Facebook en su laberinto
Los valores y principios de la democracia y el Estado de derecho deben trascender al proceso de digitalizaci¨®n de la sociedad. En este nuevo marco tecnol¨®gico es esencial definir y entender las reglas del juego para aprovechar sus ventajas
Al hilo de la muy medi¨¢tica y exhaustiva comparecencia de Mark Zuckerberg en el Congreso de Estados Unidos y, tras muchas reticencias, la de ayer en el Parlamento Europeo, es momento de esbozar un primer an¨¢lisis de las consecuencias del esc¨¢ndalo Cambridge Analytica, no solo para Facebook sino para toda la industria de Internet.
?Al igual que Sigfrido, en El anillo del nibelungo, de Wagner, desconoc¨ªa el miedo ¡ªy de ah¨ª su fortaleza¡ª, Facebook y el resto de la industria de Internet han desconocido hasta ahora determinados principios esenciales del mundo en que viven y muy especialmente algunos en los que se basan el Estado de derecho (rule of law) y nuestra econom¨ªa de mercado.
Efectivamente, la industria de Internet ha vivido imbuida de un juvenil esp¨ªritu libertario en virtud del cual la regulaci¨®n, las normas y los principios tradicionales de la econom¨ªa y la vida social no iban con su mundo. Y esto no por malicia ni intenci¨®n de vulnerar la ley, no: la raz¨®n fundamental de esta creencia en la arregulaci¨®n del mundo digital remite a una convicci¨®n tan elemental como, aparentemente, ingenua: los principios, la responsabilidad de las empresas de Internet, la confianza depositada en ellas por sus usuarios, y la autorregulaci¨®n son instrumentos suficientes que hacen obsoleta una regulaci¨®n tradicional basada en la garant¨ªa normativa de una serie de principios (protecci¨®n de la intimidad, transparencia o derechos de los consumidores) que estas nuevas empresas cre¨ªan garantizar por s¨ª mismas bas¨¢ndose en su reputaci¨®n y altos est¨¢ndares ¨¦ticos. Estos mecanismos, adem¨¢s, se consideraban los ¨²nicos eficientes en un mundo de servicios y empresas globales a escala mundial basadas en la innovaci¨®n permanente.
Baste un ejemplo de esta filosof¨ªa: desde la Revoluci¨®n Francesa es privilegio de los Parlamentos, representantes de la soberan¨ªa, decidir qu¨¦ contenidos son accesibles o no por los ciudadanos; solo la ley puede limitar la libertad de expresi¨®n y la de acceso a ella.
La industria de Internet ha vivido imbuida de un esp¨ªritu libertario respecto a regulaci¨®n y normas
Pues bien, en los ¨²ltimos a?os han sido determinadas plataformas digitales (muy destacadamente la del se?or Zuckerberg) las que han decidido qu¨¦ im¨¢genes o qu¨¦ contenidos eran accesibles o no, y no porque lo dijeran los jueces sino por su sentido com¨²n, ciudadan¨ªa corporativa y la sofisticaci¨®n de sus algoritmos. Y no son solo empresas privadas cuando detentan una posici¨®n de monopolio en determinados plataformas de uso com¨²n. Esto es una anomal¨ªa democr¨¢tica que, sorprendentemente, ha escandalizado muy poco.
El caso de Cambridge Analytica ha supuesto un brusco aterrizaje en la realidad, el descubrimiento por Sigfrido/Zuckerberg del miedo wagneriano. El mundo de Internet est¨¢ empezando a entender, y si no acaba de hacerlo tendr¨¢ muchos problemas, que el conjunto de reglas que llamamos Estado de derecho va m¨¢s all¨¢ de ser una antigualla decimon¨®nica y constituyen la base fundamental de nuestra convivencia democr¨¢tica. Y ello no por la mara?a regulatoria que a veces implican, sino porque reflejan valores de nuestra convivencia y los principios que la rigen y ello es totalmente v¨¢lido en este mundo del siglo XXI inmerso en un proceso de digitalizaci¨®n acelerado que afecta a todos los sectores de la econom¨ªa y la sociedad (?que pregunten a los taxistas!).
