Quince a?os despu¨¦s de Irak
Privar al Estado Isl¨¢mico de su territorio no eliminar¨¢ la ideolog¨ªa que lo sustenta; es m¨¢s, podr¨ªa incluso afianzarla
Hace justo 15 a?os que dio comienzo uno de los episodios m¨¢s aciagos de lo que llevamos de siglo: la Guerra de Irak. En los proleg¨®menos de la guerra, todav¨ªa resonaba el eco del c¨¦lebre editorial de Le Monde tras el 11-S, que proclamaba Nous sommes tous Am¨¦ricains y preve¨ªa que Rusia se convertir¨ªa en el principal aliado de Estados Unidos. Pero todo cambi¨® dr¨¢sticamente con la ofensiva del presidente George W. Bush en Irak, que cre¨® un cisma interno en multitud de pa¨ªses, y tambi¨¦n a escala global. Vista con perspectiva, hoy sabemos que la Guerra de Irak supuso un aut¨¦ntico punto de inflexi¨®n: el origen de muchos de los actuales males en Oriente Pr¨®ximo, y el final del per¨ªodo unipolar que se abri¨® con la ca¨ªda de la Uni¨®n Sovi¨¦tica.
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Aunque la invasi¨®n de Irak se enmarc¨® dentro de la ¡°guerra contra el terrorismo¡±, lo cierto es que ya ven¨ªa gest¨¢ndose desde antes del 11-S. En 1998, la organizaci¨®n neoconservadora Project for a New American Century (PNAC) reclam¨® al presidente Bill Clinton el derrocamiento de Saddam Hussein en Irak. Y en 2000, justo despu¨¦s de que Bush fuese elegido presidente, este asegur¨® a Clinton que una de sus dos principales prioridades en materia de seguridad era lidiar con Saddam. ?Qu¨¦ relaci¨®n guardan estos acontecimientos? El siguiente dato es ilustrativo: de los 25 firmantes del documento fundacional del PNAC, 10 terminaron ocupando cargos en la Administraci¨®n Bush. Entre ellos, el vicepresidente Dick Cheney y el secretario de Defensa Donald Rumsfeld.
La presunta existencia de armas de destrucci¨®n masiva en Irak pronto se convirti¨® en una obsesi¨®n para el Gobierno de Bush. Hace unos a?os, sali¨® a la luz un informe interno que recibi¨® Rumsfeld en septiembre de 2002 sobre dicha cuesti¨®n. El informe, que en aquel momento Rumsfeld no divulg¨®, conten¨ªa una frase demoledora: ¡°no sabemos con ninguna precisi¨®n cu¨¢nto no sabemos¡±. Si Estados Unidos hubiese actuado con la prudencia y el rigor que reivindicaba Hans Blix (jefe de la Comisi¨®n de Inspecci¨®n y Verificaci¨®n de Armamento de la ONU), tal vez se habr¨ªa evitado mucho sufrimiento en Oriente Pr¨®ximo.
Aunque nunca sabremos qu¨¦ habr¨ªa ocurrido exactamente si Bush se hubiese desmarcado de los postulados del PNAC, la percepci¨®n mayoritaria es que la Guerra de Irak gener¨® muchos m¨¢s problemas de los que resolvi¨®. Destacados pol¨ªticos estadounidenses que en su d¨ªa apoyaron la guerra reconocen actualmente que fue una equivocaci¨®n. En la misma l¨ªnea se sit¨²a la opini¨®n p¨²blica de Estados Unidos, que ha virado de forma muy notable en estos 15 a?os. Poco queda ya de ese triunfalista Mission accomplished desplegado en un portaviones durante un discurso de Bush en mayo de 2003. Si en alg¨²n momento la misi¨®n consisti¨® en liberar a Irak del terror, reconstruir el pa¨ªs e incrementar la seguridad a todos los niveles, el fracaso fue absoluto.
Las intervenciones militares para provocar cambios de r¨¦gimen tienen todas las papeletas de conducir al desastre
La decisi¨®n de intervenir en 2003 fue un desprop¨®sito, tanto en el fondo como en la forma, pero el caos que se apoder¨® de Irak ¡ªy del resto de la regi¨®n¡ª no puede comprenderse sin reparar en otros errores que se cometieron despu¨¦s. Uno de los m¨¢s importantes fue la llamada ¡°pol¨ªtica de desbaazificaci¨®n¡±, con la que la Administraci¨®n Bush se propuso eliminar todo vestigio del r¨¦gimen neobaazista de Saddam Hussein. Esta pol¨ªtica afect¨® muy especialmente a los sun¨ªes que dominaban el aparato pol¨ªtico de Saddam, muchos de los cuales ya hab¨ªan adquirido convicciones religiosas m¨¢s profundas durante los 90, cuando se produjo una islamizaci¨®n del r¨¦gimen. Al verse excluidos del proceso de reconstrucci¨®n, el sectarismo de estos sun¨ªes fue en aumento.
