Los cient¨ªficos se refugiaban en este sorprendente bosque de Siberia
Akademgorodok fue una isla de libertad en la URSS de los a?os cincuenta y sesenta. Dicen que aqu¨ª se halla la avenida m¨¢s 'inteligente' del mundo.
Cae la nieve suavemente. Un hombre mayor, que bien pudiera ser un cient¨ªfico, barba blanca, estilo Abraham Lincoln, surca con ligereza el camino helado, erguido sobre una bicicleta de monta?a. Se cruza con un estudiante cabizbajo que, enfrascado en su tel¨¦fono, camina con pasos cortos, la ¨²nica forma de evitar el resbal¨®n. Entre pinos y troncos de abedules desnudos, el hombre mayor dobla una curva y las ruedas desaparecen de la vista, ocultas tras montones de nieve de m¨¢s de metro y medio de altura; acaba de enfilar Lavr¨¦ntiev Prospekt, la que, dicen por estas g¨¦lidas latitudes, es la avenida m¨¢s inteligente del mundo.
As¨ª la llaman por ser una recta de 2,5 kil¨®metros que acoge 17 institutos de investigaci¨®n de los 35 que componen Akademgorodok, la ciudad de las academias, el sue?o de un matem¨¢tico carism¨¢tico y larguirucho que lider¨® la construcci¨®n de una isla de la ciencia en medio de la nada, a m¨¢s de 3.000 kil¨®metros de los rigores y cortapisas de Mosc¨². La puso en marcha en 1957, a?o en que Jruschov rubric¨® con su firma el alumbramiento. Hasta 65.000 cient¨ªficos llegaron a vivir aqu¨ª, rodeados de pinos, en d¨ªas en que la URSS depositaba su fe en la ciencia, que se demostraba capaz de poner en ¨®rbita el primer sat¨¦lite artificial de la historia. Bajo la rom¨¢ntica apuesta cient¨ªfica, la de cruzar las fronteras de las disciplinas para iluminar nuevos caminos del conocimiento, lat¨ªa la investigaci¨®n que, cuentan los locales, m¨¢s interesaba a las autoridades sovi¨¦ticas: desarrollar armamento nuclear para una hipot¨¦tica tercera guerra mundial.
A Akademgorodok, situada a 35 kil¨®metros de Novosibirsk, capital de Siberia, la tercera ciudad m¨¢s importante de Rusia, se llega por una autopista donde los carriles desaparecen bajo la pasta marr¨®n que se forma con la nieve al paso de los autom¨®viles. El viaje permite apreciar el aventurado estilo de conducci¨®n aut¨®ctono, caracterizado por la ausencia de protocolos en el arte del adelantamiento en una v¨ªa en la que no se distinguen carriles; instantes de zozobra.
La gigantesca avenida de Lavr¨¦ntiev vertebra esta ciudadela de algo m¨¢s de 100.000 habitantes en la que los bloques grises y en tonos pastel que albergan institutos intentan hacerse hueco entre los ¨¢rboles del bosque. Al llegar a la zona residencial aparecen los colores vivos, azules y verdes, de viviendas en las que se alojaban los cient¨ªficos de primera l¨ªnea, a los que se atrajo prometi¨¦ndoles casas tranquilas en medio del follaje y acceso privilegiado a productos escasos en el resto del imperio.
Hasta 65.000 cient¨ªficos llegaron a vivir aqu¨ª, rodeados de pinos, en d¨ªas en que la URSS depositaba su fe en la ciencia
En medio de esa zona, en el n¨²mero 75 de la Golden Valley Street, se encuentra la casa de Lavr¨¦ntiev. Cuentan los gu¨ªas locales que fue el cosmonauta Guerman Titov el que sugiri¨® un cambio de nombre de esa calle, anteriormente llamada del Aullido del Lobo. La cuesti¨®n era no espantar al aluvi¨®n de nuevos inquilinos con gafas de pasta.
Nada m¨¢s llegar, Lavr¨¦ntiev se instal¨® en la casa del guardabosques. Le gust¨®. No era m¨¢s que una modesta caba?a de madera, pero el elegante matem¨¢tico no necesitaba demasiadas cosas. Cuando Jruschov vino a visitarle, le dijo que no pod¨ªa vivir as¨ª y orden¨® que se le construyese una casa grande, a medida, acorde a sus dos metros de altura. Lavr¨¦ntiev apenas dur¨® dos meses en su nueva morada. Regres¨® a la caba?a en cuanto pudo.
