La importancia de llamarse Bougainville
Un militar del siglo XVIII con nombre de flor, un aventurero sin miedo ni obsesi¨®n por trascender. Un inclasificable soldado al servicio de Francia.
HAY RINCONES QUE se vuelven un grito: una explosi¨®n de gozo. Alarde de colores en el sol, una manera de ensanchar el mundo. Aqu¨ª, las buganvillas. Caminaba por una calle colombiana tan brillante y pensaba en ese privilegio: que tu nombre se transforme en flores.
Louis-Antoine de Bougainville naci¨® en Par¨ªs en 1729, hijo de un notario de la corte, rico y aplicado, que quer¨ªa que fuera como ¨¦l. Jovencito, estudi¨® abogac¨ªa; en cuanto su padre tuvo a bien morirse se enrol¨® en la Marina. Naveg¨®, entr¨® en combates, hizo muertos, le hicieron heridas. Ten¨ªa 26 a?os cuando se volvi¨® casi famoso por un retru¨¦cano arrojado: el ministro a quien le ped¨ªa m¨¢s tropas para defender la colonia francesa en Canad¨¢ se las neg¨®, porque la madre patria estaba amenazada:
¡ªCuando se incendia la casa nadie se va a ocupar de los establos.
Le dijo, y Bougainville:
¡ªAl menos, se?or ministro, nadie dir¨¢ que habla usted como un caballo.
Era inquieto, emprendi¨® expediciones. En 1763 fue hasta un conf¨ªn del mundo: unas islas del Atl¨¢ntico Sur a las que no se les pegaba ning¨²n nombre. Dos siglos antes un ingl¨¦s las hab¨ªa llamado Davis porque ¨¦l mismo era Davis, otro les puso Hawkins porque ¨¦l era Hawkins, un holand¨¦s intent¨® Sebald porque era Sebald Van Weert. Bougainville decidi¨® cambiar el sistema: se ve que reservaba su nombre para m¨¢s altas miras, y le puso Malouines, del gentilicio de los marineros de Saint-Malo que llevaba en su barco. El nombre, sabemos, ser¨ªa tan discutido ¡ªtambi¨¦n las llaman Falklands¡ª, y todav¨ªa no se aclara.
Bougainville no se arredr¨®: Francia acababa de perder una guerra y precisaba ¡ªaunque parezca un chiste malo¡ª una inyecci¨®n de orgullo, as¨ª que lo mandaron a dar la vuelta al mundo. Eran los d¨ªas en que europeos lo supon¨ªan cubierto y lo surcaban para descubrirlo. El viaje dur¨® tres a?os; fue incre¨ªble y Bougainville lo escribi¨® para que fuera a¨²n mejor. Contar, se sabe, siempre da m¨¢s placer que hacer lo que se cuenta.
Su libro lo hizo famoso, ¨¦l volvi¨® a las andadas: se escap¨® de un combate en la guerra de Independencia americana, no lo dejaron buscar el Polo Norte, le cay¨® encima la Revoluci¨®n y casi lo ejecutan. Pero Napole¨®n lo rescat¨® y lo hizo conde y ¨¦l, entre otras cosas, le regal¨® a su emperatriz una flor rara, tan ex¨®tica, que hab¨ªa tra¨ªdo de Brasil: la llam¨® bougainvillea, y fue su monumento.
Es muy impresionante que tu nombre sea el nombre de un placer, un estruendo del tr¨®pico. Los hombres m¨¢s orondos ¡ªlos que creen que triunfaron mucho¡ª pueden creer que su recuerdo va a durar: su nombre en una placa p¨²blica, una calle, una escuela. Hace m¨¢s de tres d¨¦cadas, justo antes de morirse, Julio Cort¨¢zar me dijo que ¨¦l no quer¨ªa nada de eso ¡ªy pude pasar la grabaci¨®n que lo dec¨ªa en la inauguraci¨®n de la plaza que lleva su nombre en Buenos Aires. Carlos Fuentes, en cambio, me dijo que ¨¦l no quer¨ªa ser estatua porque las cagan las palomas; s¨ª una estampilla, para que lo lamieran.
Muchos quisieran algo as¨ª; poqu¨ªsimos lo esperan. Es raro cuando un hombre o una mujer confiesa que conf¨ªa en la inscripci¨®n de su recuerdo: cuando puede creer que lo merece. Adem¨¢s, ya casi todo tiene nombre en esta Tierra: muy pocas chances de acompa?ar a Bougainville en el para¨ªso de los sustantivos comunes. S¨®lo lo logran los empresarios m¨¢s astutos: el se?or Gillette, el se?or Ford, el se?or McDonald ¡ªque se volvieron nombres de una cosa. O, con sus ismos, algunos militares realmente tozudos: el cabo Franco, el cabo Per¨®n, el cabo Ch¨¢vez. Pero ya nadie puede ser una flor: ya nadie un roce suave, ya nadie aquel aroma, ya nadie el estallido de colores.
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