La protecci¨®n de la intimidad de las personas, la libre competencia y la igualdad de los competidores en la econom¨ªa, la protecci¨®n de los usuarios y consumidores, la paridad en la carga fiscal o la transparencia son principios fundacionales de nuestro sistema pol¨ªtico y econ¨®mico y entenderlo cuanto antes ser¨¢ esencial para estos nuevos agentes econ¨®micos si no quieren verse inundados por una ola de regulaci¨®n que los acabe limitando, priv¨¢ndoles del esp¨ªritu innovador y dinamismo que han sido su mayor aportaci¨®n a la econom¨ªa y la sociedad. Esto ser¨ªa una tragedia para ellos pero tambi¨¦n para todos.
No puede decirse que proteger la intimidad y los datos de los ciudadanos frena el progreso
Urge pues hacer una reflexi¨®n sobre c¨®mo los valores y principios de nuestra democracia, nuestra econom¨ªa de mercado, c¨®mo el Estado de derecho debe trascender y sobrevivir al proceso de digitalizaci¨®n de la econom¨ªa y la sociedad. No se trata de aumentar el grado de regulaciones (como algunos defienden). Se trata de entender, todos, gobiernos, reguladores, nuevas empresas digitales y empresas tradicionales, cu¨¢les son las reglas del juego de esta nueva partida, de este nuevo Great Game, reafirmando los valores que han hecho fuertes al Estado de derecho y la econom¨ªa de mercado y evitando la sobrerregulaci¨®n. Urge definir el Level Playing Field.
Y en este escenario, Europa tiene un papel que jugar m¨¢s relevante de lo que muchos creen. El GDPR (Reglamento General de Protecci¨®n de Datos, que entra obligatoriamente en vigor el 25 de mayo) puede ser un buen ejemplo: preservar determinados principios, en este caso la protecci¨®n de los datos de los ciudadanos en el espacio digital, puede generar un est¨¢ndar universal de facto en un mundo en que el exceso de regulaci¨®n es contraproducente, pero en el que una regulaci¨®n basada en valores y principios debe promover la continuidad de los pilares del Estado y la sociedad democr¨¢tica en el siglo XXI y la garant¨ªa de los derechos de los ciudadanos. As¨ª lo han debido entender Zuckerberg y Facebook, una vez descubierto el miedo, al inundar la prensa (de papel, por supuesto) de anuncios dando, a toda p¨¢gina, la bienvenida a esta nueva regulaci¨®n europea.
El GDPR es, junto a la ofensiva fiscal contra Apple y el procedimiento de competencia abierto a Google sobre su sistema operativo, el intento m¨¢s serio por parte europea de influir en la determinaci¨®n de las reglas del juego digital y tiene la virtud de poner en duda ese eslogan que, acu?ado por los medios de comunicaci¨®n anglosajones, tanto ¨¦xito ha tenido en los ¨²ltimos a?os de que los datos son el nuevo petr¨®leo; los datos son mucho m¨¢s que petr¨®leo, forman parte del patrimonio ¨ªntimo de las personas y como tal, m¨¢s all¨¢ de su valor econ¨®mico, deben ser protegidos. Y no se diga que proteger la intimidad y los datos de los ciudadanos es un freno al progreso. El asunto Facebook demuestra que en esto, como en tantas otras cosas en el mundo digital, es necesario un equilibrio entre los derechos y los negocios.
Estamos, pues, en un momento crucial del desarrollo de la econom¨ªa y la sociedad digital. Definir y entender las reglas del juego comunes para todos ser¨¢ esencial si queremos aprovechar sus ventajas y evitar las inquietantes distop¨ªas de un mundo dominado por un limitado grupo de monopolios de nueva generaci¨®n. La comparecencia de Zuckerberg con sus consecuencias y la entrada en vigor del GPRD suponen un inesperado buen precedente en este camino. Veremos...
Carlos L¨®pez Blanco, abogado del Estado en excedencia, ha sido director de Asuntos P¨²blicos de Telef¨®nica y secretario de Estado de Telecomunicaciones. Actualmente es presidente de la Comisi¨®n de Digitalizaci¨®n de la C¨¢mara de Comercio de Espa?a.
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