El viejo refugio es hoy un peque?o chalet, tranquilo, estrat¨¦gicamente situado, rodeado de una valla verde y flanqueado por pinos. Son los nietos de aquellos cient¨ªficos brillantes los que ahora habitan esta zona.
Empiezan a caer copos de nieve racheados. Lentos, pero sin dar ?tregua. Los universitarios caminan por los senderos, entre los ¨¢rboles, camino de clase. Unos 6.500 alumnos estudian en la Universidad de Novosibirsk, prestigiosa por sus licenciaturas de Ciencias. Frente al Instituto Budker de F¨ªsica Nuclear, desde el que se trabaj¨® en los a?os sesenta en el primer acelerador de part¨ªcu?las de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, una ardilla cruza un aparcamiento ocupado con coches que se van cubriendo de blanco.
Un ni?o llega tarde a su clase de esgrima y abre la puerta de la academia Victoria, un espacio de suelos de madera que se ha ?quedado anclado en el tiempo. Deja sus botas a la entrada, en un estrecho pasillo decorado con fotos hist¨®ricas de atl¨¦ticos h¨¦roes setentudos.
A finales de los cincuenta, el genetista Beli¨¢yev desarroll¨® una estirpe de zorros domesticados a los que rest¨® agresividad
Esta zona fue una isla de libertad durante los a?os sesenta. En el c¨¦lebre Club La Integral, que regentaba el profesor Bezonosov, se organizaron veladas de lecturas po¨¦ticas proscritas. Hab¨ªa bailes, jazz; se hablaba de pol¨ªtica, de temas tab¨² en la era de Stalin como la gen¨¦tica. All¨ª toc¨® una noche Alexander Galich, poeta y cantautor disidente que a?os m¨¢s tarde morir¨ªa en Par¨ªs electrocutado. Lo cuenta Anastasia Blizniyuk, la hija de Bezonosov, que tiene una casa-museo en la que est¨¢ la (presunta) vieja guitarra del cantautor rodeada de viejas mu?ecas, radios de los sesenta y mobiliario de aquella ¨¦poca.
Una de las l¨ªneas de investigaci¨®n por la que es conocida Akademgorodok es la liderada por el profesor Dmitri Beli¨¢yev, que, a finales de los a?os cincuenta, desarroll¨® desde el Instituto de Citolog¨ªa y Gen¨¦tica una generaci¨®n de zorros domesticados a los que se modific¨® gen¨¦ticamente para restarles agresividad. Una estatua de Beli¨¢yev con un zorrito en la parte trasera del instituto recuerda este hito, que se suma a las investigaciones del neandertal de la cueva de Denisova.
El estandarte actual de esta ciudad es Akadempark, el imponente edificio central de Technopark, el parque tecnol¨®gico construido en 2013 y que, dicen, recuerda a dos gansos, cara a cara. De color anaranjado y con grandes cristaleras azules, aloja la incubadora de start-ups con la que se pretende desde 2011 convertir el que fuera polo cient¨ªfico en polo tecnol¨®gico. En momentos de euforia, a esto lo bautizaron como Silicon Forest.
Espacios de co?working y j¨®venes con ganas de dar con la ¨²ltima gran idea y convertirla en negocio intentan paliar en estos d¨ªas el vac¨ªo que dejaron los cient¨ªficos que en los noventa, con el derrumbe de la URSS, huyeron a otras latitudes. Entre otros sitios, al prestigioso Instituto Tecnol¨®gico de Massachusetts.
La nevada est¨¢ cuajando. La carretera se vuelve totalmente blanca, la pertinaz nieve amortigua cualquier sonido, Siberia extiende su manto de silencio. Dos ancianos ven nevar, junto a un banco, inasequibles al fr¨ªo. A su lado, roja entre la nieve, una suerte de cabina de tel¨¦fonos que en realidad es un espacio para intercambiar libros. Aqu¨ª el conocimiento siempre sabe c¨®mo desafiar a las heladas.
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