El desmantelamiento del Ej¨¦rcito iraqu¨ª fue una de las piedras angulares de la pol¨ªtica de desbaazificaci¨®n. Millares de militares fueron privados de su estatus y fuente de ingresos, lo que propici¨® que muchos de ellos comenzaran a ver con buenos ojos la incipiente insurgencia sun¨ª de car¨¢cter salafista. Esta insurgencia estaba liderada por ¡°Al Qaeda en Irak¡± ¡ªel embri¨®n del Estado Isl¨¢mico¡ª y se opon¨ªa no solo a la ocupaci¨®n estadounidense, sino tambi¨¦n a quienes eran percibidos como beneficiarios de la misma: principalmente, los chi¨ªes.
Algunos de los antiguos integrantes del Ej¨¦rcito iraqu¨ª acabaron como reclusos en las prisiones estadounidenses en Irak, que a menudo incurr¨ªan en pr¨¢cticas abusivas. Esos centros, como Camp Bucca, posibilitaron que exbaazistas y salafistas limaran asperezas, de tal modo que la experiencia militar de los primeros se fusion¨® con el extremismo ideol¨®gico de los segundos. Cuando el Estado Isl¨¢mico proclam¨® el Califato en 2014, se calculaba que 17 de sus 25 principales comandantes ¡ªentre ellos su l¨ªder Abu Bakr Al-Baghdadi¡ª hab¨ªan pasado por centros de detenci¨®n entre 2004 y 2011.
En el Gobierno iraqu¨ª, el sectarismo (en este caso chi¨ª) tambi¨¦n hac¨ªa estragos. Nouri al-Maliki, que era primer ministro desde 2006, fue reelegido por el Parlamento en 2010 pese a verse superado en los comicios por el chi¨ª moderado Ayad Allawi. Las pol¨ªticas cada vez m¨¢s personalistas, clientelistas y polarizadoras de Maliki dieron vida al yihadismo salafista, que llevaba un tiempo sufriendo algunas derrotas. La Administraci¨®n Obama pudo haber facilitado que quien formase Gobierno fuese Allawi, pero renunci¨® a invertir el capital pol¨ªtico necesario para contrarrestar las preferencias de Ir¨¢n, que se decantaba por Maliki. Esta decisi¨®n ¡ªprecursora de la prematura retirada estadounidense de Irak a finales de 2011¡ª dej¨® v¨ªa libre a la insurgencia yihadista, que ya se estaba trasladando a la vecina Siria. El que Estados Unidos volviese a Irak en 2014, y acto seguido interviniese asimismo en Siria, no hizo m¨¢s que constatar esta tr¨¢gica realidad.
A d¨ªa de hoy, tras la ardua batalla librada contra el yihadismo, el Estado Isl¨¢mico parece estar de capa ca¨ªda. Sin embargo, si algo deber¨ªamos haber aprendido en estos 15 a?os es a no ser autocomplacientes. Privar al Estado Isl¨¢mico de su territorio no eliminar¨¢ la ideolog¨ªa que lo sustenta; es m¨¢s, podr¨ªa incluso afianzarla. Por ese motivo, ser¨ªa deseable que las elecciones generales iraqu¨ªes del pr¨®ximo mayo cristalicen en un Gobierno con capacidad de consenso, comprometido con la legitimaci¨®n de las instituciones y la estabilizaci¨®n del pa¨ªs. Estos objetivos requerir¨¢n de tender puentes con los kurdos de Irak, abordando la tarea pendiente de encontrarles un encaje satisfactorio.
Otra de las grandes lecciones de la Guerra de Irak es que las intervenciones militares para provocar cambios de r¨¦gimen tienen todas las papeletas de conducir al desastre, y m¨¢s cuando no vienen acompa?adas de planes sensatos de regeneraci¨®n institucional. Irak dej¨® patentes los enormes costes que entra?a apartarse unilateralmente de los cauces diplom¨¢ticos; unos costes que ser¨ªan mayores si cabe en el caso de Ir¨¢n, que ha aprovechado los incontables deslices estadounidenses para incrementar su influencia regional, lo cual preocupa sobremanera a la Administraci¨®n Trump. Esperemos que Estados Unidos ¡ª y en particular Mike Pompeo, que previsiblemente ser¨¢ confirmado como nuevo secretario de Estado ¡ª sepa valorar estos costes en su justa medida.
Javier Solana es distinguished fellow en la Brookings Institution y presidente de ESADEgeo, el Centro de Econom¨ªa y Geopol¨ªtica Global de ESADE.
?Project Syndicate, 2018.
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