, por ejemplo, la historia de Jos¨¦ Luis de Vilallonga, un joven arist¨®crata al que su padre trajo de Francia, donde estudiaba, para que se alistara voluntariamente en las tropas rebeldes que operaban en la zona vasca.
¡°Hay que pensar que acab¨¢bamos fusilando como quien va a la oficina¡±, escribi¨® Vilallonga en La nostalgia es un error, en 1980. ¡°Hoy hay gente que me dice: ¡®Yo me habr¨ªa negado a fusilar¡¯. Ahora s¨ª que se puede decir eso. Pero entonces un ni?o de diecis¨¦is a?os no pod¨ªa decirle a un coronel que se negaba a fusilar a alguien. [¡]Entonces se ten¨ªa un enorme respeto a lo que un padre decid¨ªa, y el hecho de que el m¨ªo me hubiese recomendado para un pelot¨®n de ejecuci¨®n era algo que no cab¨ªa discutir¡±.
La orden del general Emilio Mola, uno de los responsables del golpe que desencaden¨® la guerra, era muy clara: ¡°Hay que sembrar el terror... hay que dar la sensaci¨®n de dominio eliminando sin escr¨²pulos ni vacilaci¨®n a todos los que no piensen como nosotros¡±. En algunas zonas, los encargados de hacer ese trabajo sucio fueron muchachos como aquel joven voluntario. Muchos a?os despu¨¦s, en el libro antes citado, Vilallonga reflexionaba: ¡°Si te quitan la responsabilidad te convierten en una bestia. Haces lo que te mandan y se acab¨® el asunto. Y a lo que te mandan te acostumbras¡ Lo terrible no es matar sino convertirse en oficinista de la muerte¡±.
Hubo de todo entre los que no pensaban como los golpistas: abogados, m¨¦dicos, maestros, pol¨ªticos, jornaleros, fontaneros, alba?iles, etc¨¦tera. Y seguro que, tambi¨¦n, alg¨²n asesino. Durante estos ¨²ltimos d¨ªas se ha visto c¨®mo, cuando desaparece alguien, el Estado pone todos sus medios para encontrarlo. Y es que no saber qu¨¦ pas¨® con un familiar pr¨®ximo es una terrible tortura. El Estado deber¨ªa asumir de una vez la tarea de llevar a los asesinados que se pueden rescatar de las fosas a descansar en los cementerios.
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