?C¨®mo pillar a un mentiroso?
Aunque parezca incre¨ªble, enga?ar es un arte no apto para todos los p¨²blicos. Su pr¨¢ctica efectiva requiere de una importante actividad cerebral e implica un intenso ejercicio de memoria y control de los gestos y las emociones.
Aunque intentemos controlarlo, cuando mentimos a alguien, nuestro cuerpo nos delata. No existe un detector fiable, a nadie le crece la nariz, pero s¨ª hay pistas que nos pueden indicar el riesgo de que alguien nos est¨¢ enga?ando. La polic¨ªa, los investigadores y los servicios de inteligencia de los gobiernos lo saben y se instruyen para detectarlo.Decir la verdad es un acto cerebral simple. S¨®lo hay que bucear en nuestra memoria, recordar los detalles de lo que vamos a contar y hacerlo tal cual. Sin florituras. Mentir, sin embargo, requiere una intens¨ªsima actividad mental, lo que al final puede llevar al error. No es f¨¢cil cambiar el relato, hacerlo coherente y, sobre todo, cre¨ªble. Al construir una nueva versi¨®n tenemos que intuir o saber qu¨¦ informaci¨®n tiene el otro para que no nos pille. Mientras hablamos, vamos calibrando las se?ales que emite: vemos si nos est¨¢ creyendo o no, e ir as¨ª adecuando la historia. Por si fuera poco, hay que memorizar la trola que estamos soltando y evitar caer en contradicciones.
La dilataci¨®n de las pupilas, morderse los labios, sentir calor, tener sed o no parar de mover las manos pueden delatar se?ales de enga?o
Por si esta labor cognitiva fuera poca, en la mentira intervienen factores emocionales muy potentes, como la excitaci¨®n que nos provoca lograr colar una historia con ¨¦xito, el miedo a que nos pillen y la anticipaci¨®n de la verg¨¹enza y la culpa, si al final descubren el enga?o.no debe obviarse que se necesitar¨¢ mucho m¨¢s tiempo del necesario para decir la verdad. En esta demora y en la complejidad de sus mecanismos radica la facilidad para cometer fallos. Cualquier gesto involuntario acaba delant¨¢ndonos. Al mentir tenemos dos emociones contrapuestas y enfrentadas: la excitaci¨®n por el ¨¦xito y el miedo al fracaso. Intentar reprimirlas no es nada f¨¢cil: nuestros gestos las reflejar¨¢n de una u otra manera en cualquier desliz. Si a esto a?adimos el control sobre el contenido de nuestro relato, hace falta una personalidad muy determinada para mantener cara de p¨®ker.
Seg¨²n explican en el seminario Detecci¨®n del riesgo de mentira impartido por la Escuela de Inteligencia de la Universidad Aut¨®noma de Madrid, hay dos tipos de se?ales que nos dejan en evidencia:Las que muestran la tensi¨®n que llevamos dentro a trav¨¦s de movimientos faciales (como la dilataci¨®n de las pupilas, el parpadeo excesivo, el mantener la mirada con frialdad o, por el contrario, esquivarla) o corporales (movimiento de piernas, jugar con un objeto). Y las que muestran una emoci¨®n reprimida, como una casi imperceptible mueca de satisfacci¨®n o un desv¨ªo de la mirada que denota incomodidad. Algo parecido a decirle a la pareja que vienes de trabajar cuando la cruda realidad impuso una visita al amante.?Se puede detectar el enga?o a los cinco segundos de que empiece el relato, pues en ese momento se fuerza la expresi¨®n para convencer al otro. Otra situaci¨®n clave es justo al final, cuando el mentiroso se relaja y afloran sus verdaderos sentimientos (y sus incoherencias).
La falsedad se intuye tambi¨¦n con los movimientos de la cabeza que contradicen el mensaje verbal, como negar algo de palabra pero asintiendo con la cabeza, o al contrario. Las manos pueden traicionarnos: usarlas excesivamente, tocarse o frotarse la nariz, la cabeza, los ojos o cubrirse parcial o totalmente la boca al hablar podr¨ªan indicar que la historia que nos cuentan es una farsa. La tensi¨®n acumulada produce un aumento de la temperatura corporal, lo que hace que tengamos mucha sed, calor, queramos desabrocharnos alg¨²n bot¨®n de la camisa, desanudarnos la corbata, quitarnos el collar. Sospeche si alguien se aprieta continuamente los labios. Cuando enga?amos a alguien, el cuerpo tiende a distanciarse, ya sea cruz¨¢ndose de brazos o poniendo un bolso o una chaqueta en el regazo como muestra de separaci¨®n. Desconf¨ªe de los continuos movimientos de piernas o de pies, de los tics nerviosos, de los apretones de manos. Preste atenci¨®n si el interlocutor no para de jugar, presionar o tocar continuamente cualquier objeto que tenga cerca.
Estas expresiones no van nunca aisladas. Si uno quiere averiguar la verdad, hay que examinarlas en su conjunto. Eso s¨ª, antes que nada debe conocer bien a esa persona: saber si tiene tics, si suele hablar r¨¢pido o lento, si es tranquilo o nervioso. Las se?ales pueden ser enga?osas. Una apariencia de frialdad, por ejemplo, es relevante en alguien normalmente inquieto. Al final, Pinocho es un cuento: no existe un mecanismo fiable para detectar la mentira, pero hay ciertos gestos que inconscientemente nos hacen dudar. As¨ª que si quiere mentir, apl¨ªquese este cuento.?
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