A favor del f¨²tbol
Este deporte es capaz de lo peor, pero tambi¨¦n de lo mejor. As¨ª qued¨® patente en la intervenci¨®n de Didier Drogba contra la guerra civil de Costa de Marfil.
ME CONTARON la historia en Trujillo, Per¨², justo el d¨ªa en que la selecci¨®n de f¨²tbol peruana se jugaba contra la de Nueva Zelanda la clasificaci¨®n para el Mundial de este a?o en Rusia y los peruanos en pleno, despu¨¦s de 36 dolorosos a?os de ausencia de esa competici¨®n, apoyaban a sus futbolistas con una pasi¨®n desatinada. Me cont¨® la historia el escritor Iv¨¢n Thays, y aquella noche, en mi hotel, enfundado en mi camiseta de la selecci¨®n peruana, con un ojo vi el partido y con el otro comprob¨¦ con incredulidad en Internet que la historia era cierta.
El efecto de este discurso fue demoledor: una semana despu¨¦s, los dos bandos en guerra firmaron un alto el fuego que result¨® ser el principio del fin del conflicto
Ocurri¨® el 8 de octubre de 2005 en una ciudad de Sud¨¢n llamada Omdurm¨¢n, tras un partido en el que el equipo de Costa de Marfil se clasific¨® por vez primera para un Mundial de f¨²tbol. Su protagonista fue Didier Drogba, uno de los mejores delanteros centro que ha pisado un campo de f¨²tbol, un hombre que pas¨® la ¨¦poca m¨¢s brillante de su carrera deportiva en el Chelsea y que a sus 40 a?os juega todav¨ªa en el Phoenix Rising, un equipo de la tercera divisi¨®n estadounidense. Por entonces Costa de Marfil llevaba tres a?os sumido en la primera guerra civil de su historia, desencadenada por un golpe de Estado que hab¨ªa partido por la mitad al pa¨ªs y se hab¨ªa cobrado ya m¨¢s de cuatro mil muertos; por entonces Drogba se hallaba en el apogeo de su gloria y era el capit¨¢n y l¨ªder indiscutido de su selecci¨®n. Aquel d¨ªa Costa de Marfil gan¨® a Sud¨¢n por tres goles a uno y, mientras el pa¨ªs entero se volv¨ªa loco de alegr¨ªa y el equipo celebraba la victoria y la clasificaci¨®n en el vestuario ante las c¨¢maras de la televisi¨®n, sucedi¨® lo extraordinario. Rodeado por sus compa?eros, Drogba cogi¨® el micr¨®fono y dirigi¨® unas palabras a sus compatriotas. ¡°Ciudadanos de Costa de Marfil, del norte y del sur, del este y del oeste¡±, dijo. ¡°Acaban de ver que toda Costa de Marfil puede cohabitar, puede trabajar unida con un mismo objetivo: clasificarse para el Mundial. Les hab¨ªamos prometido que esta fiesta iba a unir al pueblo; hoy les pedimos otra cosa¡±. Drogba se puso entonces de rodillas, pidi¨® a sus compa?eros que le imitaran e implor¨® a sus conciudadanos: ¡°Por favor: perdonen, perdonen, perdonen¡±. Luego a?adi¨®: ¡°El ¨²nico pa¨ªs de ?frica que tiene todas estas riquezas no puede hundirse as¨ª en la guerra. Por favor, depongan las armas, organicen unas elecciones y todo ir¨¢ bien¡±. El efecto de este discurso fue demoledor: una semana despu¨¦s, los dos bandos en guerra firmaron un alto el fuego que result¨® ser el principio del fin del conflicto. Eso fue todo. N¨®tese bien que, en su arenga de paz, Drogba no defendi¨® a un bando, no abog¨® por su causa, ni siquiera reclam¨® justicia; s¨®lo rog¨®: ¡°Perdonen, perdonen, perdonen¡±. Por lo dem¨¢s, es imposible no imaginar las sonrisas sard¨®nicas y las cejas levantadas que las palabras de Drogba debieron de provocar entonces y provocar¨¢n todav¨ªa entre los c¨ªnicos de turno; pero tambi¨¦n es imposible no preguntarse cu¨¢ntas vidas salvaron, cu¨¢nto dolor evitaron.
Durante a?os atribu¨ª a El¨ªas Canetti una an¨¦cdota falsa. Seg¨²n ella, el escritor vien¨¦s se encontr¨® un d¨ªa en el Londres bombardeado por los nazis con el pintor austriaco Oskar Kokoschka; desesperado por lo que estaba ocurriendo en Europa, Kokoschka le habr¨ªa dicho: ¡°El¨ªas, ?para qu¨¦ escribes t¨² y para qu¨¦ pinto yo si ninguno de los dos es capaz de parar esta guerra?¡±. La an¨¦cdota, ya digo, es falsa, aunque es verdad que Canetti y Kokoschka eran amigos, que ambos vivieron exiliados en Londres durante la guerra y que Kokoschka estaba tan desesperado que se sent¨ªa culpable de ella, porque de joven se present¨® junto a Hitler a una beca de la Academia de Bellas Artes de Viena y ¨¦l la gan¨® y Hitler la perdi¨®, lo que hizo que abandonara la pintura y se dedicara a la pol¨ªtica. Sea como sea, el caso es que ning¨²n gran pintor ni ning¨²n gran escritor han parado nunca una guerra, pero s¨ª lo hizo un gran futbolista. Esto demuestra que el f¨²tbol es capaz de lo peor, como argument¨¦ en mi ¨²ltima columna, pero tambi¨¦n de lo mejor, como acabo de argumentar. Por cierto, Per¨² gan¨® dos a cero a Nueva Zelanda y se clasific¨® para el Mundial. Peruanos: nos vemos en Rusia.?
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