Las lenguas de Espa?a
La econom¨ªa, no la socioling¨¹¨ªstica, es la que alienta las renivindicaciones nacionalistas
Los romanos trajeron el lat¨ªn a la pen¨ªnsula Ib¨¦rica y el idioma fue aclimat¨¢ndose al entorno. Su c¨®digo asimil¨® vocablos preexistentes y de esa combinaci¨®n entre la nueva norma culta y las palabras viejas nacieron dialectos que convivieron durante varios siglos. La filolog¨ªa considera que esos dialectos ¡ªgallego-portugu¨¦s, asturleon¨¦s, castellano, navarro-aragon¨¦s, catal¨¢n, las distintas variantes moz¨¢rabes¡ª adquirieron la categor¨ªa de lenguas cuando desapareci¨® aquella que los hab¨ªa engendrado. Su evoluci¨®n fue desigual y dependi¨® mucho del peso pol¨ªtico que iban adquiriendo sus respectivos ¨¢mbitos geogr¨¢ficos. Cuando Alfonso X sustituy¨® el lat¨ªn por el castellano, este idioma asumi¨® la hegemon¨ªa comunicativa en lo que tiempo despu¨¦s ser¨ªa el Reino de Espa?a.
Otros art¨ªculos del autor
Que una lengua destacara no significa que las dem¨¢s quedasen abolidas. Se mantuvieron vigentes en los territorios que las hab¨ªan visto nacer. En unos casos de manera bastante d¨¦bil, al quedar circunscrito su uso a ¨¢reas rurales y generalmente apartadas de los incipientes n¨²cleos urbanos desde los que se gestionaban la gobernanza y los negocios, y en otros con m¨¢s vigor, por gozar de una temprana tradici¨®n literaria y por contar con una burgues¨ªa que les dio uso en sus relaciones y sus tratos comerciales. Cabe recordar que el propio Alfonso X compuso sus Cantigas en gallego, y que Cervantes era un rendido admirador del Tirant lo Blanch que escribiera Joanot Martorell. El castellano mantuvo y consolid¨® su posici¨®n principal, pero sus lenguas hermanas se las fueron arreglando para sobrevivir, mejor o peor, y fijar una impronta en sus ¨¢reas de influencia.
El Antiguo Testamento ya hizo lo que pudo por presentar el pluriling¨¹ismo como una maldici¨®n b¨ªblica. Franco, buen conocedor de la doctrina, dilapid¨® el intento de la II Rep¨²blica de integrar de manera natural la diversidad ling¨¹¨ªstica en un mismo Estado. Las lenguas de Espa?a han sido protagonistas preferentes y siempre de manera injusta de cuantos conflictos territoriales se han venido desarrollando a partir de la Transici¨®n. Suele darse por hecho que los idiomas atraen al nacionalismo, cuando basta un mero repaso a la experiencia y la estad¨ªstica para desarmar tal aseveraci¨®n. De las seis autonom¨ªas que cuentan con lenguas cooficiales, solo en dos ¡ªCatalu?a y Euskadi¡ª ha gobernado de manera clara desde que se restaur¨® la democracia un nacionalismo m¨¢s o menos soberanista en funci¨®n de las circunstancias. En las otras cuatro ¡ªGalicia, Navarra, Comunidad Valenciana y Baleares¡ª ha sido el PP quien durante m¨¢s tiempo ha manejado la batuta del poder. En tierras catalanas y vascas gozaba el nacionalismo de amplio predicamento desde mucho antes de que se declararan sus lenguas cooficiales. Poco hay que escarbar para concluir que es la econom¨ªa, no la socioling¨¹¨ªstica, lo que hace girar los goznes de sus reivindicaciones.
Tan valiosos resultan para nuestro acervo Calder¨®n, Lorca, Pardo Baz¨¢n o Gald¨®s como Ram¨®n Llull, Rosal¨ªa de Castro, Gabriel Aresti o Fern¨¢n Coronas
Ello no impide que esos nacionalismos empleen las lenguas como cebo con el que captar nuevos adeptos y que en ocasiones la t¨¢ctica d¨¦ resultado. Pero de eso no tienen la culpa los idiomas, sino quienes han permitido, por acci¨®n u omisi¨®n, que puedan llegar a convertirse en una raz¨®n para la afrenta. Lejos de congratularnos por el hecho de habitar un territorio donde la confluencia de culturas variopintas ha conformado un car¨¢cter diverso y fascinante, de buscar en el di¨¢logo y el intercambio un lugar com¨²n en el que crecer y hacernos fuertes, nos obstinamos por levantar parapetos desde los que lanzar pedradas al vac¨ªo.
No queremos aceptar que la unidad nace de la suma de muchas particularidades, ni tampoco que las partes deben asumir un marco trazado desde el todo y ese todo, en justa correspondencia, tiene que perfilar un entorno en el que todas las partes encuentren acomodo. No somos capaces de interiorizar que tan valiosos resultan para nuestro acervo Calder¨®n, Lorca, Pardo Baz¨¢n o Gald¨®s como Ram¨®n Llull, Rosal¨ªa de Castro, Gabriel Aresti o Fern¨¢n Coronas. Ni nos da por razonar que, si creemos que Galicia, Euskadi o Catalu?a son parte de Espa?a, lo l¨®gico es deducir que el gallego, el euskera o el catal¨¢n tambi¨¦n son lenguas de Espa?a y que merecen ser reconocidas como tales. Que en aras de intereses pol¨ªticos se cometan excesos con ellas, que se las vapulee o se las convierta en estandartes con los que arropar veleidades nada amables, no implica que tengan que ver menoscabado su derecho a existir, ni justifica el desprecio con el que tristemente las obsequian quienes las desconocen.
Miguel Barrero es escritor y periodista. Su ¨²ltima novela es El rinoceronte y el poeta (Alianza).
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.