Quitarse de la educaci¨®n
No dejo de contestar nunca a las cartas de personas de larga edad o de muy corta. Pero ahora recibo a menudo, m¨¢s que peticiones, exigencias.
Desde ni?o me ense?aron a ser educado, y en este siglo eso se ha convertido en un desastre y una desgracia, hasta el punto de que llevo a?os intentando ¡°quitarme¡±, con escaso ¨¦xito, como quien se quita del tabaco, el alcohol o la coca¨ªna. Apenas avanzo en mi prop¨®sito. A cada escritor desconocido que me env¨ªa un libro le correspondo con uno m¨ªo dedicado, o con alguno de los que traduje o de los que publico en mi diminuta editorial Reino de Redonda; aunque el volumen que me haya mandado no me interese en absoluto y s¨®lo vaya a ser un engorro en mis abarrotadas estanter¨ªas. Lo mismo hago con cada amable lector que por Navidad o por mi cumplea?os me hace llegar un peque?o obsequio. A menos que sea algo zafio o malintencionado: d¨ªas atr¨¢s abr¨ª un paquete que conten¨ªa unas bragas ¡ªsanto cielo, a mi edad ya respetable¡ª. No quise averiguar si por estrenar o usadas, las alc¨¦ con un largo abrecartas curvo de marfil y fueron directas a la basura. Supongo que de haber sido yo escritora y haberme llegado unos calzoncillos, habr¨ªa denunciado al remitente por acoso sexual y lo habr¨ªa empapelado. Cuando saco un libro nuevo, procuro regalar ejemplares no s¨®lo a los amigos, sino a cuantos a lo largo del a?o son gentiles conmigo: a los de la papeler¨ªa, la pasteler¨ªa, la panader¨ªa, al fotocopista, al cartero. Si me dejan obras m¨ªas en porter¨ªa para que las dedique (a veces bastantes), cumplo pacientemente y me molesto en empaquetarlas para devolverlas, aunque lo propio ser¨ªa que esos lectores fueran pacientes y aprovecharan las sesiones de firmas estipuladas, en la Feria del Retiro o en Sant Jordi o en librer¨ªas. No dejo de contestar nunca a las cartas de personas de larga edad o de muy corta, pienso que para ellas es m¨¢s importante obtener una respuesta. De hecho contesto a la mayor¨ªa, en la medida de mis posibilidades. Entre unas cosas y otras, se me va much¨ªsimo tiempo en procurar ser cort¨¦s.
Cada vez me siento m¨¢s anacr¨®nico, tambi¨¦n en esto. Tal vez sea influencia de los malos modos y la generalizada agresividad de las redes sociales, en las que cada cual suelta sin proleg¨®menos sus denuestos y exabruptos, quiz¨¢ eso se est¨¦ trasladando al trato personal y a otras formas de comunicarse. Lo cierto es que ahora recibo a menudo, m¨¢s que peticiones, exigencias. Desde el se?or que no s¨®lo me conmina a que lea su libro, sino a que adem¨¢s le env¨ªe una frase elogiosa para ponerla en una fajilla o en la contracubierta, hasta quien pretende hacerle a un amigo o a un marido ¡°un regalo especial¡± consistente en un encuentro conmigo, dando por descontado que me sobra el tiempo y sin pararse a considerar si a m¨ª me compensa dedicar una hora a charlar con un desconocido. Hasta a esas solicitudes contesto algo, disculp¨¢ndome. He descubierto que eso a veces no basta: si no se le concede a cada cual lo que quiere, no hay ni una palabra de agradecimiento por la respuesta r¨¢pida, ni un acuse de recibo. Hace no mucho se le antoj¨® a alguien que acudiera a la boda de una amistad suya y que en la iglesia dijera una bendici¨®n o unas palabras. A trav¨¦s de Mercedes L-B (que es la que usa el email) aduje que me faltaban horas en la vida, que nunca asist¨ªa a bodas (ni siquiera de familiares) y que le deseaba lo mejor a mi lector en su matrimonio. Silencio administrativo hasta ahora. A la gente se le ocurren toda clase de caprichos que en el mejor de los casos representan una interrupci¨®n y emplear un buen rato. Por no mencionar m¨¢s que un par recientes, una biblioteca turca ha decidido enviarme diez ejemplares de novelas m¨ªas en esa lengua para que se los dedique, uno tras otro. Mi educaci¨®n me impele a complacerla, pese al incordio de remit¨ªrselos una vez firmados. Un festival alem¨¢n desea que escriba a mano la primera p¨¢gina de una de esas novelas y que la fotograf¨ªe con el m¨®vil y se la pase, sin preguntarse si tengo c¨¢mara en mi ¡°prem¨®vil¡± ni si me aburre repetir una p¨¢gina antigua con pluma para darle gusto. Suerte que carezco de smartphone, porque si no, me temo, habr¨ªa acabado obedeciendo como un idiota.
Suerte que carezco de smartphone, porque si no, me temo, habr¨ªa acabado obedeciendo como un idiota
Hay personas que escriben y que, tras un somero y vago elogio, pasan a se?alarle a uno, por extenso, lo que consideran ¡°fallos¡± o ¡°errores¡± de una novela. A veces me molesto en explicarles ¡ªqu¨¦ s¨¦ yo¡ª la diferencia entre el acusativo y el dativo, o en recordarles que el narrador en primera persona es un personaje como los dem¨¢s, susceptible de desconocer datos y tener lagunas. Es m¨¢s, conviene que as¨ª sea, porque si hablara como un ensayista o un historiador o una enciclopedia resultar¨ªa inveros¨ªmil. No es raro que el corresponsal replique airado y se empe?e en tener raz¨®n en sus objeciones, hasta el punto de incurrir en ofensa y groser¨ªa. S¨¦ que estas cosas les ocurren a la mayor¨ªa de mis colegas y a los directores de cine, no me creo un caso especial de mala fortuna. Pero estoy convencido de que casi todos ellos, m¨¢s listos y expeditivos, han sabido ¡°quitarse¡± de la buena educaci¨®n hace tiempo, en esta ¨¦poca que la va desterrando y en la que lo habitual es recibir a cambio bufidos, cabreos, solicitudes abusivas, desplantes e impertinencias, como m¨ªnimo recriminaciones y frases del tipo ¡°Jo, c¨®mo eres¡±. Definitivamente, hay que ¡°quitarse¡±.
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