La igualdad, el viejo asunto
Muchas reivindicaciones son defendibles, m¨¢s all¨¢ del argumentario que casi siempre las enloda
Mario Garc¨¦s, secretario de Estado de Servicios Sociales e Igualdad, defendi¨® en el Senado la igualdad plena entre hombres y mujeres como condici¨®n de una democracia real. Entre otras cosas. Una buena noticia tanto si creemos en su sinceridad, lo debido en democracia, como si no. En este ¨²ltimo caso estar¨ªa honrando los principios feministas, seg¨²n la m¨¢xima de La Rochefoucauld: ¡°La hipocres¨ªa es el homenaje que el vicio rinde a la virtud¡±.
Desde luego, estamos muy lejos de quienes en Alabama combat¨ªan los derechos civiles. All¨ª hab¨ªa oposici¨®n de principio. Se defend¨ªa la desigualdad, invocando, por cierto, el autogobierno auton¨®mico frente al centralismo. La diferencia importa. Los racistas discrepaban esencialmente. No es nuestro caso. Nuestros conservadores comparten el paisaje moral de la igualdad y condenan el techo de cristal y la brecha salarial, aunque discrepen en su alcance y naturaleza.
En esas circunstancias las diferencias son abordables. Unas son conceptuales o emp¨ªricas, no ideol¨®gicas, y, en ese caso, se impone la exigencia de claridad argumental, el af¨¢n de verdad, algo que no sobra en cierta teor¨ªa pol¨ªtica feminista que, entre otras cosas, parece despreciar la navaja de Ockham. Y algo que debemos exigir, porque se trata de reflexiones facturadas por personas adultas en posiciones acad¨¦micas consolidadas, no de gritos ante la injusticia de campesinas iletradas (J. Lindsay, Why No One Cares About Feminist Theory, Quillete, 2008). La igualdad comienza por el respeto intelectual, por tomar en serio.
Otras discrepancias ata?en a las propuestas, a su eficacia o su calidad normativa. A veces, unas cosas se superponen a otras, como sucede cuando se incurre en la falacia ecol¨®gica (en promedio los varones son¡.ergo, cada var¨®n¡) para justificar la suspensi¨®n de la presunci¨®n de inocencia, una de las conquistas de los revolucionarios de 1789.
Pero todo eso es resoluble. Sobre todo porque muchas de las reivindicaciones son defendibles con independencia del inescrutable argumentario que tantas veces pretende arroparlas y que casi siempre las enloda. Se puede estar de acuerdo con ellas y discrepar de cada uno de los ¡°principios¡± que supuestamente las sostienen. En realidad, a mi parecer, para justificarlas bastar¨ªa con recuperar ideas cl¨¢sicas de igualdad y de libertad, en su versi¨®n m¨¢s exigente, republicana. Para empezar, se tratar¨ªa, adem¨¢s de combatir la estigmatizaci¨®n de ciertas actividades, de garantizar las condiciones materiales que aseguren una igual posibilidad para elegir planes de vida, incluidos los quehaceres, y de impedir cualquier forma de poder arbitrario en la relaci¨®n laboral. Algo que, por cierto, exige pensar en serio sobre la maternidad, un asunto de complicada digesti¨®n para cierta izquierda.
A partir de ah¨ª, que cada cual confeccione su vida seg¨²n le dicten sus hormonas o sus lecturas. Ese d¨ªa desaparecer¨¢n las dudas acerca de qu¨¦ ilustra la estad¨ªstica. Las diferencias en ingresos y actividades nada nos dir¨¢n de las injusticias. Mostrar¨¢n la exacta medida de la libertad de cada cual para hacer lo que prefiere con su vida. Podremos estar seguros de que son elecciones lo que hoy algunos ven como condenas.
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